Las mejores 5 series y películas para ver este fin de semana en Netflix, Max, Disney+ y cines
Una selección con las series y películas recomendadas para este fin de semana.
- 🎥 Selección de Contenidos: Mejores series y películas para ver en Netflix, Max, Disney+ y cines este fin de semana.
- 🌌 La Quimera: Un film de Alice Rohrwacher ambientado en Italia en los años 80, sobre un arqueólogo en busca de amor y tesoros perdidos.
- 🎭 Estilo Visual: Influencias de Fellini y una atmósfera que mezcla lo cotidiano con lo onírico, explorando memorias y deseos.
- 💔 Romance Trágico: Arthur está atrapado entre el amor y la pérdida, en un relato que refleja el Romanticismo inglés del siglo XIX.
- 🔍 Thriller en Jamaica: "Millie-Jean Black", una detective que investiga desapariciones, abordando temas como la identidad y secretos de clase.
- 📖 Documental Tsunami: En conmemoración de la tragedia de 2004, que destaca historias de resiliencia y la importancia de la prevención de desastres.
- 😂 Comedia Familiar: Película sobre una madre que intenta reconectar con su hijo en un campamento escolar, con un enfoque ligero y emotivo.
- 🎬 Megalópolis de Coppola: Un filme ambicioso que explora sueños utópicos y la lucha por un futuro mejor, aunque criticado por su falta de coherencia.
- ⭐ Recomendaciones: "La Quimera" y "Tsunami: Carrera contra el tiempo" son altamente recomendadas, mientras que "Megalópolis" es para cinéfilos específicos.
Una selección especial con las mejores series y películas, que incluye también estrenos en salas de cine.
Estas son las series y películas para ver en el fin de semana en Netflix , Max, Disney+ y cines.
La directora Alice Rohrwacher (Las maravillas, Lázaro feliz), reconocida por su capacidad de fusionar el realismo mágico con el neorrealismo, entrega en La quimera un film que sumerge al espectador en una Italia rural de los años ochenta. La historia sigue a Arthur, interpretado por Josh O'Connor, un arqueólogo británico que, tras salir de prisión, se vuelve a juntar con una banda de saqueadores de tumbas. Este viaje no solo refleja su búsqueda de tesoros materiales, sino también su desesperado anhelo por recuperar el amor perdido.
El relato se despliega como un delicado minué entre lo melancolía y la vitalidad, explorando las conexiones entre el pasado y el presente, entre lo tangible y lo inalcanzable, simbolizado en la figura de la quimera.
El estilo de Rohrwacher está profundamente arraigado en la tradición cinematográfica italiana. Su habilidad para entrelazar lo cotidiano con lo sublime se manifiesta en cada escena, creando una atmósfera que combina lo real y lo onírico. Las referencias a Federico Fellini se hacen evidentes, especialmente en la escena donde los ladrones de tumbas ingresan a una cámara funeraria y las pinturas en las paredes desaparecen al contacto con el aire, una reminiscencia directa de Roma (1972). Esta inspiración también se manifiesta en el uso de personajes que hablan directamente a la cámara, en los susurros de las mujeres y en los rostros grotescos de algunos actores no profesionales que la cámara captura con un cuidado casi pictórico.
Rohrwacher también incorpora referencias a lo sagrado y lo profano, a las canciones tradicionales y el tecno pop de los años 80. En La quimera, elementos como las cartas del tarot y la leyenda del hilo rojo del destino enmarcan el viaje de Arthur. Su personaje -representado por la carta del colgado- se encuentra atrapado en un limbo, oscilando entre el mundo de los vivos y el de los muertos, vinculado de manera casi sobrenatural a su amada Beniamina (Yile Yara Vianello), hija de una aristócrata en decadencia, encarnada por una solvente Isabella Rossellini (hija de Roberto, el padre del Neorrealismo), quien proyecta una fragilidad poderosa mientras se aferra a la presencia del inglés como una última esperanza de revivir lo imposible.
Dentro de este mundo también emerge Italia (Carol Duarte), quien aporta un contrapeso a la melancolía predominante. Como mucama de la aristócrata, Italia representa la fuerza vital. Madre de dos niños, intenta establecer una conexión con Arthur, aunque él, guiado por su don de la rabdomancia, sigue enfocado en descubrir tesoros etruscos, movido más por la belleza que por un afán pecuniario. En una de estas tumbas, Arthur espera encontrar el hilo rojo que lo una finalmente con su gran amor.
La fotografía de Hélène Louvart complementa la visión de Rohrwacher, utilizando una paleta apagada que refuerza la atmósfera nostálgica y melancólica. Los planos cerrados capturan con delicadeza las emociones de los personajes, destacando las sutiles interacciones de Arthur con su entorno.
La quimera también invita a una reflexión crítica sobre cuestiones sociales y políticas contemporáneas, como el capitalismo y la explotación del patrimonio cultural. A través de la figura del tombarolo, Rohrwacher explora la tensión entre el valor de la historia y la memoria colectiva frente a un sistema que prioriza el consumo inmediato. Esta temática resuena profundamente en el contexto cultural italiano, donde el pasado y el presente coexisten en una relación compleja y a menudo conflictiva.
El estilo de la directora puede resultar un tanto abigarrado, pero logra una atmosfera de melancolía que se esparce a través del metraje gracias a la labor de Josh O'Connor (Tierra de Dios, Emma, Desafiantes, The Crown), de una sensibilidad apabullante. La quimera, en definitiva, es una gran historia de amor, en este aspecto ubicada en la tradición del Romanticismo inglés del siglo XIX.
Muy recomendada.
Este thriller, imbuido de la estética noir, está ambientado en Jamaica y Londres, y se basa en una historia corta del autor galardonado con el Premio Booker, Marlon James.
Millie-Jean Black, la protagonista, es una ex detective de Scotland Yard que regresa a Kingston tras casi dos décadas en el Reino Unido. Su misión: trabajar en el caso de una persona desaparecida que rápidamente la arrastra a un entramado de secretos, traiciones y vínculos entre la élite jamaicana y el Reino Unido.
El guion indaga en capas emocionales profundas. Por un lado, Millie intenta salvar a su hermana, Hibiscus, quien no quiere ser rescatada sino reconocida y comprendida por ser trans. Por otro, su investigación la lleva al caso de un niño perdido que amenaza con sacudir los cimientos de la alta sociedad jamaicana.
Millie es una detective dura, con una determinación férrea. No importa lo complicado o peligroso que sea lo que tenga que enfrentar, ella no retrocede.
Tamara Lawrance, conocida por su trabajo en Kindred, brilla en el rol de Millie Black. Su interpretación es compleja y matizada, mostrando tanto la fortaleza de la protagonista como sus heridas emocionales. Millie tiene un marcado complejo de salvadora que se origina en su infancia, algo que Lawrance transmite con gran autenticidad.
La serie utiliza un enfoque narrativo interesante: cada uno de sus 5 episodios está contado desde la perspectiva de un personaje diferente. Mientras que el primer episodio es narrado por Millie, el segundo toma la voz de su hermana, Hibiscus, interpretada de manera sobresaliente por Chyna McQueen en su debut actoral.
Otros miembros del elenco también destacan, como Joe Dempsie (Game of Thrones) en el papel de Luke Holborn, un detective de Scotland Yard enviado a Kingston, y Gershwyn Eustache Jr. (I May Destroy You), quien interpreta a Curtis, el compañero de Millie. Curtis es uno de los pocos que entiende a Millie, aunque su relación profesional pone a prueba su vida personal.
La serie mezcla el tono oscuro del noir con la viveza y el caos de Kingston, lo que le otorga una estética única, y no se queda corta en lo que hace a persecuciones y escenas de acción. La investigación de Millie, a veces contrariando las órdenes de sus superiores, destapa ollas de podredumbre moral pocas veces vistas.
Vale la pena este paseo por Jamaica.
El 26 de diciembre de 2004, un terremoto masivo en Sumatra, Indonesia, provocó un tsunami devastador que arrasó con 14 países y dejó más de 225.000 víctimas fatales. Este cataclismo, con una fuerza equivalente a 23.000 bombas atómicas, transformó paraísos costeros en escenarios de destrucción inimaginable.
A 20 años de la tragedia, este documental de National Geographic no solo reconstruye aquel fatídico evento, sino que lo convierte en un relato íntimo sobre la resistencia, el coraje y la capacidad de la humanidad para unirse frente al desastre.
La miniserie de cuatro episodios utiliza entrevistas a sobrevivientes y material audiovisual de la época para brindar una facetada versión de lo sucedido en 2004. Las imágenes granuladas de aquel día no son meros registros históricos; son ventanas a un momento de extrema vulnerabilidad humana. En cada episodio, las voces de víctimas, testigos y expertos se entrelazan para transformar cifras impactantes en historias profundamente personales.
Desde las playas de Tailandia hasta las regiones más afectadas de Indonesia y la tragedia ferroviaria en Sri Lanka, la serie examina el impacto del tsunami desde diferentes perspectivas. Historias de heroísmo, como la de un restaurador de muebles que se convirtió en coordinador médico improvisado en Koh Phi Phi o la de un niño que sobrevivió solo durante semanas en Banda Aceh, resaltan la resiliencia humana frente a lo impensable.
Además de relatar historias de supervivencia, la miniserie ofrece una lección educativa sobre los mecanismos de los tsunamis y la importancia de los sistemas de alerta temprana. El sismólogo Barry Hirshorn explica con claridad cómo un levantamiento repentino del lecho marino creó una fuerza destructiva sin precedentes, lo que ayuda al espectador a comprender la magnitud del desastre.
El guion también reflexiona sobre las limitaciones tecnológicas de la época. Hirshorn, desde el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico, en Hawái, intentó desesperadamente advertir a las comunidades afectadas, pero la falta de sistemas de alerta en el Océano Índico hizo que sus esfuerzos fueran en vano.
Más allá de registrar el dolor por la pérdida de vidas, el documental celebra la capacidad humana para reconstruir y encontrar esperanza. Desde turistas que se enfrentaron a inundaciones repentinas hasta comunidades locales que organizaron esfuerzos de rescate, las historias presentadas destacan cómo las personas comunes se convierten en héroes extraordinarios.
Con los relatos impactantes de los sobrevivientes, las tremendas imágenes captadas espontáneamente en medio del horror, Tsunami: Carrera contra el tiempo se impone como uno de los mejores documentales sobre catástrofes naturales.
Imperdible.
Este divertimento pasatista y desembozadamente comercial, dirigido por Martino Zaidelis, cuenta la historia de una madre controladora que, al notar que la relación con su hijo se está deteriorando, decide infiltrarse en el campamento escolar anual de él para reconectar. Sin embargo, su plan desata una serie de problemas que complican aún más su vínculo.
La trama, aunque sencilla, logra conmover con giros interesantes y un mensaje cálido. A través de los errores de la madre, vemos su crecimiento como personaje, lo que convierte a esta película en una opción ideal para disfrutar en familia, como lo hacían numerosas películas protagonizadas por Luis Sandrini, Mercedes Carreras, Palito Ortega y tantas de nuestras estrellas en un pasado muy lejano.
El guion, repleto de lugares comunes, teje una narrativa entretenida y liviana, sin excesos dramáticos, focalizando en las interacciones entre un grupo de preadolescentes revoltosos y las madres que intentan manejar la situación con su propio estilo sobreprotector, lo que da lugar a una divertida dinámica de competencias sutiles.
Natalia Oreiro es la mamá del título y da rienda suelta a que su carisma -innegable- trote a los cuatro vientos, opacando con su resplandor al siempre efectivo Pablo Rago y a Dalia Gutman, muy limitada por la cuadratura de su personaje.
Film menor que cumple su objetivo de emocionar, hacer reír y entretener, como lo hicieron miles de películas en el pasado que giran en torno a una estrella de poderoso atractivo y predicamento popular.
¿Sabían que Coppola nunca se planteó ser director de cine? Él quería ser escritor, un novelista. Megalópolis queda como una novela que necesitaba varias correcciones antes de su publicación.
De los directores del New Hollywood, Coppola es el que menos ha definido su estilo (algo que ha reconocido en más de una entrevista). Tal vez esto se deba a que aceptó muchos trabajos. El padrino, por ejemplo, fue una película de encargo que él no quería hacer.
Los filmes que realmente deseaba realizar son pocos: Llueve en mi corazón y La conversación, donde fusiona temáticas estadounidenses con un estilo cercano al de su adorado Michelangelo Antonioni (una línea que, con menos ambición, parece haber seguido su hija Sofia), y los delirios megalómanos de Apocalypse Now (que le salió bien) y Golpe al corazón, un musical que fue vapuleado por la crítica, lo que lo llevó a la ruina y lo obligó a trabajar por encargo durante dos décadas para recuperar su economía. Durante esos años hubo algunas buenas películas, pero ninguna que se acerque a lo que logró en los años 70.
Megalópolis es un proyecto acariciado por años, en donde la megalomanía se disfraza de audacia y ambición. Es una película que no teme a la exageración ni a los giros más inesperados, y esa es una de sus mayores características. En su núcleo, la historia gira en torno a César Catilina (Adam Driver), un urbanista visionario que busca construir una ciudad utópica, Nueva Roma, utilizando una sustancia milagrosa llamada Megalon, mientras enfrenta la oposición del alcalde Cicerón (Giancarlo Esposito), quien lo considera un soñador imprudente. Junto a esta trama central, se despliegan múltiples historias: la hija del alcalde, Julia (Nathalie Emmanuel), se enamora de Catilina; Clodio (Shia LaBeouf), un personaje despreciable, manipula a las clases bajas; y Wow Platinum (Aubrey Plaza), una periodista ambiciosa, busca ascender en la jerarquía social.
Sin embargo, Megalópolis no se adhiere a las convenciones tradicionales de narrativa, como el desarrollo lineal o la resolución clara de tramas, porque su guion es como una novela que aún necesita varias correcciones. Coppola, que llevaba décadas trabajando en este proyecto, parece más preocupado por transmitir un mensaje sobre la trascendencia del arte como redentor de la civilización que por crear una película coherente. Temáticamente, el filme trata sobre una sociedad que no sabe cómo avanzar, y la figura de César, como salvador de ese caos, refleja la lucha por un futuro mejor. Aunque la crítica a las estructuras sociales y la política está presente, la película no ofrece respuestas fáciles porque la falta de coherencia y cohesión de su guion se lo impide.
El estilo visual de Megalópolis refleja perfectamente su temática, con un batiburrillo de referencias. El mundo de Nueva Roma, una mezcla entre el pasado y el futuro, está lleno de guiños a imperios caídos y épocas pasadas. Se observan influencias de la Roma antigua, el Art Deco de los años 20 y 30, e incluso las estéticas de la cultura moderna.
La película hace alusión a la tragedia shakesperiana, sugiriendo que las buenas intenciones de los poderosos inevitablemente fracasan. Este enfoque de "imperio que no logra salvarse" es sombrío, pero al mismo tiempo, Megalópolis es un manifiesto caótico, visualmente exuberante y colorido, lleno de contrastes y sensaciones.
El guion no se detiene a esbozar siquiera los mecanismos prácticos que podrían hacer posible ese futuro utópico. Aunque la intención es admirable, la película no aborda con suficiente profundidad cómo las estructuras sociales, la explotación y la desigualdad podrían ser superadas. En su lugar, Coppola se sumerge en un optimismo ciego que parece no cuestionar la viabilidad de ese sueño. Sin embargo, este enfoque no está exento de valor, ya que permite que la película se convierta en un testimonio de la pasión y la dedicación del director, dispuesto a crear una obra sin limitaciones... sin coherencia... sin estilo.
El optimismo desmesurado de la película, con sus imágenes casi oníricas, nos recuerda una era en la que todo parecía posible, cuando se podía imaginar un futuro mejor. Aunque tal vez para ello sea más recomendable ver Hair, de Milos Forman, un cineasta checoslovaco acusado de perder su esencia al radicarse en los Estados Unidos.
A pesar de sus defectos, la película tiene el poder de conmover (por lo que pudo haber sido) y por su mensaje, en una época de craso materialismo, de que el arte y la cultura podrían ser la salvación ante el colapso de un imperio, ya sea el romano o el estadounidense. En última instancia, Megalópolis se convierte en un testamento del esfuerzo descaminado por la megalomanía de un cineasta dispuesto a darlo todo por una visión, aunque esa visión sea puramente idealista. Si esta es su última película, queda como testamento de un hombre que perdió su esencia y su brújula hace mucho tiempo.
Megalópolis es una mala película, recomendada solo para cinéfilos que quieran profundizar en la carrera de su director.