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Patricia Bullrich, la mujer que se reinventó mil veces en política y da un nuevo paso como solista para volver al poder

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De la militancia en el peronismo de izquierda en los setenta al menemismo y el salto a la Alianza; su ascenso en el mapa de la mano de Macri y su llegada al gobierno de Milei

Patricia Bullrich volvió a reinventarse la mañana del lunes 23 de noviembre de 2015. Pocas horas después que Mauricio Macri se alzara con un ajustado triunfo sobre Daniel Scioli en el ballottage, cuando aún pesaba el cansancio por el trajín de la campaña y los festejos en Costa Salguero, Bullrich llamó a su histórico vocero, Carlos Cortés, para pedirle que la acompañara a una conferencia de prensa que había convocado el entonces presidente electo en la Usina del Arte, a las 8 de la mañana. Un rato después, en plena algarabía por las señales de ocaso del kirchnerismo, Macri la convocó para charlar a solas. “Vení, tengo que hablar con vos”, le susurró. Bullrich, que se aprestaba para asumir un nuevo mandato como diputada nacional en el Congreso, salió de la charla con Macri con la decisión ya tomada: había aceptado sin meditarlo la inesperada propuesta de convertirse en la ministra de Seguridad de Cambiemos, un nuevo giro en su vida política y el mayor reto de su carrera. A todo o nada.

A partir de ese momento, cuando apostó un pleno a tomar las riendas de la seguridad, Bullrich comenzó a cimentar in pectore sus ambiciones de llegar algún día a la Presidencia. La alta exposición que le dio estar al frente de uno de los cargos más calientes de una administración nacional la catapultó en el tablero de poder. Sus deseos de conquistar la Casa Rosada, el mayor desafío en su carrera política, se evaporaron el pasado 22 de octubre, cuando quedó relegada al tercer puesto, detrás de Sergio Massa y Javier Milei, y no pudo llevar a Juntos por el Cambio al balotaje. Ella vinculó su mala performance a la crisis de identidad que sufrió el espacio por el cambio de escenario y una interna traumática.

A 72 horas de la debacle en las urnas, Bullrich intentó resurgir mientras sus socios iniciaban la autopsia de la derrota. Tejió junto con Macri un pacto secreto con Milei en la casa del expresidente en Acassuso. Perdonó los agravios que le había dedicado el economista durante la campaña y jugó a fondo para apuntalar a los libertarios. Con esa maniobra buscó seguir en pie y evitar que se diluya su crédito político, sobre todo, ante la presión de la base electoral del núcleo duro para frenar a Massa.

Su sueño presidencial quedó trunco, pero ella apostó a reciclarse para subsistir. De hecho, tras la arrasadora victoria de Milei en la segunda vuelta, se enfrentó a Macri por la negociación con el líder de La Libertad Avanza para colaborar con la gobernabilidad. La puja de poder por el reparto de cargos y roles quedó en evidencia hace ocho días, cuando Milei la llamó para seducirla con la chance de que vuelva al Ministerio de Seguridad.

Molesta con Macri -”no me someto más”, planteó-, Bullrich volvió a dar un nuevo paso a la carrera solista. Decidió aceptar el ofrecimiento, convencida de que ahora Milei encarna la alternativa de cambio en el país y requiere de un compromiso mayor por parte de los rivales del kirchnerismo que un mero acompañamiento parlamentario, como preveía Macri. Ayer, tras reunirse con Milei, anunció que renunciaba a buscar la reelección en Pro para allanar el camino de su llegada a la administración de LLA y enviarle un mensaje a Macri y sus detractores internos, quienes consideran que no podía ser ministra sin un acuerdo institucional entre los partidos y le achacan haberse cortado sola sin encarar una negociación conjunta.

“Me comprometí con cada uno de ustedes a lograr el cambio profundo que nos demanda la sociedad y daré esa batalla desde el lugar que hoy me toca. La Argentina necesita orden. Seremos implacables contra el crimen y daremos una lucha sin cuartel contra el narcotráfico”, escribió hoy tras ser oficializada como ministra de Seguridad.

A lo largo de una extensa trayectoria política, Bullrich atravesó varios cambios de piel. Militó en el peronismo de izquierda en los setenta y orbitó muy cerca de la agrupación Montoneros antes de exiliarse por la última dictadura. Se hizo menemista en la década de los noventa para llegar al Congreso por primera vez y fue ministra de Trabajo del radical Fernando de la Rúa durante el gobierno de La Alianza. Luego de ser jefa de campaña de Elisa Carrió, líder de la Coalición Cívica, y una de sus espadas legislativas, se mimetizó en el modelo de Pro para frenar al kirchnerismo del “vamos por todo”. Su acercamiento al universo de Macri, quien la eligió para que se pusiera al frente de la “lucha contra el narcotráfico”, uno de sus caballitos de batalla, por su perfil combativo, le permitió edificar su figura política a nivel nacional. Ella vincula su carácter y tenacidad a la “carga ancestral” de su sangre prusiana.

Su imagen salió casi ilesa de la derrota electoral de JxC en 2019 -se convirtió en una de las funcionarias más valoradas del Gabinete saliente según las encuestas- y desde la presidencia de Pro, un cargo con la que Macri la premió, delinearía su plan presidencial. Es que, con esa plataforma, Bullrich recorrió el país e impulsó marchas contra las restricciones por la pandemia de coronavirus. Se erigió como el rostro de la resistencia a una nueva versión kirchnerismo para delinear su nuevo futuro político.

Patrocinada por Macri, enfrentó a Horacio Rodríguez Larreta en la feroz discusión por la estrategia electoral en 2021 y fue la voz de los “halcones” en el debate interno sobre la nueva fisonomía del espacio opositor. Esa rivalidad y la pelea por la herencia de Pro la puso frente a la difícil tarea de edificar un liderazgo en el ecosistema antikirchnerista bajo la sombra de Macri.

Bullrich nació el 11 de junio de 1956 en el Instituto del Diagnóstico, en la ciudad de Buenos Aires. Hija del médico Alejandro Bullrich y Julieta Luro Pueyrredón, pasó años de su infancia en el campo Granja Grande, de Los Toldos, y estudió en el colegio Bayard, en Palermo Chico. Es licenciada en Humanidades y Ciencias Sociales con Orientación en Comunicación y tiene un master en Ciencias Políticas y Sociología, de la Universidad de San Martín.

Desde hace años Bullrich es presidenta del Instituto de Políticas Públicas de Seguridad Ciudadana, que fue intervenido por la IGJ en plena campaña presidencial por supuestas irregularidades. Bullrich denunció una persecución política.

A principios de los 70, antes de la última dictadura militar, trabajó en Chéburger, una empresa de comidas rápidas con sucursales en el microcentro porteño. Antes del golpe fue detenida y llevada a la cárcel de Devoto por hacer pintadas en la facultad de Filosofía y Letras. En esa época militaba en la Juventud Peronista, de estrechos vínculos con Montoneros, en una unidad básica del barrio de El Abasto, en Guardia Vieja. Su hermana fallecida, Julieta, era pareja del guerrillero Rodolfo Galimberti. Años después haría autocrítica por sus “equivocaciones” del pasado. “Quise combatir al autoritarismo prestando mi adhesión a grupos que se habían colocado a sí mismos al margen de la ley”, comentó en su libro Guerra sin cuartel.

Tras su liberación, Bullrich se exilió en Brasil junto su pareja Marcelo “Pancho” Langieri, el secretario de Galimberti. Con Langieri tuvo a su único hijo, Francisco, quien nació en la clandestinidad. En Río de Janeiro se desempeñó como investigadora y colaboró con el politólogo Guillermo O’Donnell y fue vendedora en un local de ropa de bebés. También estuvo exiliada en México, España y Francia.

En los 80 volvió al país y se convirtió en una férrea opositora al gobierno de Raúl Alfonsín. En 1993, convertida en una referente del PJ de la Capital, se acercó a Carlos Menem de la mano de Miguel Ángel Toma, uno de sus mentores. La orden llegó desde la quinta de Olivos. “Que vaya Patricia”, sentenció Menem, pese a las dudas de sus armadores. En las legislativas de ese año, Bullrich, ya convertida en adversaria de Carlos Grosso en la interna del PJ porteño, fue electa diputada como parte de la lista del menemismo en la ciudad, que encabezó Erman González.

Casi tres años después, tomó distancia del PJ con críticas la falta de transparencia en el bloque oficialista y denuncias sobre los negocios del empresario Alfredo Yabrán, enemigo de Domingo Cavallo. Tras romper con Menem, se alió con Gustavo Beliz y Jorge Argüello, otros disidentes del PJ. En 1996 fue convencional constituyente de la ciudad.

En 1997, cuando ya estaba alejada del peronismo oficialista, aceptó la propuesta del intendente peronista Juan José Álvarez para sumarse a su gabinete en Hurlingham, donde convivió con Mario Oporto y Jorge Coscia. En ese cargo articuló medidas para armar un incipiente esquema de policía municipal. Pronto, se ganó la confianza del jefe comunal, cercano a Eduardo Duhalde, quien apadrinó su pase al Ejecutivo provincial. En 1998, fue designada por León Arslanian, ministro de Justicia y Seguridad bonaerense. Ante la conmoción por el crimen de José Luis Cabezas, Duhalde le había encargado a Arslanian implementar una profunda reforma policial.

Tres meses después de su nombramiento, Bullrich renunció por diferencias con Álvarez, a quien secundaba. Su salida provocó revuelo en el duhaldismo. Le reprocharon su alto perfil público o su accionar independiente y hasta la acusaron de “espiar” proyectos. En el entorno de Bullrich, en cambio, argumentaban que fue desplazada por las presiones de Menem.

Pese a los sondeos del Frepaso, de Carlos “Chacho” Álvarez, llegó al gobierno de la Alianza de la mano de Enrique Olivera. Atento a los consejos del “grupo Sushi” y Fernando de Santibañes, Fernando de la Rúa nombró a Bullrich como secretaria de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios, donde reportó a Ricardo Gil Lavedra. Ambos enfrentaron una crisis penitenciaria y relevaron a los jefes de las cárceles nacionales ante denuncias por connivencia con presos. A su vez, Bullrich acusó al menemismo de pagar sobreprecios en contratos para construir los penales de Ezeiza y Marcos Paz.

En octubre de 2000, tras el escándalo por el pago de coimas en el Senado durante la sanción de la reforma laboral, De la Rúa implementó una profunda reestructuración de su gabinete. De forma sorpresiva, promovió a Bullrich como ministra de Trabajo en reemplazo de Alberto Flamarique, uno de los apuntados por el caso de los sobornos.

En medio de un clima enrarecido por la espiral de la crisis, Bullrich se enfrentó a los sindicalistas cuando decidió el fin de la llamada ultraactividad de los convenios laborales o les reclamaba que exhibieran sus declaraciones juradas. Lidió con una ola de paros y las críticas por el desempleo, que se disparó por la recesión. Defensora de la política de déficit cero, Bullrich, junto a Cavallo y De la Rúa, implementó el ajuste del 13% a las jubilaciones y sueldos de estatales.

En ese contexto surgió una fuerte rivalidad con Hugo Moyano -la llamaba “la piba” o “marciana”-, con quien protagonizó un tenso contrapunto televisivo. Su alto perfil tensionó la relación con De la Rúa y sus allegados. A fines de octubre, en plena escalada del conflicto social, De la Rúa, en un gesto conciliador ante la presión gremial, dispuso su corrimiento del cargo. Bullrich dejó trascender que era víctima de una “conspiración”.

En el enroque de nombres, De la Rúa reubicó a Bullrich en Seguridad Social. No obstante, ella duró menos de un mes en ese puesto. Renunció por la falta de apoyo del presidente en su pelea con los ministros José Gabriel Dumón y Daniel Sartor, con quienes disputaba el manejo de planes sociales y tenía diferencias sobre la posición del gobierno frente a los sindicatos. Se fue del Ejecutivo pocas semanas antes del estallido social que provocó el “corralito”.

Tras la crisis del 2001, se sumergió en la política porteña. Aliada de Ricardo López Murphy, enfrentó a Macri y Aníbal Ibarra en la elección a jefe de Gobierno de 2003, en la que hizo una dura campaña contra el entonces titular de Boca Juniors. “Qué trompada me diste en el debate de 2003″, le diría Macri tiempo después.

En 2007, Bullrich volvió al Congreso gracias a una fructífera alianza con Carrió en las legislativas de 2007. Más temprano que tarde se convirtió en la mano derecha de la líder de la CC y una de las voces más resonantes de la oposición al kirchnerismo, sobre todo, en el debate por la controvertida resolución 125, un punto de inflexión para el sistema político. Irrumpió la era de la “grieta”.

Tras la derrota oficialista en 2009, lideró el armado del “Grupo A”, el frente de diputados opositores que le arrebata al kirchnerismo el control de la mayoría de las comisiones y logró una victoria simbólica en el recinto: la aprobación de la ley del 82% móvil para los jubilados. Ante las irregularidades en el Indec, motorizó el “IPC Congreso”, que recogía relevamientos de la inflación de las consultoras privadas. También promovió un pedido de juicio político a Amado Boudou apenas estalló el caso Ciccone y, al frente de la Comisión de Legislación Penal, citó a Alberto Nisman al Congreso tras la denuncia que presenta el fiscal del caso AMIA contra Cristina Kirchner por encubrimiento a Irán.

En 2015, encabezó la lista de diputados en la Capital, pero su candidatura terminó siendo testimonial, ya que Macri decidió nombrarla como ministra de Seguridad tras su triunfo en las elecciones. Su gestión comenzó con un severo error que casi le cuesta el puesto: el fallido anuncio de la detención de los prófugos del caso del triple crimen. Furioso, Macri le dio un ultimátum en Olivos, pero no le aceptó la renuncia. Mientas Cambiemos esperaba la “lluvia de inversiones” o un “segundo semestre” de bonanza económica, Bullrich se posicionó como la abanderada de la mano dura de Cambiemos. Enfocó su gestión en el combate del narcotráfico -logró una reducción del 30% de los homicidios en Rosario- y tuvo una relación tirante con su número dos: Eugenio Burzaco. Defendió con uñas y dientes al policía José Chocobar, condenado por matar a un delincuente en 2007. De hecho, impulsó la modificación del protocolo para el uso de armas de fuego para fuerzas federales de seguridad, por la que brotaron acusaciones en su contra por violación a los derechos humanos. Desde ese momento nació la doctrina “Chocobar”.

Luego, Bullrich atravesó un vendaval político por el caso Santiago Maldonado, que marcaría a fuego su mandato. De arranque, defendió el accionar de la Gendarmería y resistió la presión de los organismos de DD.HH. -discutió con Estela de Carlotto- y la oposición ante las denuncias por la desaparición del joven. También enfrentó el conflicto con los mapuches en Villa Mascardi y fue fuertemente cuestionada por el accionar de la Prefectura en el crimen de Rafael Nahuel. Tras las críticas externas e internas -Carrió dijo que las fuerzas la “engañan” y le “ponen droga” para que le encuentre - , chocó con Marcos Peña y se retiró del cargo con altos niveles de aprobación.

Habituada a posicionarse en el llano y reinventarse en política, Bullrich ensaya ahora un nuevo salto para volver al poder. Aún es un enigma el alcance de las secuelas en Pro de su divorcio político con Macri.

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