Luis Scola: “Ahora intento ser Elon Musk, como antes intentaba ser Michael Jordan”
La leyenda del seleccionado, íntima y reflexiva: la filosofía empresarial para conducir su club en Italia y los valores familiares con cuatro hijos que respiran básquet; las enseñanzas de Messi y Scaloni
No es Luis Fabián, es Luis Alberto su nombre. Pero para todos es ‘Luifa’ Scola. El fútbol, que aparecerá decenas de veces durante la charla, asume la explicación: el apodo se lo debe al Luifa Artime, el voraz goleador que hoy gestiona y preside a Belgrano, a un club… Vaya coincidencia. El alias nació en la adolescencia, entre consolas de video y la play station… casi otra era. En cambio, no hace tanto que dejó de jugar, apenas tres años, y sin embargo él mismo toma distancia de la leyenda. “A medida que pasa el tiempo me desconecto más de ese basquetbolista que fui. Cada día es más lejano y se va borroneando”, anticipa sin melancolía desde la oficina de CEO y socio mayoritario del Pallacanestro Varese, su club en Italia. “Tampoco extraño jugar, lo que extraño es jugar bien. Porque sigo jugando, pero ya no es lo mismo. Es comprobar que ya no puedo hacer cosas que solía hacer…”, acepta. Y se confiesa en una anécdota reciente…
“Hace tres o cuatro meses teníamos a un jugador que no venía jugando, debía ponerse en forma, faltaba uno y jugué. Perdí, pero casi le gano… y me regaló un elogio porque tiré el triple para ganar y casi ganamos. Pero como que no me gustó… Yo por dentro tenía bronca porque sabía que 15 años atrás… ¡otra que me iba a elogiar, él salía llorando de la cancha! Por dentro me mordía, y a la vez no me gustaba que se me hubiese cruzado ese típico razonamiento de exjugador que piensa ‘si éste supiera…’, pero es parte de todo lo que hay que asumir”. No hay resignación, lo cuenta con humor Scola.
–Cuando todavía jugabas, decías que tras el retiro ya ibas a tener tiempo de analizar tus récords, repasar tus estadísticas…
–Y no, no, no pasó nada de eso. Cada tanto aparecen recuerdos, por las redes sociales, ante determinadas fechas, y me parece divertido ver algunas imágenes, no es que tengo un rechazo ni me tapo los ojos, pero ahí termina. No hay nostalgia ni revisión. A veces mis hijos me preguntan algo, les contesto, y ahí termina.
–¿Tus hijos tienen claro quién fuiste? Por ejemplo Lucas, el más chico, de 12 años…
–Habría que preguntarles… y yo no lo hago. Nunca les hablo del tema y ellos me consultan poco. Cada tanto me tiran un ‘jugaste con Tal, hiciste tal cosa...’ Lo cual me hace sospechar que no saben mucho, especialmente el más chico… La realidad es que la gente se va olvidando, la gente pasa de página. Y positivamente lo digo, es así y está bien. No pasa nada. Los chicos que nacieron 10 años después de Atenas 2004 no saben qué pasó, ni tienen por qué saber ni les importa. Hay otros ídolos, otras personas. No creo que los amigos de mis hijos les estén preguntando cosas mías, no. Si vas hoy a un partido de mini básquet en la Argentina y preguntás por Campazzo, lo conocen todos. ¡Pero preguntá por Montecchia y fíjate cuántos lo conocen! Y después preguntá por Milanesio, y después por Cortijo, y después por Raffaelli, por Oscar Furlong…Y ese proceso va pasando con todos. Con algunos, como Manu Ginóbili, tardará muchísimos más años, pero pasa con todos. De algunos no se olvida nadie, de Pelé, de Maradona, de Messi, y quizás Manu ingrese en esa categoría, pero del resto la gente se va olvidando con la llegada de los nuevos y así tiene que ser. Es parte del proceso.
–En una entrevista con LA NACION, Gabriel Batistuta dijo: “Estoy preparado para que ya no me recuerden”. ¿Vos le temés al olvido?
–A ver… No vas camino al olvido, sino que esa parte de tu vida va camino al olvido. Y ahí discrepo entre lo que vos entendés por Luis Scola y lo que yo entiendo por Luis Scola. Vos entendés por Luis Scola a un jugador de básquet y estás interesado por recordar eso que pasó, pero esa es una parte chiquitita de mi vida. Luis Scola, desde mi óptica, es un papá, un empresario, un esposo, un marido, una persona que tiene intereses, que juega al ajedrez, que le gusta la computadora, que mira esto, lo otro, y que en un momento de su vida jugó al básquet. Mucho, sí. Ese Luis Scola, el que ves vos, va inexorablemente al olvido. Pero el Luis Scola de mi lado, el total, no va al olvido: mis hijos me van a recordar hasta el último día, mis nietos me van a recordar, mis amigos me van a recordar, la gente que trabaja conmigo me va a recordar y demás. Ahí hay una discrepancia, casi con abordaje psicológico.
La gente tiende a ponerte en ese lugar constantemente y yo, sin animosidad ni bronca, intento ponerle un freno a eso porque llegamos al punto de que la gente te habla en pasado: ‘Uhhhh, yo te quería tanto’, te dicen. ¡Pero si estoy vivo, no meto puntos, no meto rebotes, pero podés seguir queriéndome! Pero en el ojo de ellos hay un Luis Scola que nació y murió. Pero no es el mismo Luis Scola, estamos hablando de dos personas distintas. Y yo lo tengo que separar. Me fui por las ramas, quizás, pero yo no voy al olvido, esa parte de mi vida va inexorablemente al olvido.
–Necesitás tenerlo claro para reinventarte, sino, a tus 44 años estaría todo acabado. Pero convengamos que a muchos deportistas les cuesta el día después.
–Si yo no lo entendiese, tendría la tendencia a pensar que me estoy muriendo, que estoy desapareciendo. Como no puedo jugar más al básquet, entonces todo se acabó. Y ese sería un problema. Y lo es para muchos deportistas que se retiran, porque ser deportista es increíble, pero asumir el final para muchos puede ser muy amargo. Mirá, yo encaré mi carrera tratando de ser el mejor basquetbolista del mundo, y no logré serlo, pero sí alcancé un montón de cosas. Bueno, ahora, en lo que estoy haciendo, también intento ser el mejor del mundo. Yo ahora intento ser Elon Musk, como antes intentaba ser Michael Jordan. No fui Michael Jordan y no voy a ser Elon Musk, pero voy a intentar ser el Luis Scola de los negocios y generar un nivel de éxito parecido. Después, si lo conseguiré o no, será otra cosa, pero yo estoy tomando la segunda parte de mi vida con la misma intensidad que la primera. La única diferencia es que vos no la ves, que no se transmite en vivo todos los domingos.
–¿Y dónde nace el CEO que sos hoy? ¿Ya estaba hace años y solo esperaba el retiro del jugador?
–No lo sé si llegó a convivir con el jugador… Al principio de mi carrera, desde ya que no. Cuando empecé a planear qué iba a hacer después, descubrí que yo quería encabezar un proyecto de básquet. Yo tengo mucha atracción por lo que es expandir, crecer, mejorar y hacer cosas nuevas. Siento admiración por esa gente que logra hacer cosas que nadie antes hizo, o que pensábamos que eran imposibles. Tengo fascinación por esa gente que dice ‘voy a cambiar el mundo’. Que haya algo que parezca que no lo puedo hacer y, con el tiempo, consigo hacerlo. Yo quería gestionar una compañía, un grupo de gente, un proyecto, y liderarlo. Dentro del básquet, pero con la veta de la gestión, en el área corporate más que el área deportiva.
–¿Y es más difícil que jugar? El futbolista que luego es DT suele confesar que esa nueva tarea es más compleja y demandante.
–Puede ser que el jugador represente la pirámide invertida, donde solo tiene que ocuparse de sí mismo. Ya el entrenador de básquet tiene a 10 jugadores, y nosotros [la dirigencia] tenemos a todo el equipo, más los entrenadores, todo el staff, toda la oficina y las relaciones institucionales, como también los sponsors, prensa, tickets, etc. Se podría ver de esa manera. Pero, pero, el nivel de intensidad y velocidad al que está sometido el jugador es inversamente proporcional. El nivel de impacto que tiene el jugador es fabuloso: en un segundo puede cambiar el destino de toda la compañía. Cuando vos te movés para arriba, el entrenador tiene en una semana el poder de cambiar el destino de la compañía; y cuando mirás al manager, tiene en un año la posibilidad de cambiar ese destino; y cuando apuntás al CEO, tiene en un proyecto de 5 años la posibilidad de cambiar el destino de la empresa. La velocidad del impacto es mucho más lenta. No creo que sea uno más fácil que el otro, son distintos. Si el jugador sufre un poco la esclavitud de la actividad –no es la palabra más feliz esclavitud–, pasar a entrenar te ocupa todavía más tiempo, te lleva a viajar aún más, y si te echan tenés que buscar otro equipo, mudarte… Todo esto, para mí, fue la razón clave por la que siempre descarté de lleno ser entrenador. Resumo: darle a un jugador la última pelota para que te saque campeón, o que patee el último penal, tiene un nivel de intensidad que el entrenador no tiene, y el manager tiene menos, y el CEO mucho menos. Ellos ya no tienen esa posibilidad… ni esa presión.
–El gerente de marketing de la AFA tiene meses para abrir mercados en el planeta, pero para Gonzalo Montiel era ese penal y ese instante en la final del mundo…
–¡Exacto! Y si fallaba ese penal, entre otras cosas que se caían, estaba esa campaña de marketing del gerente. Esa misma campaña de marketing, con el dedo sobre el enter para mandar al mundo, tenía un valor de 100 mil millones de dólares si lo metía, y de 15 si Montiel lo erraba. Y eso lo tiene el jugador, nadie más.
–¿Cómo te llevás con los límites? Sos Scola… ¿Cómo reprimís darle un consejo o sugerencia sobre el juego al entrenador de la primera de Varese?
–Voy aprendiendo, voy mejorándolo con el tiempo. Podría haberlo hecho mejor al principio y creo que lo estoy haciendo mejor ahora. Pero también hay que entender que cada rol y cada toma de decisiones encierra un montón de cosas. Voy a un ejemplo. Nosotros elegimos a los jugadores de una manera particular: nosotros le llevamos al entrenador una lista corta de tres jugadores. Y a algunos entrenadores esto no les gusta tanto porque ellos quieren elegir a los jugadores, y nosotros estamos de acuerdo con eso, pero, el problema, es que por cada jugador nosotros le dedicamos entre 20 y 30 horas, entre cinco y seis personas. Hay muchas horas de trabajo atrás de una decisión, que si no se las dedicás, tu decisión es peor o está menos preparada.
En la relación entrenador-jugador pasa lo mismo: el entrenador sale con un plan de entrenamiento y el jugador se lo quiere discutir, pero el entrenador lleva una semana mirando videos del rival para decir lo que deben hacer y el jugador en un día se lo quiere cambiar. Bueno, cuando vos vas llevando esto para arriba, pasa lo mismo. Una persona puede tener mucha preparación para tomar una decisión, pero el trabajo previo para tomar esa decisión es innegociable. Y eso es importante entenderlo: vos podés estar más capacitado, pero porque no tuviste tiempo o porque tu rol te requirió que hicieras otras cosas, no le pusiste trabajo previo a tu decisión. Entonces la decisión de una persona con menos capacidad, pero más trabajo previo, va a ser mejor. Entender esto genera muchas cosas buenas.
–Uhhh… y lo egos…
–Sí, sí. Además aparece un conflicto de intereses: el entrenador necesita ganar, nosotros le estamos pidiendo que gane, pero el club tiene otras medidas para definir un refuerzo, por ejemplo, el presupuesto. El entrenador va a buscar siempre al mejor, y el mejor va a ser siempre el más caro. Y el más caro va a estar por encima del máximo que el club puede pagar. Seguramente el entrenador tiene más capacidad que aquellos que hacen el trabajo de los seguimientos, pero nosotros le decimos: ‘bueno, ok, entonces vos tendrías que hacer las 30 horas, porque las 30 horas se tienen que hacer sí o sí’. La propuesta es que nuestro equipo de 5/6 personas absorba lo que el entrenador quiere, lo identifique, y él confíe en que los tres jugadores que le ofreceremos son los que él quiere para la realidad club. De la misma manera que el entrenador, cuando propone un ejercicio, el jugador confía en eso porque su entrenador lleva horas y horas observado al rival. El jugador confía porque él no se puso 20/30 horas a mirar al rival. Es lo mismo. Esa horizontalidad es clave.
–Pablo Prigioni está en la NBA y también intenta llevar el juego de la selección al moneyball, pero ha recibido cuestionamientos. ¿Está el básquet argentino preparado para entenderlo?
–Es un sistema fuertemente aplicable, pero no solo en el básquetbol, en cualquier ámbito. El moneyball es un sistema de toma de decisiones Data Driven, guiado por data y por análisis. La gente confunde el moneyball con correr mucho y tirar. Correr y tirar, y los triples, son la consecuencia de lo que nos dice la data, pero si la data dijera otra cosa, eso sería lo que estaríamos haciendo. Esto parece un technicality pero es muy importante de entender porque la gente te dice ‘¿si vos tenés a un tipo que te mete 1000 de tiros de dos largo no lo vas a hacer tirar?’ Si yo tuviera a un tipo que mete 10 de 10 de tiros de dos largo la data me diría que ese tipo tiene que tirar, entonces tomaría esa decisión, porque eso significa el moneyball. Desde ese punto de vista no hay discusión. Siempre las decisiones de Data Driven son mejores que las decisiones de la percepción, en el peor de los casos pueden ser iguales. Hay gente que por percepción puede tener un ojo tan aceitado y tan entrenado que tiene un ojo Data Driven sin saberlo. Pero nunca hay que negar la data, la data siempre tiene razón porque entre otras cosas te habla del pasado, no te habla del presente, te habla de lo que ya pasó y predice lo que va a pasar, pero no con un 100% de efectividad, y ahí está el desafío y la oportunidad. Cuando yo te digo que un tiro tiene 80% de chanches de entrar, no me mires las dos veces que salió porque está dentro de la estadística, de hecho, vos me tendrías que objetar más si entró las 10 veces ese tiro…. porque faltan dos erradas. Esta es una graficación grosera, claro. Los números no se equivocan nunca, hay que saber buscarlos, saber interpretarlos y tener un aproach Data Driven para la toma de decisiones, sea de la parte deportiva como de la parte empresarial. Es la única forma de gestionar, en mi forma de ver.
–¿Y ese intangible que es el olfato, la intuición?
–Vamos al fútbol: ¿qué es el olfato goleador? Que estás en el lugar indicado en el momento adecuado… Bueno, eso está reflejado en la cantidad de goles, en la cantidad de oportunidades, en la cantidad de veces que pateó al arco… Siempre hay un número. Todas las cosas que tengan influencia en el partido se reflejan numeralmente en alguna parte del juego; después hay cosas que estadísticamente son muy difíciles de encontrar… como la química, el coraje… Pero aun así, se puede, porque si hay una persona que tiene mucha química de vestuario, vas a ver que esa persona gana más partidos que otras… Los intangibles, en realidad, y en rigor, son tangibles, tienen algo donde vos podés confirmar eso que creés, percibís. Es posible que no tengamos la tecnología para certificarlo, pero en algún lugar está.
Me dicen intangible y yo los desafío… ¿Qué te genera este jugador?, pregunto. ‘Tiene mucha experiencia’, me dicen. Y los jugadores de experiencia, en los momentos difíciles, saben cómo comportarse en equipo… Y entonces medimos el impacto de esos jugadores en los partidos de más/menos 3 puntos, en sus últimos 100 partidos... Hay una manera de medir todo, puede ser perfecta o parcial, pero siempre se pueden medir las cosas.
–En Varese estás desarrollando tu proyecto, lejos de Argentina. ¿Tenés como meta hacerlo alguna vez en tu país?
–No lo descarto para nada, creo que puede pasar, me gustaría en algún momento probar esa situación, no sé, alguna vez lo hablamos con un excompañero… Estaría bueno ir a Ferro y hacer algo ahí porque yo jugué… Pero lo que realmente a mí me empuja mucho es la selección, yo tengo un cariño muy grande, un amor muy grande por la selección y eso claramente es lo que a mí más me empuja. Siempre está en el fondo de mi cabeza, pero no lo veo realizable en el corto plazo. Primero, porque estoy bien este proyecto de Varese, que es a largo plazo y no lo voy a abandonar. Y tampoco creo que gestionar la CAB [Confederación Argentina de Básquetbol] sea compatible con ninguna otra actividad, y esta es una las diferencias más grandes que tengo con el mundo del básquet argentino. Es un trabajo full time, y hoy yo estoy acá, y eso ya me descarta para los próximos años. Después, con respecto a volver a la Argentina, hoy estamos en Italia, estamos muy bien, mis hijos son adolescentes y están acá muy bien. Y eso también me deja afuera de combate por los próximos años, pero para algún momento no lo descarto. Estaría bueno.
–Cuando se escuchan proyectos para que haya franquicias europeas en la NBA, ¿te gusta la idea?, ¿es una locura?
–No, no me parece una locura, me encanta, es mi sueño máximo. Cuando te hacía aquel parangón de Michael Jordan-Elon Musk, sería como establecer un paralelismo entre mi carrera como jugador a llevar a Varese a que el día de mañana sea parte de la NBA.
–O llevar a una franquicia argentina a la NBA…
–Bueno… Eso sería realmente increíble, sería increíble… ¿Te acordás cuando te mencionaba aquello de lograr cosas que nadie hizo antes…? Pero lo veo más lejano, en cambio lo otro lo sueño porque hoy yo estoy acá, en Europa.
–Y si lo conseguís, habrás alcanzado a Elon Musk…
–… Sí, sí, ahí realmente sí, jajajaja.
Al pie de los Alpes, en la región de la Lombardía italiana, la ciudad de Varese atrapa con su encanto medieval. “Si alguien entra en mi casa no se da cuenta que allí vive Luis Scola, pero sí podrá advertir que vive una familia del básquet: hay muchas zapatillas de básquet por todos lados, hay muchas pelotas de básquet, hay una mini canchita de básquet, hay cuatro chicos que juegan al básquet y, en definitiva, hay mucha gente alta ahí… pero no se darían cuenta de que vivo yo”. No hay testimonios de la celebridad, sí de una pasión por el deporte que lo llevó por el País Vasco, por Asturias, por Houston, Phoenix e Indianápolis y por las lejanas Taiyuan y Shangahi, en China, hasta anclar en Italia, donde los herederos quieren escribir su propia historia.
Cuatro hijos tiene Luis Scola, con su mujer Pamela. Todos varones, todos juegan al básquetbol en Varese: Tiago, Tomás, Matías y Lucas, de 17 a los 12 años.
–Las veces que habrás escuchado ‘¿Y?, ¿Qué tal juegan tus pibes?’
–Y… es difícil, aunque no sufro tanto con eso porque contesto algo de casete… Sufro más ante la posibilidad de que ellos la pasen mal, me da mucho miedo de que ellos se sientan presionados. La gente es cruel, es cruel. Pasan cosas que no me divierten. Mirá, por ejemplo, esto sucedió hace unos años… Mis chicos jugaban en mini básquet y ahí los padres de uno y otro equipo se mezclan. Y se daban situaciones como esta: ‘Che, ¿cuál es el hijo de Scola? Ése, ése que está ahí. Ahhhhhhhhhh, pero no sacó ni un gen...’ ¡En mini básquet! Lo viste dos segundos, ¿tenés el ojo biónico?, ¿Quién sos, Phil Jackson? Y aun si fuera cierto, ¡qué comentario dañino! Lo escucha un amigo, un familiar, me lo cuenta y me hace sentir mal a mí… ¡Qué ridículo! Esas cosas me dan un poco de miedo. Y también me incomoda que, como los cuatro juegan para Varese y nosotros tenemos programas con muchas reuniones, data y análisis, cada tanto aparecen sus nombres sobre la mesa cuando tenemos que ver quiénes van a entrenar a una categoría superior, o quién sale de las rotaciones… y eso no me gusta, siento la incomodidad en la sala, aunque todos respetan que yo soy muy justo y todos saben que nunca les regalé nada.
–Y aparece el riesgo de la injusticia: cómo no ser más severo por miedo al qué dirán…
–… Y los castigás, claro, los castigás. Sí. Está claro que no les quiero hacer un daño, pero yo tengo esa tendencia de exigirles más que a los demás.
Hincha de River, pero ya sin fanatismos, el fútbol se vuelve cómplice en muchas respuestas de Scola. Le resulta un vehículo para ser didáctico. Y un nombre, el de Lionel Messi, al que trató esporádicamente en algún cruce casual, el que una vez lo fue a ver en un partido de Indiana Pacers. Y al que Luifa siempre defendió cuando la Argentina mantenía a Messi bajo sospecha. “No lo podía creer, no lo podía entender… Me generaba incredulidad el trato que le daban. En algún punto, acepto, era hasta interesante: ¿qué provocaba que una sociedad tomase esa postura?”, retrata hoy Luifa. Aliviado.
–¿Festejaste doble en Qatar? ¿Por el título y por la ‘reparación histórica’ que disfrutó Messi?
–Me puse contento por él, por todos, me caen muy bien. Pero Qatar, especialmente, a mí me trajo una sensación de tranquilidad: finalmente está todo en orden. Uno cree en ciertas cosas… En la corta puede pasar cualquier cosa, Messi puede jugar un partido mal… pero a la larga, las cosas se acomodan y cada uno termina recibiendo lo que le corresponde. Y Qatar me trajo esa tranquilidad, porque fue un mantra que yo llevé a lo largo de toda mi carrera de jugador, y mantengo hoy: hagamos las cosas bien, todo alrededor se va a mover de una manera irregular, pero la línea del medio te va a llevar para dónde vos querés ir. Y eso, para mí, es muy importante. Y cuando pasan cosas que lo desafían te genera incomodidad, pero cuando se acomoda, sobre la hora, digamos, en el último Mundial de Messi –aunque vaya a saber sin será el último–, te trae esa tranquilidad de poder decir, ‘¿viste? El mundo está en orden’.
–Siempre le distinguiste a Messi su lejanía con la cultura tan argenta de la viveza criolla…
–Yo creo en los valores que él representa. Y a mí me gusta que a la gente que representa esos valores le vaya bien. Después está el chiquitaje, un mal partido… porque la gente viene y te tira el archivo: tal error, un gol con la mano… Pero Messi no usó nada de eso de manera sistemática. Él usó su talento, su inteligencia, su esfuerzo, su entrenamiento, y todo eso lo llevó a ser quién es hoy. No llegan los vivos a ser los mejores del mundo. Sin ponés el foco en la viveza, no llegás a ningún lado. El segundo gol de Diego a los ingleses es el que define su carrera, no el primero. Ahí están su talento y su valentía. Agarrar un cachito a un defensor, arrancar un poquito antes que el rival… eso, en la chiquita, te puede dar una pequeña ventaja, pero vos no salís campeón por eso… sino por todo lo otro. Y eso otro te ocupa el 95% de quien sos, y lo otro podrá ser el 5, o el 3, o el 1%. Entonces eso te marca el nivel de esfuerzo y recursos que vos le debés volcar a cada cosa. Porque eso es lo que te va a llevar a una final del mundo, y allí, quizás, puedas tener alguna viveza. Si invertís la carga, no.
–Alguna vez se buscó enfrentar a los ‘perdedores’ del fútbol con la Generación Dorada. Ustedes sí podían ser ejemplares aunque también habían caído en una final del mundo (2002).
–Yo creo, siento, que la gente valora las formas y el legado. Y por eso, y me resulta más cómodo usar a otros que a nosotros mismos, este equipo de Scaloni tiene el éxito social que tiene, tiene un éxito mucho más grande que otros campeones del mundo porque promueven más que jugar al fútbol. Promueven esto: los valores son importantes, las formas son importantes y generan un plus. No podés perder todos los partidos y ser un equipo ejemplar y lograr que todos te quieran, no. Pero campeón contra campeón, vas a tener un mejor recuerdo del campeón que atesore más valores. Y equipo perdedor con equipo perdedor, vas a tener menos bronca con el equipo que acumule mejores ejemplos. Después, ganar siempre va tener un peso altísimo.
–Fuera de un Mundial desde 1982 y ausente de los Juegos de París, algo que no sucedía desde 2000. ¿Cómo viviste como espectador el Mundial 2023 y estos Juegos Olímpicos sin la Argentina?
–Fue raro, no me sentí muy cómodo. El Mundial lo vi como embajador, estuve ahí oficialmente. Pero fue raro. El Juego Olímpico lo vi por tele… aunque estuve en París, pero no fui a la cancha. No quise ir. Con respecto a la selección y verla jugar… y me costó. La veo por tele solo, siempre, no me gusta verla con gente. Y no lo disfruto, la paso mal. El día de Dominicana, que perdimos en Mar del Plata para ir al Mundial, yo estaba en mi campo, en Castelli, a dos horas de Mar del Plata. Estuve todo el día debatiéndome si ir o no ir. Me insistió Facu [Campazzo] todo el día para que fuera y a las 5 de la tarde, que era el límite para salir y llegar, me vestí, me subí al auto… y me bajé. Y me metí en la casa. No fui. Lo vi por tele. No pude ir, todavía no pude hacer eso, no pude romper esa barrera.
–Alguna vez dijiste que después de Sydney 2000 nadie podía pensar que en 2004 la Argentina sería oro olímpico. ¿Ves hoy potencial/estructura para soñar con recuperar esa competitividad en un lapso de tiempo similar?
–Sería una locura decir que en 5 años vamos a salir campeones olímpicos, al mismo nivel que era decirlo en 1999. Pero yo no creo que tengamos que pensar en salir campeones olímpicos, sino en construir un proyecto para el máximo nivel mundial y crecer. Y así, eventualmente, vamos a llegar a un buen lugar. Pero es indispensable el proyecto; sin él, incluso, puede llegar a ser imposible pensar en jugar otros Juegos Olímpicos. Y largo plazo es largo plazo. Lo que hay que entender, antes que nada, es nuestra realidad: qué somos y qué queremos ser. Detectada esa brecha, a partir de ahí, construir.
–Hay jugadores que se van de la Argentina muy chicos a Europa. ¿Creés que es preferible una formación más paciente en la Liga Nacional o está bien que se vayan aunque jueguen en cuarta categoría en España o Italia?
–Los chicos tienen que irse, las estructuras de desarrollo son mejores en Europa o en los Estados Unidos que en la Argentina. Los chicos no pueden perder esos años de desarrollo en unas estructuras peores. Los que tienen la oportunidad deben tomarla. Y, además, hay un valor agregado que son los derechos formativos: la mayoría de los países europeos importantes te dan los derechos de formación, que te permiten jugar como oriundo, como jugador nacional. Y eso tiene un valor muy grande porque te amplía el mercado drásticamente.