Sin Estados Unidos no se puede, con Estados Unidos no alcanza: el lobby de Argentina con el FMI se teje más allá de Trump
La negociación argentina con el organismo implica nuevos desafíos económicos y un camino menos lineal de lo que suele creerse. El FMI tiene una gobernanza compleja, donde Estados Unidos tiene la silla más pesada pero no la única.
“En el tramo final de su gestión, Kicillof nos regaló a David Lipton y a mí su libro Diálogos sin corbata y a David un saquito de té Lipton, todo un gesto para un economista que representaba como pocos los prejuicios argentinos hacia el FMI”, confiesa el ex Director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI) Alejandro Werner en su libro “La Argentina en el fondo”, en el que cuenta y justifica la toma de decisiones que tomó con respecto a Argentina durante sus diez años de gestión, entre 2013 y 2023.
Werner vuelve varias veces sobre los prejuicios argentinos hacia el FMI, un país que pidió 22 créditos y cayó nueve veces en cesación de pagos desde la creación del organismo en 1944. “Una de las relaciones más complicadas que ha mantenido el FMI a través de su historia ha sido con la Argentina”, reconoce Werner.
Más temprano que tarde, la Argentina deberá volver a sentarse a negociar con el FMI. Es que en diciembre de este año debería llegar el último desembolso del crédito por US$44.000 millones que se acordó en 2022 para repagar aquel de 2018. En 2025 se deben pagar US$2.800 millones al organismo pero, a partir del 2026 y hasta el 2034, se agudiza el perfil de vencimientos de capital, con compromisos que llegan hasta los US$8.400 millones anuales. Fondos que, hoy en día, no están disponibles (para tener dimensión, según privados, las reservas netas son negativas en más de US$5.000 millones a octubre de este año).
La reciente victoria de Donald Trump como presidente de Estados Unidos fue celebrada por muchos como una señal positiva para una renegociación favorable, considerando la afinidad ideológica con Javier Milei. Pero más allá de la clara incidencia que tiene Estados Unidos en el FMI, no es el único país que cuenta con votos allí dentro: sin Estados Unidos no se puede, pero con Estados Unidos no alcanza.
Como señala Pablo Nemiña –iinvestigador del Conicet con sede en la Universidad de San Martín y Flacso y uno de los especialistas que mayor seguimiento le hizo al FMI– en su artículo ¿Cómo se toman las decisiones en el FMI?: “Estados Unidos juega un rol dominante en el Fondo, especialmente porque cuenta con una mayoría especial que le permite vetar decisiones estratégicas”. Sin embargo, esto no implica que el organismo sea simplemente un instrumento de Washington. Estados Unidos condiciona, pero no siempre determina el rumbo del Fondo.
El FMI tiene una estructura de gobernanza compleja y burocrática. La Junta de Gobernadores es el máximo órgano de decisión, integrada por los ministros de Economía y presidentes de Bancos Centrales de los 190 países miembro. Son los encargados de elaborar los programas y condicionalidades junto con el staff técnico del organismo y delegan sus facultades al board o Directorio Ejecutivo.
El Directorio Ejecutivo está integrado por 24 directores y es responsable de la conducción diaria del FMI. Allí llegan, entre otras cosas, las sugerencias de programas y revisiones de los staff técnicos para ser formalmente aprobados. Siete países tienen su propia silla, con diferente poder de voto en función de su peso económico: Estados Unidos, Japón, China, Alemania, Francia, Reino Unido y Arabia Saudita. Los demás se agrupan en 17 sillas, cada una representada por un director ejecutivo, para sumar el 2% mínimo de los votos que requiere cada una. Por ejemplo, Argentina, que sola tiene un 0,66% de los votos, forma parte de una silla que incluye a Bolivia, Chile, Paraguay, Perú, Uruguay, y es aproximadamente del 3,16% del total de votos en el FMI.
El poder de cada país dentro del FMI se refleja en sus cuotas, que determinan tanto la contribución financiera como el peso de su voto en las decisiones del organismo. Estas se calculan mediante una fórmula que considera diferentes factores como el PIB, la apertura económica, la variabilidad económica y las reservas internacionales.
Héctor Torres, ex representante argentino ante el FMI, explica que este sistema genera una representación desproporcionada: “Países como China e India están subrepresentados. Juntos representan aproximadamente el 28% del PIB mundial medido en paridad de poder adquisitivo, pero solo poseen alrededor del 8% de las cuotas en el Fondo”.
Además de la complejidad en la asignación de cuotas, el acceso a la información sobre las decisiones del board ha sido históricamente limitado. Recién en 2002 se permitió acceder a las minutas con más de 10 años de antigüedad, actualmente el embargo se redujo a menos de cinco años. Incluso dentro de esas minutas, Nemiña (que revisó aquella del 2001 cuando se le otorgó un blindaje a Argentina para sostener un tiempo más el régimen de convertibilidad), asegura que son mayormente testimoniales y que, si bien se pueden distinguir posturas de países en contra dentro del tono institucional, no existe una votación que posicione a los países a favor y en contra, porque se determina por “consensos”. “La verdadera cocina se hace en reuniones informales, de las que no hay minutas”, complementa Torres.
De cara a una nueva negociación, elDiarioAR consultó sobre las posturas del directorio para el caso argentino. Históricamente, los directores que representan a Alemania y Japón adoptaron una postura fiscalista, insistiendo en políticas de ajuste y en garantías sólidas para el cumplimiento de los acuerdos. Alemania, en particular, suele abogar por políticas de austeridad y controles estrictos, reflejando la postura ortodoxa que prevalece en gran parte de la Unión Europea.
Son dos países importantes a la hora de votar. Jun Mizuguchi, que ocupa la silla japonesa es, después de Estados Unidos, el que mayor poder tiene dentro del directorio ejecutivo con un 6,14% de los votos. La silla alemana, con un 5,31% del poder de voto, se encuentra representada hoy por Joerg Stephan. “Puede llegar a cambiar dada la inestabilidad política que hay hoy en Alemania, hay que ver cómo se define”, señala Torres.
Según Torres, estos países fueron “los más temidos por Argentina en negociaciones pasadas, cuando el problema principal era el déficit fiscal”. Sin embargo, el panorama cambió: “Nuestro problema ya no es fiscal, ahora es la política cambiaria”, comenta, indicando que los desafíos actuales podrían alterar quiénes serán los más duros en las próximas negociaciones.
En el otro extremo del espectro, China y Rusia han mostrado históricamente una postura más amigable hacia Argentina. Durante la convertibilidad, el director ruso en el FMI apoyó consistentemente las posiciones argentinas. Hoy, el peso de Rusia ha disminuido debido a las sanciones internacionales. China, por su parte, tiene intereses estratégicos en América Latina y, a menudo, actúa en oposición a las posturas más fiscalistas de los países europeos.
Pero, como enfatiza Pablo Nemiña, “lo que verdaderamente mueve la agenda es Estados Unidos”. Si Estados Unidos apoya una propuesta, es probable que el resto del Directorio siga su línea, pero si no apoya, el caso difícilmente llega siquiera a ser discutido formalmente. Con la victoria de Trump, muchos en Argentina ven una oportunidad debido a su afinidad ideológica con Milei. Sin embargo, Torres advierte sobre la visión pragmática de Trump: “Sus convicciones son los deals. No creo que Trump quiera pagar dos veces por lo que ya tiene, el alineamiento automático de Milei. Seguramente va a pedir algo más concreto, tal vez concesiones en votaciones en Naciones Unidas o en otros foros internacionales”.
NR/DTC