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El ataque en cámara lenta de Javier y los secretos guardados en el whatsapp de Karina

El ataque en cámara lenta de Javier y los secretos guardados en el whatsapp de Karina
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El Gobierno se niega a informar los pagos recibidos por Milei cuando era consultor, hasta poco antes de la elección de 2023. Conflictos de intereses y “el grito indignado de la gente”. El carry trade de Caputo 2016 y el de Caputo 2024 tienen diferencias.

Antes de desembarcar en la Casa Rosada, Karina Milei se ocupaba de los cobros del consultor Javier. Transmitía un tarifario que, según interesados que lo recibieron, incluía una oferta de US$ 2.000 por cabeza para escuchar la mirada del economista y panelista, o de US$ 10.000 a US$ 25.000 para encuentros organizados por empresas. Así marcharon las cosas hasta mediados de 2023, según las fuentes consultadas.

Que Javier Milei se dedicaba a esa tarea no es un secreto. Él mismo lo hizo público en marzo de 2023, cuando alardeó que cobraba hasta US$ 25.000 por cada conferencia. Lo que por ahora se mantiene en la nube del whatsapp de Karina es quién abonó esa cifra al entonces diputado nacional y candidato a presidente. El archivo también quedó en la otra punta del intercambio, es decir, quienes consultaron por el tarifario de charlas que difícilmente excedían la hora de duración. Con razones atendibles para no autoincriminarse, nadie levanta la perdiz.

En el planeta Milei, ganarse la vida cobrando honorarios desorbitados, a razón de US$ 400 por minuto de parrafadas, bastante por encima de consultores con más recorrido en la materia, es un galardón de dignidad ante la opción de recibir el sueldo estatal de un diputado. En la vida real, las cosas son muy distintas.

El Gobierno de los Milei se negó a informar a elDiarioAR fecha, contenido, monto abonado e identidad de los pagadores de las conferencias a US$ 25.000. Este medio presentó un pedido de acceso a la información pública. El 30 de octubre pasado, llegó la respuesta de Darío Lucas, subsecretario de la Secretaría General de la Presidencia.

“Esta unidad orgánica, Subsecretaría de Asuntos Presidenciales, según su responsabilidad primaria, misiones, funciones y acciones, informa que desconoce la información peticionada, debido a que no es competente para expedirse sobre cuestiones que son manifiestamente previas a la asunción presidencial del Señor Javier Milei, conforme los términos del pedido. Sin otro particular, saluda atte”.

En principio, suena razonable que la Secretaría General de la Presidencia aduzca desconocimiento sobre los negocios del Presidente previos a asumir el cargo. En este caso, se da la particularidad de que quien alega no saber es subalterno de la misma persona que hasta semanas o meses antes de la primera vuelta presidencial de 2023 se ocupaba de gestionar pagos de privados a su hermano.

O el egresado de la Universidad de Belgrano y doctor honoris causa de la academia de los Benegas Lynch era un genio que les hacía ganar un dineral a sus clientes mediante un par de pinceladas, o esas charlas eran una forma espuria de financiamiento político, o, más sórdido aun, de recibir información privilegiada de parte del candidato presidencial que anunciaba la dolarización de la economía de un día para otro. Si un inversor supo a tiempo que Milei, en lugar de dolarizar, dispararía una devaluación récord de 54,3%, para luego echar a correr una nueva ronda de bicicleta financiera, que habilitaría ganancias de 50% anual en moneda dura, estará más que agradecido. Otro tanto si se filtraron datos desregulatorios de la ley Bases que Federico Sturzenegger encargó a estudios jurídicos corporativos.

¿Siembra empresarial ante lo desconocido, financiamiento de campaña y/o vidrioso enriquecimiento a ambos lados del mostrador?

Las declaraciones juradas de Milei ante la Oficina Anticorrupción — $21 millones en 2023 y $125 millones en 2024— no aportan claridad. Ese patrimonio equivale a apenas un mes de dedicación moderada a las conferencias de US$ 25.000, a lo que se debería adicionar lo recaudado con los libros plagiados.

De tan exiguo, el patrimonio declarado de Karina se ve empequeñecido ante los tapados y carteras que deja ver en sus visitas a otros países, por no mencionar las sociedades de la familia que canalizaron millones de dólares en inversiones en Miami antes de evaporarse.

Una mayoría de argentinos decidió pegar un grito de furia y encarar una regeneración ética votando a Milei, un panelista que gritaba groserías por televisión.

El Presidente se siente toda una pinturita al lado del científico del CONICET que encara investigaciones que a Manuel Adorni les parecen irrelevantes, la cocinera de un comedor popular, o la capacitadora de prevención del embarazo adolescente. Esos “zurdos de mierda” le robaban al Estado, en cambio, los Milei (Norberto, Alicia, Javier y Karina) la hicieron “con la suya” (ndr: una nota periodística debería privarse de utilizar un vocabulario vulgar e insultante, pero dado que la palabra pública de la jefatura de Estado lo utiliza, sería incorrecto maquillar esa letrina cotidiana). 

El antecedente inmediato de la regeneración ética estaba fresco. Para dar vuelta la página de los desmanes de Lázaro Báez, José López y Ricardo Jaime, protegidos por los Kirchner durante doce años, la mayoría de la sociedad eligió en 2015 a… Mauricio Macri.

Para sorpresa de nadie, el accionista de Socma puso un pie en el Ejecutivo e hizo lo que había hecho toda su vida: colusión de intereses públicos y privados, pero esta vez, como dueño absoluto de la lapicera.

En un abrir y cerrar de ojos, Macri reconoció una deuda US$ 540 millones al español Florentino Pérez, su socio en las autopistas; intentó condonarse una deuda millonaria por el Correo; organizó un blanqueo del que se benefició generosamente su entorno; su familia se hizo de decenas de millones de dólares por un pase de manos de los parques eólicos; el primo Ángelo Calcaterra potenció los negocios de obra pública que le había concedido Julio de Vido, etc. Todo ello, condimentado por el armado de un sistema de espionaje ilegal bajo la órbita del “más acostumbrado a toda esta cosa de las trampas”, Gustavo Arribas.

Macri se da la gran vida en viajes por el mundo. Tuvo la suerte de que Comodoro Py enterrara las causas y de que el periodismo que lo entrevista omita toda agenda conflictiva. En cambio, sus entrevistadores escuchan con atención sus preocupaciones institucionales.

La moneda de la bicicleta financiera está en el aire. A esta altura de su mandato, Macri ya había conseguido mejores indicadores de riesgo-país y había levantado el cepo. Llovían dólares de los mercados internacionales, atraídos por tasas en pesos que brindaban ganancias que, medidas en moneda dura, eran únicas en el mundo. La deuda crecía y crecía, con dos arquitectos estelares: Luis Caputo y Federico Sturzenegger.

El carry trade marcha viento en popa otro vez, despierta gran desconfianza de ortodoxos y heterodoxos y tiene reminiscencias del primer Caputo de 2016 y 2017, pero no es igual, por dos motivos centrales: Milei no logró los dólares que prometía hasta mediados de año, el FMI se muestra reticente a incrementar su gigantesco préstamo y el elevado riesgo país expone la desconfianza de inversores financieros. En consecuencia, la lluvia de dólares está lejos de los montos de los primeros años de Macri.

La segunda gran diferencia es que el déficit fiscal aumentó durante la primera mitad de Cambiemos en Casa Rosada; en cambio, la motosierra de Milei está siendo implacable y las cuentas oficiales alcanzan un equilibrio, aunque precario, similar al que intentó su antecesor conservador en su bienio final (2018-2019), con capital político en retirada.

El ultraderechista maneja el Estado a hachazo limpio y no hay evidencias de que haya sufrido un deterioro irreversible en su popularidad, más bien al contrario. Sin déficit que cubrir, algunas necesidades de financiamiento o emisión se reducen y otras se maquillan, como las letras en pesos del Banco Central que fueron transferidas al Tesoro y acumulan una montaña de intereses. El día en que sus tenedores decidan guarecerse en dólares, la historia será otra.  

El país de Milei supone una sociedad que, a cambio de la reducción de la inflación y la volatilidad, acepta la eliminación de derechos elementales que generaciones asumieron como parte de su condición de ser argentinos, el ataque estatal a la educación y al sistema científico, jubilados mucho más pobres que en el promedio de las últimas dos décadas y la concepción de que ejes centrales de la vida pública, tan variados como el cine, el desarrollo nuclear y el sistema de transporte público, no son más que nichos de corrupción de los que se valen los “parásitos”: millones de personas.

Dar por sentado que esa presunta preferencia social por la cristalización de la desigualdad se mantendrá en el tiempo que Milei necesite requiere una osadía temeraria.

Macri y el ultra comparten funcionarios clave, pero no son lo mismo. El fundador del PRO elaboró un proyecto político paciente y sofisticado, anclado en el Gobierno de esa isla económica y máquina de producción simbólica que es Buenos Aires, con un arco ideológico que iba desde el centro a la derecha dura. Ese armado, escorado desde 2019 a las posiciones radicalizadas de Patricia Bullrich y el propio Macri, se dirime en estos meses entre su supervivencia o la absorción por parte de la ultraderecha.

El actual mandatario se embarca en la denominada alt right, que encuentra parentescos en América Latina con Jair Bolsonaro, el chileno José Antonio Kast, el salvadoreño Nayib Bukele y el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga. En Europa, esa corriente hace eco en partidos de décadas de actuación, como el Frente Nacional (hoy Reagrupamiento) de diferentes generaciones de Le Pen, Fratelli d’Italia, la formación de Giorgia Meloni heredera de tradiciones ultras, neofascistas y conservadoras, y Vox, el sello integrista escindido del Partido Popular de España. La ultraderecha se hizo fuerte en Europa del Este, gobierna en Hungría, pero también en países presuntamente tan modélicos en su integración social como Alemania, Suecia, Holanda y Austria; en los dos últimos, al punto de transformarse en los partidos más votados.  

Realidades particulares de cada país determinan agendas matizadas. Hay ultraderechistas proteccionistas y neoliberales, con anclaje religioso y laicistas, esencialmente xenófobos y no tan interesados en el tema. ¿Qué los agrupa? Formas y fondo.

Un punto central es una reacción conservadora para restaurar un orden amenazado por minorías con pretensión colectivista: izquierdas, inmigrantes, indigenistas, feministas, gays y/o ecologistas. El combate requiere cierto estado de excepción —mano dura policial, cárceles especiales para extranjeros, prohibición de la manifestación— y una retórica belicista ramificada en las redes, por ahora, sin vulnerar del todo las formas de la democracia.

“Las nuevas ultraderechas atacan en cámara lenta, por eso a veces cuesta advertir sus peligros, a diferencia de ultraderechas del pasado, que irrumpían en el Estado y se transformaban en dictaduras”, graficó Cristóbal Rovira Kaltawasser, docente de la Universidad Diego Portales de Chile, en un reciente seminario sobre ultraderechas organizado por Nueva Sociedad y el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas.

La ola de ultraderecha es inescindible de trayectorias de larga data y de un proceso que se aceleró en este siglo. El victorioso Donald Trump no sería explicable si no hubiera aparecido el patológico Tea Party que se sublevó ante la emergencia de Barack Obama, primer presidente negro y con Hussein como segundo nombre. Lo bizarro expresado en el Tea Party y Sarah Palin terminó, con Trump, siendo el rostro total del Partido Republicano.

El trazo de George W. Bush, hoy distante de las excentricidades del mandatario electo, sentó otro eslabón al coronar la guerra de civilizaciones e invadir países con desapego absoluto de la ley y a la vida. La década del republicano que se creía bendecido por el mandato divino que lo salvó del alcoholismo avanzó sobre libertades civiles que parecían intocables.

Mucho más atrás, expresiones estructurales de los republicanos durante varias décadas del siglo XX tornan en versiones edulcoradas el racismo y el macartismo velados que sobrevuelan la existencia de Trump. Richard Nixon golpeó la mesa cuando se enteró del triunfo de Salvador Allende en Chile y ordenó de inmediato un plan de desestabilización, hasta llegar al golpe de Estado. En su primer mandato, Trump coqueteó con la idea de hacerlo en Venezuela, pero no lo concretó. ¿Se animará en el segundo?

Milei, Macri y veteranos del menemismo sintonizan en público, más allá de recelos por repartos del poder. Las provocaciones que emanan de La Libertad Avanza no parecen tan graves en el contraste con las que emitía la Unión de Centro Democrático, el partido de Álvaro Alsogaray, corazón del establishment, recibido en salones y omnipresente en televisión en las décadas de 1980 y 1990. En sus letanías económicas, el Presidente utiliza textuales de José Alfredo Martínez de Hoz. Nada del negacionismo de Victoria Villarruel o las provocaciones invocadas por el Juan Bautista Tata Yofre el 24 de marzo supera a los editoriales de La Nación hasta bien avanzada la democracia.

La historia está en desarrollo. El mundo de los Milei no exhibe las fortalezas intelectuales que acompañaron a Macri y Menem, lo que puede ser problemático para sus intereses en atención a la profundidad del ataque al Estado que se propone. Cuenta, eso sí, con la extraordinaria intuición del Presidente y su capacidad para navegar un debate público que se da en condiciones particularísimas.

La duda subyacente es hasta qué punto el Gobierno ultraderechista dará vía libre a su autoritarismo ramplón y su infinita capacidad de odiar. 

SL/MG

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