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Movilidad social descendente: un casino en cada casa

Movilidad social descendente: un casino en cada casa
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La perspectiva de ascenso se estrecha en los sectores populares y los pibes buscan vías alternativas muchas veces basadas en el pensamiento mágico o futuras decepciones. El negocio de las apuestas es un monstruo que no deja de crecer y destroza vidas, especialmente las de los más vulnerables.

AI
  • 🥅 Emoción por dos golazos y atajadas en la selección y nueva final de la Copa América.
  • 👨‍🎓 Riesgos para jóvenes en el deporte profesional por presión y promoción de apuestas.
  • 💼 Estrechez de caminos de movilidad social ascendente y desafíos en la educación pública.
  • 😔 Frustración individual por falta de oportunidades y metas inalcanzables.
  • 💰 Crecimiento de la industria de apuestas en Argentina afectando a los más vulnerables.
  • 🚫 Necesidad de regulación estricta contra la publicidad de apuestas para proteger a los más vulnerables.

Ayer nos emocionamos con dos golazos de la selección, dos atajadas imperdibles del Dibu y una nueva final de la Copa América. Será tal vez el último partido de Ángel Di María, un jugador ejemplar, un tipo que nos dio alegría como pueblo, un flaco que salió de una barriada de su Rosario natal a puro talento, con el apoyo de su familia, sin olvidar los valores de humildad y trabajo que le inculcó su cuna pobre. La emoción se mezcló en mi corazón con otro sentimiento difícil de describir, un nudo en la garganta, asco e impotencia, por la instigación permanente a la ludopatía que oscurecía la magia del fútbol con sus cantos de sirena.

En esta nota quisiera abordar dos riesgos que trae el deporte profesional para nuestra juventud en el marco de la movilidad social descendente que sufrimos durante la última década. El primero es la presión sobre los propios pibes para que salgan profesionales, la segunda es la intolerable promoción de la cultura de las apuestas.

Los caminos clásicos de movilidad social ascendente se estrechan y en ellos cada vez cabemos menos personas. El trabajo asalariado, bien remunerado y estable es una rara avis como perspectiva de ascenso para los sectores populares. Con suerte, se consiguen empleos que apenas permiten la subsistencia: no hay ahorro posible, no hay casa propia, no hay auto en cuotas. Desde luego, existen una serie de rubros con buenos salarios y algunas situaciones excepcionales, pero la pauperización generalizada del poder adquisitivo del ingreso y la destrucción del crédito hipotecario hacen de ésta una posibilidad reducida. 

La educación pública para todos, gran conquista de los liberales ilustrados; sumado a la universidad gratuita, enorme aporte del peronismo, tampoco ofrecen hoy un mecanismo generalizado de movilidad social ascendente. Sin quitarle ningún mérito a las universidades del conurbano bonaerense y otras en las provincias argentinas que tienen una perspectiva inclusiva para las primeras generaciones de universitarios, a los chicos del núcleo duro de la pobreza les cuesta mucho ingresar, permanecer y recibirse. Las estadísticas son elocuentes. 

Esto causa un enorme perjuicio a nuestros pibes que caen en la frustración individual por el fracaso colectivo. Cerradas las posibilidades de progreso cobijadas por una sociedad inclusiva, se buscan vías alternativas muchas veces basadas en el pensamiento mágico o futuras decepciones. Naturalmente, todos queremos vivir bien conforme a las pautas culturales que dan significado a lo que vivir bien representa. Las pautas hegemónicas actuales, jalonadas por el imperativo de la ganancia corporativa, agravan el problema imponiendo como meta estándares de consumo enfermizos que, además, son inalcanzables para la inmensa mayoría. 

Esta combinación entre la falta de oportunidades y las metas inalcanzables es la receta para la frustración y es peor que la tortuosa carrera de Aquiles contra la tortuga que el héroe nunca podrá adelantar. La opción que se abre ante tantas familias, ante tantos jóvenes, es subirse a un bote pinchado para remar en un río de sangre y excremento. 

En la lucha por un mejor vivir, muchos de nuestros hijos “juegan” al fútbol hoy con la presión de padres que quieren verlos profesionales y exitosos, seguramente también felices. Quieren verlos salir de la miseria y ayudar a su familia a través del deporte. Cualquiera que fue a un torneo infantil de ciertos circuitos, ha visto gritos y peleas permanentes. El ambiente está caldeado como si en cada partido fuera una sesión de los Juegos del Hambre. Esto no es bueno para nadie. He tenido contacto directo con víctimas de casos aberrantes de abuso de poder de ciertos técnicos o dirigentes que utilizan la esperanza de las madres. Del mismo modo, existen espacios más sanos y cuidados donde el objetivo es que los pibes sean felices y cuando aparece un crack se le da un tratamiento especial. Quiero destacar en particular el trabajo del Club Semillero de Barrio impulsado por organizaciones sociales. Lamentablemente, el gobierno nacional ha desmantelado todas las políticas dirigidas a clubes barriales. En las provincias, escasean. 

Existe, sin embargo, un riesgo mucho más pernicioso y masivo. Aunque las apuestas existen desde tiempos inmemoriales (los soldados sortearon la túnica de Jesús) y el juego está asociado a dimensiones profundas de la naturaleza humana (ver El Jugador de Dostoievski), nunca se vio una ofensiva tan obscena por imponer la cultura del juego a escala de masas aprovechando las nuevas tecnologías y la fascinación que tenemos por nuestra pasión nacional. Bastante malo era cuando se ponía un bingo en las bajadas de la General Paz o un casino en las zonas vulnerables para captar laburantes. Ahora, hay un casino en cada casa. 

El negocio de las apuestas en Argentina es un monstruo que no deja de crecer, afectando profundamente a los más vulnerables de nuestra sociedad. Con cifras que rondan los US$2.400 millones anuales, las apuestas online están destrozando vidas, especialmente las de los jóvenes y los pobres. Y no es casualidad: estas empresas están diseñadas para explotar todas nuestras vulnerabilidades, enriqueciéndose a costa de nuestra desesperación.

La publicidad de apuestas es omnipresente y descarada. Empresas del ramo  invierten millones en patrocinios de clubes como Racing (Betsson), River (Codere), Boca (Betsson), Estudiantes de La Plata (Bplay), Newell’s Old Boys (City Center) y Rosario Central (City Center),  apareciendo en las camisetas de nuestros ídolos deportivos y durante las transmisiones de los partidos. El torneo de nuestra Liga Profesional lleva el nombre de la casa de apuestas Betsson. Vergüenza. 

Ya no es solo fútbol; es una selva donde las casas de apuestas buscan su próxima presa. Durante las transmisiones del torneo local y especialmente cuando juega la Selección Argentina, estas empresas despliegan una publicidad agresiva, bombardeando a la audiencia con mensajes que normalizan y glorifican el juego.

Hasta donde sé, sólo el Club Atlético Vélez Sarsfield se negó abiertamente a ser parte de la orgía del despojo, se negó a ser cómplice de una industria que está destruyendo vidas. Un mérito de sus dirigentes e hinchas, entre ellos Augusto Costa, ministro de Producción, Ciencia e Innovación Tecnológica de la provincia de Buenos Aires. Su postura debería ser ejemplo para todos los clubes del país.

Las empresas de apuestas no son nenes de pecho ni mafietas locales, aunque cada una tiene su “padrino” local. Están controladas por grupos económicos-financieros de la plutocracia global, cotizan en las bolsas de Londres, Estocolmo o Nueva York, asociada a las nuevas oligarquías nacionales. Así, para operar en Argentina o Brasil, están insertas en entramados político-societarios con actores locales que hacen el trabajo sucio, valijeando sin escrúpulos a los reguladores. 

Estos conglomerados manejan un flujo de dinero gigantesco que recorre la red a velocidades extraordinarias. Además, su diseño facilita los mecanismos suplantación de identidad, generando una porosidad intencionada que facilita el lavado de activos de origen ilícito: drogas, trata de personas, etc. No me extraña que su crecimiento vaya de la mano con el de la narco estructura. Se trata de un poder despojado de cualquier barrera moral o legal que mercantilizan todo, destruye la cultura del trabajo y pervierte la ética pública. 

Frente a la incomprensible ausencia de una regulación nacional, las provincias regulan esta industria.  Sin una legislación nacional unificada, cada provincia regula las apuestas de manera independiente, generando inconsistencias y permitiendo que muchas plataformas operen sin controles efectivos. Los canales de deportes y las plataformas digitales atraviesan las fronteras nacionales, mucho más las provinciales. 

En la provincia de Buenos Aires, gobernada por un hombre intachable, la regulación sobre las apuestas es laxa. Las casas de apuestas deben pagar un 2,5% sobre los créditos ingresados a cuentas de apuestas online y hasta un 15% de sus ingresos brutos en impuestos. Para mí, una bicoca. Espero con sinceridad que el lanzamiento del Plan Integral de Prevención de la Ludopatía en adolescentes sea una efectividad conducente. Conozco gente muy seria trabajando en eso. Sin embargo, sigo sin entender el bajísimo canon, la ausencia de una denuncia abierta contra el complejo timbero-financiero, la permisividad con las billeteras virtuales que facilitan las apuestas infanto-juveniles y sobre todo la falta de prohibiciones a la publicidad. Si así es en Buenos Aires, imagínense en provincias gobernadas por corruptos.  

Las apuestas no son un juego inocente; son una amenaza seria para la salud y el bienestar de nuestros niños y las comunidades más pobres. La publicidad desregulada y agresiva, la cooptación de influencers, el desarrollo de mecanismos de propaganda no convencional y sobre todo la utilización de la desesperación social. Es necesario implementar una regulación estricta y efectiva que proteja a los más vulnerables, en particular a los pibes. La laxitud de las regulaciones es parte de la matriz de subdesarrollo que disfrazada de anarco capitalismo o progresismo permisivo nos quieren imponer. 

Veamos qué pasa sino en Noruega o Finlandia donde las apuestas son monopolio estatal. En Bélgica, Alemania, Italia, Francia, Países Bajos la publicidad está fuertemente restringida. A los que les gusta el gran hermano del norte, vean las regulaciones de Illinois o Massachusetts. Tal vez, al igual que sucede con otras industrias, vienen a secar los bolsillos pobres con venenos que prohíben en sus países de origen. 

El piso mínimo aceptable para una política seria contra esta monstruosidad es una fuerte restricción o directamente prohibición de la publicidad en eventos deportivos. Caso contrario, vamos a tener mucho blabla de los políticos y pocas efectividades conducentes. Muchas de estas cosas se pueden hacer con meras decisiones administrativas a nivel provincial, otras basadas en la Ley de Espectáculos Deportivos e incluso en la Ley de Medios de Comunicación Audiovisual. Una ley de un sólo artículo que establezca “— Prohíbese la publicidad, promoción y patrocinio de los productos elaborados con tabaco, en forma directa o indirecta, a través de cualquier medio de difusión o comunicación” similar al artículo 5° de la ley 26.687

Estamos frente a actores poderosos, agentes corruptores e inescrupulosos con los que (casi) nadie se quiere meter. Enfrentarse a ellos trae costos. Acá estamos para pagarlos, pero todos nos tenemos que involucrar. Hay que frenar esta infamia por una Argentina Humana, sin esclavos ni excluidos.  

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