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Termina el primer año del mileísmo de mercado y la gran pregunta es: ¿cómo sigue?

Termina el primer año del mileísmo de mercado y la gran pregunta es: ¿cómo sigue?
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El éxito de Milei es, primero, material: inflación, riesgo país y dólar contenidos, calle en orden y hegemonía política desde la más extrema minoría; segundo, su éxito es simbólico

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  • 🎉 Fin del primer año de Milei en la presidencia, marcado por un ambiente más ordenado en las calles.
  • 📊 Alta pobreza, pero sin disturbios significativos, y una percepción de "normalidad" emergente.
  • 🚀 Milei ha transformado el panorama político, desplazando a líderes opositores como Macri y Kirchner.
  • ⚖️ Su éxito se basa en un ajuste fiscal apoyado por el público, algo previamente impensable en Argentina.
  • 💡 Milei representa una respuesta a la frustración acumulada en la sociedad desde la crisis de 2001.
  • 🌐 Atrae atención global, buscando posicionar a Argentina como un modelo de cambio de época.
  • 🤔 Preguntas sobre si su gobierno marcará un cambio definitivo en la historia política de Argentina aún están en el aire.
  • 🚦 El éxito de Milei también es simbólico, promueve una agenda de libertad económica y social en un contexto pospandémico.
  • 📉 Ha logrado contener la inflación y estabilizar la economía, lo que refuerza su imagen de "salvador".
  • 🔍 El futuro de su gobierno depende de su capacidad para mantener el momentum y las reformas a largo plazo.
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Hoy concluye el primer año de la Argentina de Milei. El experimento global a cielo abierto que quedó inaugurado con la llegada de Javier Milei al poder entra en los idus de diciembre con una novedad: una Navidad despejada de la zozobra de la calle piqueteada y de los rumores desestabilizadores llegados del conurbano infinito y peronista. Contra toda las profecías, hay pobreza alta pero ni noticias de toma de supermercados. En esa contradicción, se arma uno de los sentidos que explica a Milei, capítulo I: el ingreso decidido de la Argentina a algo parecido a una normalidad ciudadana, casi una rareza para la vida argentina de las últimas décadas. Orden en la calle como correlato de orden en la macro, o viceversa. Y el desorden y la intensidad enjaulados en X, aislados en el plano simbólico de la virtualidad de las redes sociales. Una suerte de sublimación estratégica de las pulsiones de la autoridad presidencial y de la sensibilidad social de talante obstruccionista: hay conflicto pero late en la ex-Twitter o en el streaming del Gordo Dan, heredero mileísta de la estudiantina del Tinelli modelo menemista.

Mientras, el Metrobús no volvió a detenerse: los Belliboni, los Grabois y los Moyano de los años pre-Milei perdieron el kilaje necesario para obstaculizar gobiernos. La Argentina aprende sus lecciones: si no hay quien la movilice, la pobreza no sale a apoderarse de la propiedad privada del chino del barrio. Milei lo hizo: le mojó la pólvora a las cajas políticas de la oposición con más poder de movilización. Toda lógica política heredada que Milei toca, la transforma en otra cosa. ¿Será para siempre?

Ahí está la cuestión. Acaba de cerrarse el balance del 25 por ciento de la presidencia de Milei. Quedan por delante tres años, un 75 por ciento de su gobierno: mucho. El mileísmo construye la narrativa del golazo definitivo: eso de “el mejor gobierno de la historia”. El clima mileísta es de euforia por los logros alcanzados: los tiene, es cierto. Pero a lo que apenas lleva uno año, lo plantea como eterno: faltan tres, o quizás ocho, para hacer historia. En ese punto exacto, se imponen preguntas clave. Tres, al menos. Va la primera.

¿Cómo es que Milei consiguió lo que parecía imposible? El ajuste fiscal antiinflación con apoyo popular era un oxímoron político que nadie era capaz de imaginar ni estaba dispuesto a encarar, hasta que llegó Milei. Y esa osadía, que no es la única, le viene funcionando. ¿Por qué? Se apilan las hipótesis.

Por un lado, el pasado reciente, el de la última experiencia kirchnerista liderada por Alberto Fernández y Cristina Kirchner, y el pasado no tan nuevo, el los cuarenta años de frustración democrática y el hito de 2001 para darle un nuevo sentido a la malaria argentina: un “sobre llovido, mojado” político económico que agotó la paciencia de la gente. La flecha disparada en 2001 con el “que se vayan todos” recién acaba de dar en el blanco: Milei representa el destino cumplido de aquel mandato lanzado al futuro. Tardó veintidós años en concretarse. La casta, afuera: es decir, la política tradicional modelo siglo XX, envejecida por el desembarco de Milei.

Al macrismo, lo dejó sin banderas. Y la bandera institucional que le queda termina sonando a queja ante el referí: la única estrategia posible de un jugador al que sólo le queda ver pasar la pelota de uno a otro jugador contrario. Un poco lo que le pasó al radicalismo después de Alfonsín. A Macri, Milei lo desplazó con su propia versión de una derecha rugiente y con la lógica de político que de tan outsider es extraterrestre. La coreografía presidencial pública lo deja claro: Milei sacó a la derecha de la lógica de clase alta y la devolvió al cuadrante popular. El domingo, Milei pasó de llorar, abrazarse y bailar con los Granaderos a ponerse la remera transpirada de Adolfo Cambiaso en la Cancha de Polo. A un bastión de la épica militar, le devolvió su cercanía a la gente. Y a un símbolo de la élite, le repuso la espontaneidad transpirada de lo popular. El Presidente que llora, transpira, se abraza con la gente, se viste mal, se mimetiza con los comunes.

En cambio, ni bien asumió, Macri dejó de bailar: los bailecitos y globos y la música de carnaval carioca de casamiento tradicional sintetizaron la identidad macrista en los años de su mayor popularidad en la ciudad de Buenos Aires, la que lo llevó luego a la presidencia. Pero el día de su asunción presidencial, Macri renunció a ese estilo: así, se despidió de su pregnancia con la gente en la puerta de Casa Rosada. Milei, en cambio, sigue rugiendo. El poder no lo domó. Mientras que Macri quiso parecerse al poder, Milei quiere que el poder se parezca a él. Con Cristina Kirchner tiene otra diferencia: ella busca que el poder le tema.

A Cristina Kirchner y al kirchnerismo también los vació de sentido. Fue con la pedagogía del libre mercado, la lógica de la libertad desregulada y la bandera del individuo por sobre la del Estado. Con esa prédica, desplazó a la dupla justicia social e igualdad y al Estado presente. Por eso la inflación a la baja es su gran triunfo: el broche de oro tangible de una visión teórica del mundo. Al fracaso de las políticas kirchneristas y su exceso de narrativa, cada vez más vaciada de realidad, Milei le responde con teoría opuesta y resultados prácticos. Muy difícil para el kirchnerismo encontrar con qué darle, al menos por el momento.

El éxito de Milei es primero, material: inflación, riesgo país y dólar contenidos, calle en orden y hegemonía política desde la más extrema minoría. Y segundo, su éxito es simbólico: las pruebas económicas de su triunfo son la contracara de tener razón en el plano de la teoría macroeconómica: lo de que emitir para cubrir el déficit, genera inflación. Eso está cargado de sentido popular. La vivencia argentina en torno a la inflación organiza el relato intergeneracional: además de la pobreza, hay una transmisión argentina de narrativa patria entre padres e hijos. Crisis económica e inflación están en el centro de esas vidas. Milei se propone como el salvador de la Argentina en ese sentido: es un montón. Este año lo logró.

La libertad económica también es espolón de proa de una libertad social pospandémica que da batalla desde la vida desregulada de las redes sociales. Esa experiencia vital de la pandemia estatizante también explica a Milei y su éxito. Desregular es respirar.

Sigue la segunda pregunta: ¿la Argentina de Milei es efectivamente la síntesis de un fenómeno global? La Argentina de Milei puede serlo todo, o nada. A un año de asumir, Milei se esfuerza para que lo sea todo: el leading case de un cambio de época argentino, pero también planetario. Hay mucho de megalomanía en eso. Pero hay datos que corroboran una fascinación globalista en torno a Milei.

Esa fascinación global por Milei parte de la contundencia con la que impone su versión de la realidad: una voluntad política férrea capaz de meterse con cada instancia de la vida nacional para transformarla, para bien o para mal. El “afuera” vuelto grito de guerra en democracias desarrolladas del mundo. Esa efectividad se basa en una particularidad del experimento mileísta: el contexto en el que se está dando, una Argentina moldeada por el kirchnerismo convertido en wokismo cultural pero también, en un wokismo económico fallido.

El experimento argentino propone un choque de protones muy único: un vacío de futuro legado por el kirchnerismo y un Milei que llega sin ninguna mochila partidaria y doctrinaria: no tiene deudas con el poder. Las derechas en Europa o el trumpismo en Estados Unidos, en cambio, desembarcan en naciones con historias de resultados sociales y económicos potentes: hay competencia real de ideas. La Argentina es otra cosa: ningún país fracasó tanto como la Argentina kirchnerista. Sólo por eso el experimento de derecha radical es sólo posible en la Argentina con la efectividad que muestra hasta el momento.

Milei encarna la época: pertenece a una trama global moldeada por la vida digital; empuja una agenda de derecha tecnocrática que lo hermana con Elon Musk y Peter Thiel; desafía la gobernanza global modelo siglo XX; juega el juego del poder como juegan los juegos de estrategias en la computadora. “El tipo clavó skin de polo y encima le queda espectacular”: así sintetizó el influencer libertario Fran Fijap lo de Milei y la remera de Cambiaso. “Skin”, la jerga de los juegos de estrategia online para referirse a los accesorios con los que un personaje puede cambiar su apariencia, llevada al escenario de la interpretación política. La política siglo XXI como política digital.

La tercera pregunta es central: apunta al sentido de este año transcurrido, pero anticipa las posibilidades de los tres años que vienen. ¿Milei representa efectivamente un cambio rotundo de época? ¿Es posible afirmar ya, a apenas un año de gobierno, un volantazo estructural? Es decir, la gran cuestión es si la Argentina modelo 2024 marca un antes y un después definitivo en la larga marcha de la Argentina deficitaria e inflacionaria y dominada por el capitalismo de amigos. Un tiempo histórico que obligue, eventualmente, a hablar de una Argentina antes de Milei y después de Milei como se habla de Cristo: un símil que bien podría utilizar la imaginación política presidencial.

Los mileístas tienen fe ciega en la marcha de la historia. El fin de la historia de Milei y sus libertarios no se cifra en el avance de la democracia liberal y el capitalismo sino en la derechización de la democracia y el orden mundial. El triunfo de Trump y la politización de derecha de Elon Musk son las señales que encuentran. En la Argentina, la popularidad del 56 por ciento con la que cierra su primer año de gobierno alienta la idea de eternidad.

El camino del largo plazo no es sencillo. Las eras políticas necesitan el paso del tiempo para comprobarse. Milei debe sumar años de triunfos. Antes que la eternidad, está el prosaísmo de 2025. Los cambios de época se construyen año a año. La era Menem duró diez años, pero terminó en la derrota.

Ni siquiera 2023 dejó claro que el triunfo inesperado de Milei movió el péndulo argentino al otro extremo y para siempre. Hay que volver a recordar la inteligencia táctica que le dio el triunfo, eso de ganar la PASO gracias a los acuerdos con Massa. Aún cuando la época estuviera rotando de sentido, el triunfo de Milei no era destino. Le dio un empujoncito Massa para aislar a Juntos por el Cambio. Se lo restó en la primera vuelta, por eso Milei quedó segundo: ahí se confirmó el éxito no tanto de Milei, sino el de Massa.

En el balotaje, se vio finalmente cómo el Frankenstein superó a su creador, o cocreador, Massa. No se puede analizar la Argentina de Milei sin esa componente táctico. En el segundo año de Milei que se inicia mañana, el interrogante es ese: cuál es la táctica mileísta que logrará materializar un nuevo año de un cambio de época para el que todavía falta mucho.

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