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Mucho más que ChatGPT: algunos de los hallazgos científicos más impactantes de 2023

Mucho más que ChatGPT: algunos de los hallazgos científicos más impactantes de 2023
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El año que se cierra dio lugar a un montón de titulares que parecen salidos de la ciencia ficción en campos como la biotecnología y la neurociencia, más allá del protagonismo de la inteligencia artificial

Dentro de unos años, cuando echemos la vista atrás y nos preguntemos qué pasó en 2023, seguramente lo recordaremos como el año en que se nos fue la cabeza con ChatGPT y la inteligencia artificial generativa en general. Dependiendo del resultado, daremos la razón a los que predijeron que la tecnología llegó a un punto en que lo va a cambiar todo o a los que se mostraron más cautos y consideraron que aún estamos lejos de que las máquinas sustituyan a los humanos. 

Pero pasaron otras muchas cosas interesantes y que merecieron nuestra atención en el ámbito de la ciencia. En 2023, por ejemplo, se aprobó en Estados Unidos la primera terapia mediante la técnica CRISPR (pronto Europa seguirá sus pasos), se avanzó en el desarrollo de los primeros embriones sintéticos y se pusieron en marcha las primeras vacunas de ARN contra algunos de los tipos de cáncer más agresivos. En la parte negativa, fue el año en que el cambio climático se manifestó de forma más cruda y, en la positiva, se dieron grandes pasos hacia una ciencia más diversa y contra la tiranía de los papers. 

Estos son algunos de los grandes hitos de la ciencia de los últimos doce meses.

El protagonismo que ganó la inteligencia artificial generativa se resume muy bien con un simple hecho: en su reconocimiento anual de los diez científicos que más destacaron durante el año, la revista Nature incluyó un undécimo puesto para poder sumar a la nómina a ChatGPT. Aunque la aplicación fue publicada a finales de 2022, fue este año cuando se produjo una explosión de estos modelos de lenguaje de gran tamaño (LLM, por sus siglas en inglés) que afectó a la propia manera en que los científicos publican sus trabajos: les sirvieron para elaborar sus manuscritos, escribir código e incluso generar nuevas ideas, aunque algunos también los usaron para la producción de ciencia a granel.  

En 2023 también vimos cómo la IA batía a los mejores pilotos humanos de drones, cómo servía para anticiparse a los mayores incendios del planeta o cómo mejoraba algunos aspectos los modelos de la predicción meteorológica sin necesidad de aplicar ecuaciones.

El campo en el que los avances parecen más prometedores es el de las aplicaciones de salud, donde ya se utiliza la IA para mejorar los diagnósticos, generar “gemelos digitales” del paciente que permitan probar diferentes tratamientos, “oler” el cáncer como lo hacen los perros e incluso para analizar grandes bases de datos de salud y demográficos en busca de patrones que permitan predecir la mortalidad. Quizá, como decía Mariano Sigman en una entrevista en octubre, “a la IA no hay que tenerle ni tanto miedo ni tanta admiración” y deberíamos pensar en ella como una herramienta que nos va a permitir llegar a lugares hasta ahora inaccesibles. 

En el terreno sanitario hubo un medicamento que se llevó casi tantos titulares como el ChatGPT, en este caso por el anhelo de perder peso de forma fácil y sin sacrificios. Se trata del famoso Ozempic, un medicamento destinado originalmente para el tratamiento de la diabetes tipo 2 pero del que se llegaron a agotar las existencias por el ansia de aplicarlo contra los kilos de más. 

El impacto fue tal que, en su especial de fin de año, la revista Science eligió como el avance científico más importante de 2023 el desarrollo y el descubrimiento de estos fármacos conocidos como GLP-1. Sin embargo, los posibles efectos a medio plazo de estos productos que reducen el apetito en la salud de las personas que lo consumen están por calibrar y los expertos advierten de que el sueño de terminar con la obesidad queda todavía muy lejos.

En salud, una vez superada oficialmente la pandemia de coronavirus, la principal preocupación estuvo en el avance descontrolado de la gripe aviar y los casos aislados de contagio en humanos, y el problema creciente de la resistencia a los antibióticos. Entre las investigaciones más curiosas e interesantes para atajar este problema, está la historia de César de la Fuente, que desde la Universidad de Pensilvania está analizando el genoma de animales extintos como los mamuts en busca de péptidos que sirvan para luchar contra las superbacterias. 

En biotecnología, aparte de los avances en edición genética y vacunas ARN ya citados, la genética fue la gran protagonista, con enfoques tan novedosos como el estudio del ADN ambiental recogido en las estaciones de calidad del aire para analizar la biodiversidad, o la posibilidad de obtener datos personales a partir del ADN que vamos soltando y dejando en el ambiente. También se dieron a conocer los resultados de dos megaproyectos genéticos: el proyecto Zoonomia, que señala las partes de nuestro genoma que permanecieron intactas durante millones de años, y el trabajo coordinado por el científico español Tomàs Marquès-Bonet con los genomas de 233 especies de primates, cuyo análisis sirve para entender mejor el origen de algunas enfermedades humanas.

A principios de diciembre, un equipo de investigadores estadounidenses anunció que eran capaces de calcular el envejecimiento de cada órgano con un simple análisis de sangre, lo que permitiría empezar a tratar a los pacientes mucho antes de que se manifiesten los síntomas. Una de las preocupaciones a nivel global en el campo de los trasplantes es el aumento de la edad de los donantes. Por eso, además de avances en xenotrasplantes, se está empezando a aplicar senolíticos para rejuvenecer órganos de donantes de edad avanzada eliminando las células senescentes. El objetivo es reducir el número de pacientes que mueren cada año esperando un trasplante, nos dijo Stefan Tullius, uno de los pioneros en este campo, y eventualmente “encontrar un solo senolítico para tratar la senescencia en todos los órganos”.  

El aumento de la temperatura y el número de inundaciones está produciendo las condiciones propicias para que los mosquitos que transmiten enfermedades como el dengue, el zika y el chikungunya se expandan. El Centro Europeo para el Control de Enfermedades (ECDC) dio la alarma este verano y contamos cuáles son los mosquitos que suponen una amenaza. En Honduras, la organización Médicos sin Fronteras (MSF) se alió con el World Mosquito Program este año para tratar de erradicar las enfermedades transmitidas por el mosquito Aedes aegypti infectándolo con la bacteria Wolbachia que impide que los virus proliferen. En el Programa Mundial del Mosquito estiman que evitaron ya 600.000 casos de dengue y 40.000 hospitalizaciones en todo el planeta, pero todavía queda mucho camino por recorrer.

En neurociencia, una de las noticias del año fue la descripción de más de 3.000 tipos de células cerebrales humanas dentro de la iniciativa BRAIN que revelan las características que nos distinguen de otros primates. También conocimos el caso de dos pacientes sin habla que consiguieron comunicarse gracias a implantes cerebrales y a la inteligencia artificial (omnipresente en todos los campos de la ciencia), y unos neurocientíficos recrearon por primera vez una canción a partir de las señales registradas con electrodos en el cerebro de voluntarios.

También se consiguió por primera vez estimular el hipocampo de forma no invasiva (un prometedor paso para tratar el alzhéimer), así como un sistema para insertar electrodos en el cerebro sin levantar el cráneo e incluso un sistema para inducir el estado de torpor (parecido a la hibernación) mediante estimulación con ultrasonidos. 

En elDiario.es contamos el caso de Félix, paciente con párkinson severo que no puede caminar pero puede correr con su hija con facilidad, el hallazgo de una región clave del cerebro que explica la conexión entre los pensamientos y nuestro cuerpo y el descubrimiento de un nuevo cuadro de la serie que el pintor francés Théodore Géricault dedicó a la enfermedad mental, esta vez ‘escondida’ a plena vista en el museo del Louvre. 

En 2023 se rompieron todos los récords de temperatura y es ya el año más caluroso registrado jamás, hasta el punto de que secretario general de la ONU, Antonio Guterres, propuso usar la expresión “ebullición global” en lugar de “calentamiento global”. Fue el año en que la Cumbre del Clima de Dubái contribuyó a aumentar el bochorno general, y en el que conocimos el lugar exacto del planeta que eligieron los geólogos para marcar el inicio del Antropoceno. 

En este año que termina también se publicaron estudios que indican que, de seguir así, grandes regiones del planeta serán inhabitables, que en Europa se abre la posibilidad de vivir una megasequía y en que los meteorólogos se vieron desbordados y tuvieron que replantear sus escalas. Asimismo, conocimos los números de la “sexta extinción”, con la que multiplicamos por 35 la tasa de desaparición de especies y se certificó que considerar los ecosistemas como si fueran mercancías fue un error lamentable.

Aunque todavía pequeños, en 2023 se dieron algunos pasos para un mayor reconocimiento de la labor científica de las mujeres. El comité de los Nobel premió este año a cuatro de ellas —Katalin Karikó (Medicina), Anne L\'Huillier (Física), Claudia Goldin (Economía) y Narges Mohammadi (Paz)—, rectificando su tradicional e inamovible postura de años anteriores. También se publicaron nuevos datos sobre el papel de Rosalind Franklin en el descubrimiento de la estructura del ADN, que la reivindican como copartícipe del hallazgo, y se reparó la afrenta histórica con la colocación de una nueva placa en el pub donde se anunció “el secreto de la vida” en la que esta vez sí aparece su nombre. 

En biología fue muy sonado el descubrimiento de una comunidad de chimpancés en la que las hembras tienen la menopausia (un rasgo que se creía exclusivo de las humanas y algunas especies de cetáceos como las orcas), y se pusieron de manifiesto algunos comportamientos machistas desde la ciencia, como no haber investigado lo suficiente sobre la menstruación, haber creído que el rol de cazador solo lo adoptaban los hombres o haber dejado sin investigar los casos más graves de náuseas y vómitos durante el embarazo, hasta el punto de que tuvo que ser una científica que lo sufrió la que lo abordara. 

En 2023 se habló mucho de fraude científico, en parte por el bluf del supuesto hallazgo de materiales superconductores a temperatura ambiente, posteriormente retractado, pero sobre todo por los casos de investigadores españoles que aceptaron dinero de centros de Arabia Saudí para mejorar la posición de estos en los rankings internacionales y el mercado negro de publicaciones que nos reveló Daniel Sánchez Caballero. 

La situación del sistema de publicaciones se volvió tan insostenible que por fin se están dando los primeros pasos para terminar con su hegemonía. Por primera vez, la Aneca cambió los criterios para que la carrera de los investigadores no dependa solo de esa carrera loca por publicar en revistas de gran impacto y permitir que puedan acreditar como méritos otras aportaciones como patentes, informes, dictámenes, trabajos técnicos o artísticos o excavaciones arqueológicas. Todo un esfuerzo para reconducir un sistema averiado que se retroalimentaba y solo parecía servir a los intereses de las editoriales que cobran por publicar. Y un soplo de aire fresco que nos traerá más y mejor ciencia en los próximos años.

AMR

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