El tema de nuestro tiempo

El tema de nuestro tiempo no es el terremoto en Rusia sino el que ocurrirá acá cuando los deshechos del Estado desplomen el futuro.
Cualquiera podría decir: "el tema" es el dólar. El tiempo no confirma el pronóstico de F. Furiase, de la consultora Anker, que hoy gobierna el BCRA: imaginaba el dólar a $600. Tampoco el compromiso, de Milei y Caputo II, de comprar en el piso de la banda.
Como dice "El Campeón", "Todo Marcha de Acuerdo al Plan", pero no cuenta "el plan".
Nuestro desconocimiento nos sorprendió con la tasa de interés a 65%, tal como estaba programado y que el pícaro verde amenace tocar el techo. Todo calculado. Y este jueves, el oficial a $1.380: lejos del piso, cerca del techo. Esta vez es diferente: pero hay un aire de familia.
Como el rulo de "El Campeón", el mago de las finanzas, que permite que invirtiendo en LECAP a agosto, con un rinde de 45%, cubriéndose con dólar futuro a agosto -intervenido por el BCRA - te deja 12% anual en dólares. No.
Ese no es el "tema de nuestro tiempo". Es viejo. Pasó. Cumple 50 años. Los personajes que nos condenaron a este festival financiero, mientras la economía real se ahoga, siguen convocando audiencia.
Al igual que los aborígenes australianos que, señalaba Humberto Ecco, daban vueltas en círculo en el desierto alimentándose de alimañas, sin atinar a caminar en línea recta, donde los esperaba la mar, con una plétora de peces y mariscos que habrían saciado las hambrunas. Este "siempre lo mismo" no es el tema de nuestro tiempo: mecanismo repetido, empieza igual y termina de la misma manera.
El tema de nuestro tiempo, de manera sorpresiva, lo presentó el presidente de la SRA, Nicolás Pino, en Palermo, casi como una provocación a Javier. Citó al Papa Francisco cuando, en "Fratelli Tutti", afirmó: "Nadie se salva solo". Una frase que sintetiza conceptos como el Bien Común, la vida es en sociedad, el otro, la función del Estado.
La contradicción mayor a "nadie se salva solo" es la predica de Milei: hiperliberalismo, libertario, anarquismo, anarcocapitalismo.
No fue intencional. Pino, vía su relación con E. Elsztain, es un militante de Milei.
Tal vez lo traicionó el inculcado sentido común de la civilización occidental y cristiana, en la que nos formamos.
Ese sentido común de Occidente y de los argentinos, fue interrumpido y desbarrancado aquí, a partir de Milei que retomó el pensamiento de la siniestra Margaret Thatcher, quien inauguró, con su "neoliberalismo", la destrucción de los principios del Partido Conservador inglés.
El concepto que lanzó, su doctrina, fue "la sociedad no existe". Es decir, no hay nada en común entre los miembros de la sociedad; solo hay intereses individuales. No es el pensamiento de A. Smith: nada en su obra, tanto en sus reflexiones morales como en "La Riqueza de las Naciones", permite siquiera imaginar esa vía anárquica.
Ronald Reagan complementó aquella afirmación doctrinaria de la "Dama de Hierro", con la expresión "el Estado no es parte de la solución, sino que es parte del problema". Regan contradijo los fundamentos del Partido Republicano que, por ejemplo, con D. Eisenhower terminó con el macartismo -la espantosa persecución ideológica-, mantuvo el New Deal, desarrolló el sistema de seguridad social, la NASA y, además, el extraordinario y transformador sistema de autopistas. Es decir, el papel fundamental del Estado, en la construcción de esa Nación.
Ambos líderes políticos inauguraron una época de negación, vinieron, en términos teóricos al menos, a contradecir la tradición de los partidos con los que llegaron al poder.
Justamente, en la Argentina de hoy, el "tema de nuestro tiempo" es la negación militante de la cita de Pino de la frase de Francisco.
Más allá de la convicción con la que la haya citado, la cuestión planteada fue un parteaguas entre la tradicional cultura social de los argentinos, que creían que "Nadie se salva solo" y las palabras dominantes de los últimos tiempos que implican que "la sociedad no existe" y que "el Estado no es parte de la solución, sino parte del problema".
La etapa política que atravesamos tiene como Norte la "destrucción del Estado". Como anunció el principal mentor económico del programa, R. Arriazu, la etapa de destrucción ya ha comenzado; precede, según Arriazu, a la de la construcción; y como tal ha de venir acompañada de bolsones de pobreza y eventualmente de inquietud social. Son sus palabras.
Milei sostiene claramente que el Estado, cualquier Estado, es parte del problema y debe ser destruido: se asume como el topo metido dentro del Estado para destruirlo.
Una primera consecuencia evidente y de altísimos costos, presentes y futuros, es la progresiva destrucción de la infraestructura vial por retiro del Estado.
Por cierto, Milei no heredó un sistema vial en condiciones dignas. Atravesamos un largo abandono de lo público por impericia, por corrupción, - finalmente se trata de eso - por ausencia de "plan", de burocracia profesional y por el notable deterioro intelectual y moral de la clase dirigente, que se ha profundizado en este Siglo XXI.
A la destrucción de la conectividad nacional la consagró el período menemista de destrucción, cuya máxima "contribución" fue la final destrucción del sistema ferroviario. Justamente la obra, junto con la organización del Estado, que anunció el presidente J.A. Roca en su discurso inaugural de 1880. Nunca se citó tantas veces a una generación para destruir aquello que fue el leit motiv de su gobierno. La destrucción del sentido de aquella obra de gobierno, invocando a aquella generación, es el tema de nuestro tiempo.
Justamente, la reciente serie televisiva que refleja la vida política de la década menemista, fue calificada por la periodista Clara Mariño como si fuera una serie de "Los Soprano", una serie de gangsters. Mariño lo dijo molesta. Para ella el menemismo no fue eso. Pero, lamentablemente, el estilo, los resultados, en términos de "fortunas" y "personajes", y la condena que recibió Carlos Menem, invalidan, a mi criterio, la impresión de Mariño y la serie, bien o mal, refleja el por qué la política dejo de ser, entre nosotros, el compromiso por el "bien común" y pasó a ser el mecanismo de ascenso económico (y social) de sus protagonistas: el dinero ha convertido en "buenos" a aquellos que huyeron a la espera del olvido. Y lamentablemente ganaron y hoy son benefactores de la Fundación Faro. Dios los cría...
Más allá de la herencia, de la herencia, de la herencia, como acuñó Marina dal Poggetto, la realidad es que en pos del equilibrio fiscal, de la apertura y atraso cambiario, destinados a desacelerar la inflación y destruir "nichos de privilegio", los casi dos años de este programa, acumulan costos sociales propios de la destrucción y de la idea de que no existe tal cosa como la política para construir un sistema de prioridades en torno del Bien Común de corto, mediano y largo plazo.
La idea de "soy el topo que vino a destruir el Estado" y no a hacerlo más eficiente, es una verdad que poco a poco se materializa. No es una afirmación peregrina. Es lo que él, Milei, cree y lo que él y el "coloso" F. Sturzenegger instrumentan hasta donde la realidad se lo permite. De esto no hay duda.
Un mérito indiscutible de esta gestión, que pretende destruir al Estado, es la proclama de la virtud de un presupuesto fiscal equilibrado. No son muchos, si es que hay alguno, en el presente y en los últimos 50 años, los países que gozan de "equilibrio fiscal". Lo habitual es el desequilibrio. No obstante, todo equilibrio es virtuoso.
Aunque, bueno es aclararlo, el equilibrio - para ser tal - debe ser sostenible y la sostenibilidad es función de la salud del gasto y la salud de los ingresos.
En nuestro presente, el equilibrio fiscal declarado, surge de una circunstancia compleja que condiciona al juicio: no tenemos Presupuesto hace dos años. Es un riesgo.
Nadie puede olvidar la crisis griega de 2009 disparada cuando se descubrió que el Gobierno griego había manipulado las cuentas fiscales y el déficit fiscal declarado del 6%, en realidad, era el 12,7% del PIB. No son pocos los economistas, muchos de la misma corriente doctrinaria de la ortodoxia fiscal, que señalan con preocupación el no cómputo, en las cuentas públicas, de todas las tasas de interés de la deuda del Tesoro.
Dicho esto y por si las brujas, la prioridad de este momento debería ser transparentar, con la presentación del Presupuesto, el total de la deuda pública, así como todos los intereses implícitos: sólo el futuro sustentable hace sustentable el equilibrio. Hay que aventar toda sospecha del tipo "dime de que alardeas y te diré de lo que careces", justamente porque el "tema de nuestro tiempo es si nos encaminamos a la destrucción del Estado" o si todavía podemos dar cuerpo a la doctrina de que "nadie se salva solo".
La explosión de aplausos de la tribuna de la Exposición Rural, en la que Pino citó a Francisco, fue una confirmación de que, al menos, los allí presentes no compartían la cita que Pino hizo de Francisco. Mas bien que simpatizan con la destrucción del Estado como condición necesaria para el progreso que, al menos para los aplausos, ya no sería "el aumento de la satisfacción de las necesidades sociales" sino todo lo contrario.
Es decir, "cultivar el suelo es servir a la Patria" ha dejado de ser un mandato ya que "la Patria" sin Estado, sin Nación, deja de tener viabilidad. Es lo que creía el "orden conservador".
Milei adoptó la ciudadanía italiana después de ser elegido presidente por una mayoría extraordinaria. Quiere ser un émulo del "orden conservador" que le dio al país la mayor tasa de crecimiento de nuestra historia. Tal vez no recuerde que cuando las ideas anarquistas amenazaban al Estado nacional, Miguel Cané logró la ley de residencia (Ley 4144) la que autorizaba al Gobierno a expulsar a los extranjeros anarquistas. Estuvo vigente hasta 1958. Hombre afortunado.
De tal suerte que las encuestas, aseguran, el próximo triunfo electoral. Por eso el tema de nuestro tiempo no es el terremoto en Rusia, sino el local que ocurrirá cuando los deshechos del Estado, en destrucción, desplomen el futuro: ese es el tema de nuestro tiempo.


