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Cuando hablar o escribir es un riesgo

Cuando hablar o escribir es un riesgo
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Una situación parecida (o peor) solo puede buscarse durante el auge de Cristina Kirchner en el poder, hasta que el auge se terminó y ella entró en las sombras de la política. También durante el apogeo de la expresidenta era riesgosa la opinión crítica sobre su gobierno; una tormenta promovida por los servicios de inteligencia solía caer sobre los críticos con acusaciones falsas, alteraciones de historias personales o filtración de información en poder del Estado sobre los ciudadanos. Con Javier Milei, el riesgo es que el Presidente se aferre a un micrófono o a X y les dedique los peores adjetivos a políticos, economistas o periodistas. “Es así. Le gustan los adjetivos”, dicen los que lo conocen. ¿Es así? Pobre explicación. Sus adjetivos son humillantes para el ofendido, y muchas veces difamatorios. Para peor, el enojo presidencial no se refiere nunca a cuestiones ideológicas, sino a rencores personales. La crítica política al Presidente, por más argumentada que sea, parece tocar la herida de una persona atormentada. Pero dejemos la psicología a los profesionales. Lo cierto es que le da lo mismo maltratar a Myriam Bregman o a Nicolás del Caño (ambos de partidos de una izquierda cercana al trotskismo) que a Ricardo López Murphy o Carlos Melconian –los dos predican ideas liberales desde hace más tiempo que Milei–. El caso más expresivo de esa predisposición del Presidente al insulto vulgar sucedió en la reciente cena anual de la prestigiosa Fundación Libertad, liderada en el mundo por el premio Nobel Mario Vargas Llosa, aunque el escritor no organizó ni estuvo en el encuentro argentino. El presidente argentino de la Fundación es Gerardo Bongiovanni, un dirigente que suele convocar a centenares de notables personas en las cenas anuales de la Fundación. En el encuentro de este año no estuvo López Murphy, viejo amigo de esa Fundación, porque Milei pidió que no fuera y porque tiene un antiguo enojo con el exministro. Bongiovanni dijo que López Murphy se autoexcluyó porque conoce la tara presidencial contra él. Pero López Murphy dio otra versión: “Milei pidió que no me invitaran”, aclaró. Si fue así, Bongiovanni se equivocó al aceptar esa condición. Melconian sí fue invitado y, en su discurso delante de él, el Presidente lo llamó “resentido” y “fracasado”. Melconian se retiró de la cena. En esa misma perorata, Milei calificó a López Murphy de “traidor” y “basura”. Suelen acompañar las ofensas del Presidente, con más ofensas, los trolls oficialistas de las redes sociales y los youtubers simpatizantes del mileísmo, que, según aseguran desde dentro del Gobierno, salen de oficinas oficiales. Así, la política se resuelve con las costumbres tumberas.

Melconian y López Murphy integran el grupo de pocos economistas que defendieron las ideas del liberalismo económico cuando la mayoría de los economistas prefería conservar sus contratos con las empresas privadas. El kirchnerismo presionaba a los empresarios para que despidieran a los economistas públicamente críticos de los zafarranchos de la época. Muchos de esos empresarios –por qué no decirlo– aceptaron tales presiones.

Milei no conoce la geometría del poder. Nada le es suficiente

El Presidente tiene también derecho a la libertad de expresión, pero debe usarla con la necesaria prestancia presidencial. El insulto barriobajero no es propio de la primera magistratura. También tienen derecho a expresarse, hay que señalar, los periodistas que coinciden con el jefe del Estado, pero sin olvidar nunca que son periodistas. El habitual método de Milei se agravó aún más cuando los mercados mostraron cierta impaciencia. La lista de periodistas agredidos es interminable si se la confecciona, a veces, con lo que dice o hace en solo una semana. Margaret Thatcher, tal vez la más destacada líder liberal del último tramo del siglo pasado, hizo esta referencia sobre el periodismo: “La información sobre los actos de gobierno es la mejor y más efectiva forma de control ante cualquier situación arbitraria”. Una lección oportuna para Milei de parte de una señora que tuvo más experiencia que él y con ideas muy parecidas a las de él.

El estilo presidencial formó parte de la supuesta crisis interna en Pro; es supuesta porque mostró la orfandad partidaria de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. En la asamblea de ese partido, más de 100 miembros suscribieron las posiciones de Mauricio Macri, mientras que apenas menos de 10 se quedaron con Bullrich. A Milei lo sedujeron esos números y en el acto intentó un acercamiento con Macri a través de Guillermo Francos. Macri estaba ayer en Londres, pero esperaba volver a tiempo para participar mañana de la firma del pacto mileísta en Tucumán. Cerca, no revueltos. Es la posición del expresidente. Por lo demás, sería superficial, y por lo tanto no cierto, limitar la disputa de Pro al terreno de la discordia personal o de las meras ambiciones de poder. Bullrich le quería entregar el partido en bandeja a Milei; lo dijo explícitamente el mismo jueves. La ministra, que es la persona de la política que por más partidos pasó durante los cuarenta años de democracia, aspiraba a una nueva excursión en otra organización política, La Libertad Avanza en este caso. Macri, fundador de Pro, se propone preservar a su partido porque no sabe si la nación política necesitará en algún momento una alternativa razonable al mileísmo para no caer de nuevo en Cristina Kirchner, Sergio Massa o Axel Kicillof. Hay, además, diferencias de fondo entre ellos. Macri acaba de decir: “Nuestro partido coincide con muchas ideas de Milei, pero es respetuoso de las instituciones y de las personas”. La alusión a la falta de respeto presidencial es obvia. Macri señaló recientemente sobre la postulación del juez Ariel Lijo: “La Corte Suprema debe estar integrada solo por jueces intachables, y Lijo no lo es”, se despachó. Hace pocos días, Macri le mandó un terminante mensaje al ministro de Economía, Luis Caputo, que fue también su ministro, sobre el incumplimiento por parte del Gobierno del fallo de la Corte que le ordenó a la administración central devolverle la coparticipación a la Capital. “Un gobierno no piensa ni espera ni averigua si debe cumplir con una resolución de la Corte Suprema. La cumple, simplemente”, le dijo, y luego Macri lo repitió públicamente. Lo cierto es que ni el gobierno de Alberto Fernández ni el de Milei le enviaron a la Capital los recursos que ordenó el máximo tribunal de Justicia del país. Pasó un año y medio. Las decisiones de la Corte Suprema no son de cumplimiento optativo; deben cumplirse. Discutir sobre eso es perder el tiempo. Caputo sigue pensando. ¿Dónde está la Patricia Bullrich que hasta hace poco defendía a los periodistas, la libertad de expresión, la independencia de la Justicia y los buenos modos en la discusión política? Se extraña a esa dirigente que había progresado desde la exploración inaugural de la política en las filas del más rancio peronismo, durante sus años juveniles, hacia la sensatez republicana en su madurez. ¿Cuál es la verdadera Patricia Bullrich?

La mayoría de los economistas encuentra que hay razones técnicas para el sobresalto de los últimos días en los mercados del dólar, de los bonos argentinos y del riesgo país. El ministro Caputo ya no cree en los mercados. “¿Dónde vive José Mercado?”, suele chicanear. Justo él que nació y se formó en los mercados internacionales. Los otros economistas recuerdan que Milei prometió salir del cepo al dólar a mitad de año, y que Caputo prometió que cuando se aprobara la Ley Bases empezaría a bajar el impuesto PAIS para las compras en el exterior, ya sean de turistas argentinos o de empresarios argentinos que necesitan adquirir insumos para sus empresas o para el campo. No sucedió lo que prometió Milei ni lo que anunció Caputo. Nada. La conferencia de prensa de Caputo con el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, solo ratificó que no pasaría nada nuevo por ahora. No existe un empresario industrial argentino, grande, pequeño o mediano, que diga que no tiene problemas cotidianos con el cepo al dólar. A esos problemas técnicos (también existen otros) se les agregó la constante vocación por la pelea del Presidente con importantes líderes extranjeros. Lula podrá gustar o no, pero es el presidente de Brasil, el socio comercial más importante de la Argentina. Este fin de semana, Milei estará en Brasil acompañando en un acto a su amigo Jair Bolsonaro, el peor enemigo de Lula, mientras faltó a la reunión en estos mismos días, en Paraguay, de los presidentes del Mercosur. Debe ser una de los pocas veces, si no la única, que un presidente argentino no asiste a una reunión de presidentes de la alianza comercial del sur de América.

Milei no conoce la geometría del poder. Nada le es suficiente. Aunque gran parte de la prensa seria es comprensiva de muchas de sus políticas, la crítica está prohibida en su universo conspiranoico. Su condición de outsider lo alejó de la lectura de la historia política; no sabe, por ejemplo, que toda carrera política tiene luces y sombras. Y que cuando el crepúsculo se abate sobre un político, nadie se olvida nunca de lo que hizo y dijo en su hora de gloria. Borges: “Solo una cosa no hay. Es el olvido”.

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