Días de prófugos, un escritor de lo sórdido
Libros, series, películas y un montón de cosas de las que aferrarse en medio del desconcierto.
Uno. De compromisos, de conversaciones pendientes, de alguna responsabilidad insoslayable, de alguna felicidad clandestina, de trámites pesados, de una amplísima gama de dolores, de recuerdos, de miedos sin nombre, del amor, de los vaivenes del duelo o del cuerpo, de fantasmas, de los otros, del otro, de encuentros que podrían ser hermosos y potencialmente arrasadores. Todos, empezando por Sam, la protagonista, escapan de algo en Alguien en algún lugar, una de las mejores series de los últimos tiempos. Una historia discreta, agridulce y llena de prófugos, que acaba de terminar después de tres temporadas divinas y está disponible en Max. Como si se riera en secreto de las grandilocuencias, la historia transcurre en un pueblo mínimo de Kansas que se llama, ejem, Manhattan –en pocas cuadras campo, casas bajas, banderas de Estados Unidos por todos lados– y se concentra en Sam y su entorno, un grupo de parias encantadores que intentan ser alguien en algún lugar y al mismo tiempo dejar de lado esa fuerza que podría llegar a aplastarlos. Sin fugas a puro vértigo como en las películas de acción, ni tiroteos, ni saltos desde alturas infartantes, ni trenes que se van en el segundo justo, Alguien en algún lugar prefiere el susurro, la inquietud sutil, el acento en el lugar común y más humano de todos: la sucesión de los días o ese tironeo inexorable entre aquello de lo que escapamos casi sin darnos cuenta y eso otro de lo que nos encantaría huir.
Dos. En el podcast que suena en mis oídos hablan de un prófugo de Manhattan, un joven que a plena luz del día mató de un tiro al presidente de una compañía de seguros médicos y huyó (con el tiempo sabremos que se llama Luigi Mangione, será visto como un justiciero anónimo, se convertirá en remera, encenderá debates, despertará pasiones). Por ahora es alguien que se escabulle por las calles abarrotadas de Nueva York y nadie encuentra. Pienso en ese escape, en esa adrenalina, en ese lugar –¿del cuerpo? ¿del corazón?– donde cada uno aloja sus fugas y sus ansias de escape. Escucho la historia mientras hago ejercicio. Por primera vez en 42 años, me anoté en un gimnasio. Una huida cotidiana, contenida, rígida. Una fuga entre cuatro paredes. Suelo ir cuando cae la tarde, cuando el día también empieza a escaparse. La primera vez, un poco desorientada en ese universo bastante remoto para mi vida torpe, le digo al instructor que quiero moverme, que prefiero la cinta o las máquinas que implican algún ejercicio aeróbico antes que las que proponen levantar peso. Me lleva ante un aparato que al principio me cuesta descifrar. Dice que se llama elíptico –sí, el nombre me alucina de entrada–, se sube y lanza: “Con esto prendés, con esto apagás, con esto podés subir o bajar la intensidad. Vení a verme en 40 minutos”. Como un maestro zen involuntario –fugitivo a su modo, también– desaparece. Escapista de alma, pero también obediente, empiezo a moverme con dudas hasta que, con el paso de los minutos, encuentro un ritmo más o menos parejo. Me gusta la cadencia del elíptico, me gusta la elipsis que me ofrece, esa zona de promesas huidiza, módica y constante de ser alguien en ese lugar y al mismo tiempo desaparecer completamente.
Tres. “Heredé de mis antepasados las ansias de huir”, Alejandra Pizarnik. Lo leo al comienzo de Tarántula, el nuevo libro de Eduardo Halfon (abajo les cuento más). Alguien que en los últimos años ha hecho de la huida –de ese vivir todo el tiempo en “una especie de diáspora”, como me dijo por acá– un auténtico proyecto literario. Otra de las lecturas que me acompaña por estas horas, La dificultad del fantasma, de Leila Guerriero, también tiene en el centro a dos fugitivos. Uno es Truman Capote, que escapó de su vida agitada en Nueva York y se instaló en la Costa Brava española para poder escribir A sangre fría, su obra cumbre. La otra es la propia Guerriero, que después de terminar su imponente libro La llamada, necesita huir y va hasta ese lugar con la excusa de escribir sobre ese Capote espectral. Una periodista que tiene diálogos imposibles con supuestos testigos que vieron o conocieron a Capote por aquellos años; alguien que lee, escribe intentando descifrar huellas evanescentes y sobre todo corre a diario alrededor de una casa misteriosa que es también su propio punto de fuga.
Cuatro. Una tarde más en el elíptico, una vez más prófuga. De repente me acuerdo de Alguien en algún lugar, de la risa triste de Sam y de sus amigos: en la última temporada se juntan a hacer deporte, a poner en primer plano sus cuerpos. Pasa el instructor, saluda con un pulgar arriba y sigue. El gesto inesperado me obliga a levantar la vista. Noto que somos varios y varias subiendo y bajando a tientas, pedaleando, estirando, corriendo como si no hubiera nada más en el mundo que una cinta anodina en movimiento y unas piernas resignadas. Entonces, como una de esas nubes inoportunas que tapan por un rato el sol y empalidecen la luz, me invade la inquietud: ¿de qué nos estaremos escapando sin darnos cuenta? ¿De qué nos encantaría huir?
Empieza una nueva edición de Mil lianas. Un escape virtual cada viernes, una posibilidad.
1. Tarántula, de Eduardo Halfon. “Todo es verdad y todo es ficción, esa es un poco mi regla”, dice el escritor guatemalteco Eduardo Halfon en esta entrevista reciente con Hinde Pomeraniec para su podcast Vidas prestadas. El autor, que en rigor nació en Guatemala pero se fue con sus padres a vivir a Estados Unidos cuando era niño y vive desde hace años en un nomadismo permanente que lo llevó a París y ahora a Berlín, se refiere en esa charla a Tarántula (Libros del Asteroide, 2024), su nueva novela. Pero también a su particular búsqueda narrativa. Es que la mayoría de las historias que cuenta en sus libros tienen como protagonista a un tal Eduardo Halfon quien, lejos de pensarlos como tierras lejanas, se mueve con fluidez entre dos escenarios vecinos: la memoria y la imaginación.
En el caso de Tarántula, la historia bucea en un episodio de la infancia. Eduardo Halfon y su hermano son dos chicos de origen guatemalteco que viven en los Estados Unidos. En un momento, sus padres deciden que es hora de que vuelvan por un rato a Guatemala, para pasar unos días en un campamento especialmente diseñado para niños judíos en un bosque del altiplano. Son los ‘80, son tiempos tormentosos en el país, son dos preadolescentes que se fueron olvidando del español porque hace rato que viven y hablan en inglés. Lejos de cualquier idilio, a poco de llegar el campamento empieza a revelarse como un lugar repleto de misterios y de personajes siniestros. Entre esa lengua esquiva, el vértigo que siempre viene adherido a las experiencias iniciáticas y una serie de sucesos terroríficos, los Halfon deberán ver cómo hacen para sobrevivir.
Tanto peso tienen esos episodios en la vida del narrador, que van a pasar muchos años –y también algunas fugas en su vida nómade– para encontrar un modo de narrarlos. Escrita con esa simpleza muy pensada y moldeada a pura precisión que caracteriza a Halfon, Tarántula indaga en lo memorable, en la materia difusa e insistente del pasado, en la identidad, en lo verdadero y, una vez más, en esa imaginación activa y poderosa que ilumina todo eso que no se puede dejar de recordar.
Tarántula, de Eduardo Halfon, salió por Libros del Asteroide. Más lanzamientos editoriales de diciembre, en este enlace.
2. Ciclo Kaurismäki. Arriba hablábamos de huidas y el cine de Aki Kaurismäki podría pensarse también como un gran catálogo de fugitivos. Este mes, por suerte, la plataforma Lumiton programó un ciclo con algunas de sus películas, que se pueden ver gratis y online desde Argentina hasta el 30 de diciembre.
“Lumiton presenta un ciclo dedicado a uno de los cineastas más singulares de nuestro tiempo: Aki Kaurismäki. El director y guionista finlandés es conocido por su capacidad para indagar en el realismo social al combinarlo con elementos de comedia absurda, explorando la alienación, la soledad y la empatía, en particular hacia aquellos que se ven expulsados hacia los márgenes de la sociedad. Con su estilo distintivo y con un toque de humor, crea con su cine una poética de la melancolía, al mismo tiempo que explora sobre cuestiones sociales y políticas relevantes”, informaron los organizadores.
La selección incluye El hombre sin pasado, de gran repercusión internacional a partir de su paso por el Festival de Cannes de 2002, además de Leningrad Cowboys Go America, La chica de la fábrica de fósforos, La vida bohemia y Nubes pasajeras.
El ciclo online y gratuito con cinco películas de Aki Kaurismäki se puede ver en Lumiton. Más, en este enlace.
3. Gustavo Ferreyra por tres. Como Adolfo, el protagonista de El amparo, que es sirviente en una mansión misteriosa donde tiene que cumplir una tarea humillante, a la que, sin embargo, se aferra con tesón, casi desesperado: permanecer agachado al costado de la mesa y ser receptor, con su boca, de los carozos de aceitunas que escupe el dueño del lugar cuando almuerza, cena o recibe invitados. Como Piquito, el sociólogo de su célebre saga, ese que fue definido como uno de los personajes más extremos de la literatura argentina por su mesianismo incandescente, por sus diatribas alucinadas y su andar frenético en un arco que va del Polo Obrero, a las instituciones educativas, a la cárcel y a un pueblo remoto en la Patagonia. Como Ricardo, el centro de su última novela, El mamífero que ríe, un psicoanalista que se obsesiona con los lobos marinos y se define como “anarco-macrista” mientras sus fantasías más desenfrenadas no lo dejan en paz.
Los libros de Gustavo Ferreyra están repletos de estos seres desaforados que se mueven en el terreno resbaladizo de sus elucubraciones, ese volcán que es una amenaza permanente y al mismo tiempo una válvula de escape. Todo lo que se puede y no se puede decir está ahí: en la punta de una lengua deforme, abigarrada y cómica; en una prosa que se desliza sin frenos por lo sórdido y lo aparentemente civilizado.
Lejos de los desbordes de sus personajes, sin embargo, el escritor es un hombre retraído que habla pausado y con una calma discreta. Con más de una decena de libros publicados y lectores fervorosos (entre los que se encuentran colegas de él como Martín Kohan o Mariana Enriquez), Ferreyra permanece al margen, en el sigilo, en un territorio corrido del estruendo de los circuitos tradicionales del campo literario, con sus ferias, sus lecturas, sus festivales. En palabras de Elvio Gandolfo, Ferreyra es un novelista clave, “con una zona propia, apartada de las rutas o los grupos principales de la literatura argentina; con una potencia creativa, incluso hipnótica, fuerte”.
Dedicado durante buena parte de su vida a la docencia, a treinta años del lanzamiento de su primera novela, la potente obra de este escritor vuelve a circular con reediciones de sus clásicos y la publicación de textos inéditos a partir de un rescate tramado por el sello Ediciones Godot. Un plan que seguirá el año próximo con nuevas ediciones de dos títulos insoslayables del universo Ferreyra: El director y La familia. Aproveché esta muy feliz noticia para entrevistar a Ferreyra. Pueden leer la nota en este enlace.
La entrevista con Gustavo Ferreyra se puede leer en este enlace.
Banda sonora. “Sad Songs (Canciones Tristes) es un pueblo, o una ciudad, o un mundo, inventado por Rodrigo Fresán. Y es que es bueno que haya un lugar así. Un pequeño universo donde habite, sobre todo la memoria –esa ”forma del olvido que los meros títulos refleja“, según Borges– y que rinda culto a las canciones que más no han gustado, las que más han marcado nuestras vidas: las más tristes. Podría decirse –sería una exageración pero, como todas, con una buena parte de verdad– que, con la excepción de Hollywood nadie se ha molestado demasiado en hacer canciones que cantaran amores felices. Y géneros enteros –el tango, el fado, el bolero– se han dedicado casi por completo a contar los fracasos y las soledades más espantosas”, escribió en un artículo precioso Diego Fischerman (lo pueden leer entero por acá). Ahí, el autor armó un recorrido muy personal por canciones tristes que lo marcaron y me pareció una linda excusa para traficar algunas de ellas y sumarlas a nuestra banda sonora. Hacen su ingreso, entre otros, María Elena Walsh, Dionne Warwick, Bill Evans, The Beatles y varios más. Se escucha, como siempre, por acá.
En otro orden de cosas, y definitivamente en otra sintonía anímica, este fin de semana toca en Buenos Aires una banda española de ese pop chillón que me encanta. Se llama Papa Topo y estarán el domingo en Camping (más información por acá). Además de hacer un repaso por su carrera, van a celebrar el lanzamiento del reciente single Me Voy a Desenamorar de Ti, junto a la adorada Juliana Gattas, de Miranda!, quien participa del tema. Prometen, además, varias sorpresas.
Bonus track. Sí, se terminó Alguien en algún lugar como decíamos arriba. Pero a lo largo de todo el mes llegan a las distintas plataformas de streaming películas, series y todo tipo de estrenos. Les recuerdo que por acá armé una guía con lo más destacado, por si se les pasó. Además, un recordatorio: Max sigue con su ciclo Orgullo argentino, con películas recientes interesantísimas. Después del lanzamiento de Alemania y Trenque Lauquen (hablamos de la película acá) que ya se pueden ver en la plataforma, llegarán Rojo, a partir del 13 de diciembre, y Los delincuentes, desde el 20.
Bonus track II. Para cerrar, confieso una fuga personal: venía escapándole a la lectura de la última columna de Alexandra Kohan, Escrituras de duelo. Es que ese asunto este año me convoca especialmente. Pero bueno, al final me lancé, lo leí y encontré un texto precioso, lleno de lecturas (porque, como se lee allí, el duelo también es “una lectura que no termina, un texto que se sigue escribiendo”) y hasta de unos versos que escribió la autora que me conmovieron muchísimo. Los invito a leerlo por acá. Ahora sí, ya estoy lista para la próxima huida.
Mil lianas en un newsletter de elDiarioAR. Para recibirlo por correo electrónico cada viernes pueden suscribirse por acá.