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Miguel Kiguel: "El actual es un crecimiento frágil que no llega a todos ni asegura más empleo"

Miguel Kiguel: "El actual es un crecimiento frágil que no llega a todos ni asegura más empleo"
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En diálogo con El Economista, Miguel Kiguel habla de un consumo que "sube por una rampita, ni siquiera por una escalera", analiza el dólar, las tasas, el riesgo país y los desafíos de bajar la inflación sin que la economía sufra.

Una generación en la Argentina ha vivido atravesada por las turbulencias políticas y económicas más intensas. Miguel Kiguel es uno de los hombres que pertenece a esa generación de hierro y que supo hacer de esas coordenadas un camino propio; entre la pasión por la economía y por el pensamiento crítico, sin dogmas ni preguntas que queden fuera de la mesa. 

Nació en Buenos Aires. Sus padres son argentinos, aunque su familia es de raíces ucranianas, rusas y bálticas, cuyos integrantes habían escapado de los progroms en la antigua Unión Soviética. 

Educado en la Universidad de Buenos Aires en los revolucionados años setenta, Kiguel recuerda con particular nitidez aquellos tiempos en los que decidió estudiar Economía, motivado por la persistente inflación y las crisis recurrentes que sacudían al país. "Quería entender cómo funcionaba en serio el mundo, y empecé a estudiar. Me tocó una época extraña: la universidad peronista de La Cámpora, luego la de López Rega e Isabelita, y finalmente la dictadura", explica con una sonrisa reflexiva a El Economista.

Su formación tomó un giro cuando se trasladó a Estados Unidos para realizar su doctorado en Columbia University. Allí, su vida académica adquirió una dimensión nueva. "Columbia me dio una fuerte formación analítica. Aprendí a analizar los temas en profundidad, a pensar en términos de modelos, no sólo con intuición económica", asevera Kiguel. En Estados Unidos conoció y colaboró con quienes serían sus mentores más influyentes: Guillermo Calvo, economista argentino reconocido mundialmente por sus aportes en teoría monetaria y política macroeconómica, quien dirigió su tesis doctoral y marcó su orientación académica desde el inicio; Nissan Liviatan, economista israelí con quien coescribió más de quince artículos sobre inflación, estabilización económica, el Plan Austral y las hiperinflaciones en América Latina —entre ellos, el influyente estudio "Exchange-rate-based Stabilization in Argentina and Chile", publicado por el Banco Mundial en 1994—, y a quien Kiguel considera no sólo un colega sino también un auténtico maestro; y Michael Bruno, destacado economista israelí, expresidente del Banco Central de Israel y luego economista jefe del Banco Mundial, cuyo rol fue clave en el diseño de políticas de estabilización en economías emergentes.

Más adelante, en 2015, Kiguel retomaría muchas de esas ideas en el libro "Las crisis económicas argentinas: Una historia de ajustes y desajustes", escrito con la colaboración de Sebastián Kiguel. El texto traza una panorámica rigurosa de los principales vaivenes macroeconómicos que atravesó la Argentina desde mediados del siglo XX. Examina las razones detrás de la inestabilidad de acuerdo con el crecimiento, la inflación y el tipo de cambio, y se interroga sobre la repetición de fracasos tanto de recetas ortodoxas como heterodoxas. Un análisis de la economía de frente. A lo largo de sus seis capítulos, recorre episodios clave como el Rodrigazo, la crisis de deuda del 82, la hiperinflación, la convertibilidad, el default de 2001 y las transformaciones del kirchnerismo. El enfoque no se limita a describir síntomas, sino que propone entender cómo las decisiones, los contextos políticos y la falta de acuerdos de fondo incidieron en la incapacidad crónica del país para sostener un rumbo económico estable. Lejos de la resignación, el libro busca extraer lecciones del pasado para pensar una salida duradera.

Tras finalizar el doctorado, Kiguel transitó por instituciones académicas y multilaterales. "Trabajé como profesor en la Universidad de Maryland, colaboré con el Institute for International Economics y luego fui al Banco Mundial. Ahí hice realidad el sueño del pibe: trabajar sobre la inflación en América Latina con grandes personalidades como Rudy Dornbusch, Stanley Fischer, Mario Blejer y Vittorio Corbo", detalla.

El regreso a la Argentina en los años noventa marcó un punto de inflexión y una mayor inserción en la tarea pública. Primero ocupó el cargo de Economista Jefe en el Banco Central, entre 1994 y 1996, para luego desempeñarse como Secretario de Finanzas de la Nación, entre 1996 y 1999. Eran años críticos, cuando Argentina se destacaba como un actor clave en los mercados internacionales de deuda. "Mi trabajo era promocionar al país, convencer a los inversores de que el plan económico funcionaba. Fue todo un desafío, y tuve un equipo de profesionales de primera línea, como Federico Molina, Hugo Secondini, Carlos Weitz, Norberto López Isnardi, entre otros, que me acompañaron muchísimo. También tuve gran apoyo de Pablo Guidotti y Roque Fernández", recuerda.

Su etapa al frente del Banco Hipotecario, entre 2000 y 2003, fue tan desafiante, como, en ciertos aspectos, dificultoso. "Teníamos un proyecto ambicioso, junto a Eduardo Elsztain y George Soros, para transformar profundamente el mercado hipotecario nacional. Pero el default y la pesificación destruyeron todo nuestro esfuerzo, como un castillo de naipes", lamenta Kiguel. 

En 2003, Kiguel decidió emprender su propio camino fundando Econviews. "Después del Banco Hipotecario, siempre tuve ganas de armar una consultora. Alfonso Prat-Gay y Pedro Lacoste me ayudaron muchísimo al principio. Me dieron el empujón, y me recomendaron a algunos de sus clientes. Sin su apoyo inicial, habría sido muchísimo más difícil", afirma con agradecimiento explícito. Kiguel, como argentino de esa generación, sabe que primero viene el "gracias". Econviews, rápidamente, se destacó por fusionar análisis macroeconómico con entendimiento de los mercados financieros. "He estado ligado al mundo financiero, desde distintos roles. La mezcla de macro y mercado es nuestro fuerte", asegura.

La creación y desarrollo de equipos ha sido y es una de las pasiones de Kiguel. "La consultora es un semillero. Siempre hemos tenido buenos equipos, formados por gente joven que trabaja duro, y lo más gratificante es ver cómo crecen y progresan. Muchos han llegado al gobierno, a puestos relevantes en bancos centrales o consultorías internacionales. Se generó una linda relación, una conexión que perdura más allá del ámbito laboral".

Kiguel valora la combinación de experiencias entre la academia, el sector público y el privado. "Haber trabajado en el sector público me enseñó qué es realmente posible hacer y cuáles son las limitaciones reales. El sector privado me permitió entender qué busca una empresa para tomar decisiones informadas. La academia, por su parte, siempre fue mi espacio para enseñar, para formar a otros y ayudarlos a pensar", reflexiona.

Ésa es, en definitiva, la esencia de su trabajo actual: ayudar a pensar. Y no hay pensamiento sin tiempo. Kiguel, nuevamente generacional, es capaz de escuchar, de tener la paciencia de comprender antes de proponer. Didáctico, amable, claro; se ha especializado en investigar el mayor drama argentino: el de las crisis económicas y el de los planes de estabilización. Confiado en que el análisis es una herramienta para poder tomar mejores decisiones. 

"No tengo la bola de cristal. Mi trabajo es precisamente eso, ayudar a pensar", concluye. En diálogo con El Economista, Miguel Kiguel advierte que el crecimiento actual "es frágil, no llega a todos ni asegura más empleo". Habla de un consumo que "sube por una rampita, ni siquiera por una escalera", analiza el dólar, las tasas, el riesgo país y los desafíos de bajar la inflación sin que la economía sufra: "Hoy, para el país, bajar aún más la inflación en el corto plazo es muy difícil de lograr sin que el sistema productivo se resienta". También examina las oportunidades de Vaca Muerta y la minería, y advierte que el país "tiene que estar preparado para un cisne negro".

—Entre enero y mayo, los salarios formales cayeron 2,5% en términos reales según el SIPA. ¿Puede haber una recuperación económica sostenible con ingresos que se deterioran?

—En una economía donde todavía no hay demasiado crédito, donde la inversión empuja pero no con tanta fuerza, el consumo representa cerca del 75% del PBI, la inversión el 20% y el resto son exportaciones. Obviamente, para que se reactive una economía en la cual la inversión no tracciona tanto y las exportaciones tampoco, se necesita que el consumo suba. Por eso, la caída del salario es un problema para una recuperación de corto plazo.

Por eso los países, en general, cuando se encuentran con situaciones donde la economía está algo estancada, usan políticas keynesianas, que este gobierno ni quiere oír nombrar. Se trata de políticas monetarias y fiscales, que entre otras cosas apuntan a estimular el consumo —también la inversión—, pero donde el consumo tiene un rol clave. En los últimos años, por ejemplo, hubo políticas como el plan platita, que fue un mal uso de un buen instrumento.

La situación actual es una donde el consumo sigue muy deprimido, donde la inversión crece pero en zonas muy puntuales, en sectores específicos que no son precisamente los que más demandan mano de obra, como podrían ser el comercio, la construcción o la industria. Son sectores menos intensivos en empleo, y por eso el consumo sigue flojo: sube, pero muy de a poco. No sube por ascensor, sube por una rampita, ni siquiera por una escalera.

—Distintos informes del sector privado y del propio Banco Central advierten sobre un aumento en la morosidad de las familias, y algunas empresas reconocen dificultades para cobrar y pagar a tiempo. ¿Qué tan extendido y grave es hoy el problema de la cadena de pagos?

—Todavía no es grave. Se está deteriorando, pero, por ejemplo, en el 2001 se rompió la cadena de pagos. En el 2018, cuando se realizó el reperfilamiento de la deuda, se destruyó la cadena de pagos. Por ahora es un problema menor, luces amarillas, simplemente tener cautela, pero no veo todavía una situación complicada.

Lo que sí es cierto es que, si los bancos temen un deterioro en la calidad del crédito, también son más cautos a la hora de dar préstamos y va a haber menos crédito disponible. Y eso es, en parte, porque en los últimos años —sobre todo en la época de Alberto y también en la época de Cristina— había tasas reales negativas. La inflación licuaba el crédito y era fácil pagarlo: si subían los salarios, el crédito que parecía caro se volvía barato. Ahora, con tasas reales positivas, la inflación ya no resuelve el problema. Hay que pagarlo. 

—Con respecto al mercado laboral, sigue sin generarse empleo de calidad. Es un problema que arrastra varios años y no parece tener una solución clara. Hay mucho cuentapropismo. ¿Cómo evalúa la posibilidad de que se genere empleo formal y de calidad en este contexto? 

—Hay aspectos regulatorios relacionados, por ejemplo, con las indemnizaciones, que hace que muchas empresas piensen cinco veces antes de tomar un empleado. También está el problema de los juicios: si bien algo se está solucionando, hay que esperar a ver qué dicen los jueces con el tiempo, porque una cosa es hacer la ley y otra es cómo se cumple esa ley en la práctica judicial.

Hay aspectos regulatorios y también de los costos enormes que tiene Argentina: los costos de toda la seguridad social, las cargas patronales, los impuestos, las obligaciones que hay que pagar por cada empleado, el sindicato. Y también está el hecho de que a nivel sindical todavía existen muchas trabas sobre qué puede y qué no puede hacer un trabajador.

Para las empresas grandes no es un tema tan complejo porque, de alguna forma, tienen muchos empleados y pueden autoasegurarse. Las empresas chicas sí tienen un problema en ese sentido, porque un juicio las puede fundir. Una pyme con 4 o 5 empleados recibe un juicio, los jueces dictaminan cualquier cosa, y la empresa puede quebrar. 

—¿Qué implica que la economía crezca pero caiga el empleo?

—Es un crecimiento que no llega a todos. El actual ha sido un crecimiento frágil, en el sentido de que no aseguró un aumento del empleo. Puede pasar que quienes están creciendo sean empresas mucho más eficientes que las que están cerrando, y no pueden absorber a todas las personas que quedan fuera. Una petrolera probablemente contrate menos trabajadores que una empresa de obra pública. Y lo que se frena es justamente la obra pública, la construcción, y eso destruye empleo. Y los sectores que crecen no generan tantos puestos. 

Hay ganadores y perdedores, y es inevitable. Desde el punto de vista de la política económica, tener una economía más eficiente, más competitiva, es lo correcto, es lo que hay que hacer. Aunque actualmente lo que no hay son redes de contención u otras herramientas que compensen. Hay planes sociales; el gobierno está tratando de que lleguen a quienes realmente los necesitan, que haya menos intermediarios. Por más que se esmere alguien, por más que haga todos los esfuerzos, nunca es perfecto.

Mi punto es que todavía no se trata de una recuperación fuerte que esté llegando a todos. Y si realmente fuera una recuperación fuerte, con crecimiento, deberíamos ver un aumento más claro en el empleo.

—¿Cómo evalúa que pueden impactar los resultados de las elecciones provinciales del 7 de septiembre y más adelante los comicios nacionales de octubre en la economía? 

—Todavía no se sabe cómo van a salir. Por ahora, todo parece venir bien para el gobierno, y eso debería ser un espaldarazo. Aunque también hay que tener presente que, por mejor que le vaya, no va a tener mayoría en ninguna de las dos cámaras. Va a seguir en una minoría bastante marcada en el Senado, y probablemente la situación sea un poco mejor en Diputados. 

Lo que va a importar después de las elecciones es ver qué capacidad tiene el gobierno para armar alianzas que le permitan gobernar. Hasta ahora se ha apoyado en el PRO. No está claro cómo va a seguir el PRO de acá en adelante, pero lo que va a hacer falta para sacar leyes importantes —como la reforma impositiva, la tributaria, la previsional y la laboral— va a depender de que el gobierno pueda hacerlo, de que logre formar esas coaliciones y mostrar gobernabilidad. 

Considero que el gobierno va a recibir un respaldo al plan económico, y eso es positivo, eso ayuda. Lo que no sabemos es si va a usar ese respaldo para construir una coalición más fuerte en el Congreso o si va a seguir peleando en soledad.

—El tipo de cambio oficial se depreció 9% en el último mes y 18% en lo que va del año. ¿Qué lectura hace de ese movimiento?

—Se depreció fundamentalmente a partir de que se adoptó la banda cambiaria, desde que flota. Es positivo que nos vayamos acostumbrando a que el tipo de cambio flote. Por ahora, no hubo mucho impacto sobre los precios, no hubo traspaso —o pass-through— a precios. Es entendible porque las expectativas de inflación son más bajas. Ya no está presente el miedo que había antes: que se devaluaba como una solución transitoria porque al día siguiente aumentaba la emisión monetaria y todo lo que se ganaba con la devaluación se perdía. Estos movimientos se dan dentro de un contexto de programa. Un programa con el Fondo Monetario Internacional, que al final es el programa de Argentina. En la época de Sergio Massa se decía mucho que no se podía devaluar porque era una devaluación sin programa, y una devaluación sin programa con el FMI no sirve. Estos son ajustes —no son devaluaciones técnicamente porque los hace el mercado— pero son ajustes en el tipo de cambio con programa.

Hay un programa perfectible, sí, pero al menos en lo fiscal es bueno; en lo monetario no es irresponsable. No hay financiamiento al Tesoro. Hay emisión, sí, pero no es una emisión inflacionaria. Estamos en condiciones mucho mejores que en el pasado para que los movimientos del tipo de cambio no terminen impactando en la inflación.

—La semana pasada el Gobierno subió fuerte la tasa de interés para frenar la demanda de dólares, en un momento en que el tipo de cambio libre volvió a moverse y la brecha empezó a ampliarse. ¿Qué efectos puede tener esta suba de tasas en un contexto como el actual?

—El Gobierno no subió las tasas. Lo que hizo fue dejarlas flotar. El objetivo del gobierno de Milei es un crecimiento de la cantidad de dinero determinado. Hay un programa monetario que está presentado en el memorándum de entendimiento con el FMI, que establece un cierto crecimiento de la cantidad de dinero. Y dentro de ese programa se dice que el tipo de cambio flota dentro de la banda, y la tasa de interés va a ser la que determine el mercado. En momentos en que se percibe que la política monetaria es un poco más dura, sube la tasa de interés.

El Banco Central tiene instrumentos para bajar un poco la volatilidad. Sería una buena idea hacerlo. Pero la tasa de interés va a seguir siendo la que defina el mercado. Habría que distinguir entre lo que es la tasa de Lecap, que se mueve un poquito, y la tasa de cauciones, que se mueve demasiado.

Debería haber un objetivo de limitar el movimiento de la tasa de muy corto plazo con cauciones. Todo lo que es tasa a un día, a siete días, habría que controlarlo. Y hay formas: el Banco Central tiene herramientas, como los depósitos o un corredor de pases. 

—El riesgo país se mantiene arriba de los 750 puntos básicos, a pesar del superávit fiscal y de cierta mejora en los indicadores externos. ¿Qué está leyendo hoy el mercado para sostener ese nivel de desconfianza? 

—Hay un elemento político, sobre el cual el Gobierno no puede hacer mucho más que esperar a que vengan las elecciones y obtener buenos resultados. El riesgo político es cómo va a poder gobernar el oficialismo en los próximos dos años. ¿Cuánto respaldo tiene en las urnas el programa económico? Tema importante porque observamos las peleas que hay en el peronismo, incluso las discusiones dentro del propio gobierno, entre sectores que piensan distinto sobre cómo encarar la política. En lo económico están bastante alineados, pero en lo político —en cómo generar poder— hay diferencias. Y la política es generar poder.

Otro aspecto relevante es que el Gobierno logró muchos éxitos en distintos sectores, aunque no logró desarmar los controles cambiarios en su totalidad y no consiguió aumentar reservas. Las reservas hoy son apenas un poco más altas que antes, gracias al préstamo del FMI. Si no, seguiríamos con US$11.000 millones de reservas negativas. Hoy estamos arriba del agua gracias al Fondo. Y ese fue, de algún modo, el último "ayudín" que recibimos. No imagino otro tan importante y sostenido en el tiempo. El mercado mira cómo Argentina puede mejorar su nivel de reservas internacionales, que no lo está logrando. Y eso preocupa a los inversores. 

—¿Qué tan sostenible es la deuda argentina?

—La deuda no es grande en Argentina. El problema es que, al no tener dólares, todo el mundo desconfía. Hoy, si no se cuenta la deuda intrasector público, está por debajo del 40% del producto.

Cualquier país estaría encantado de tener esos números. Todos tienen arriba de 60%, 70%, 80%. Los países desarrollados están entre 100% y 150% del PBI. Los países de América Latina, en general, están entre 60% y 70%.

El problema de Argentina es que toda su deuda es en dólares, en moneda extranjera, y no hay reservas. ¿Qué pasa si un día aparece un cisne negro, durante un año no hay plata en el mercado, y el FMI ya no puede prestar más porque ya nos prestó una barbaridad? Tenemos que estar preparados para un cisne negro. No porque pensemos que va a venir, pero puede pasar. De hecho, en los últimos 15 años tuvimos dos: la quiebra de Lehman Brothers y la pandemia. 

—¿Cómo interpreta actualmente el vínculo entre el gobierno y el FMI?

—Hay un muy buen diálogo. El FMI valora mucho que Argentina haya hecho este enorme ajuste fiscal, casi sin precedentes y que la inflación haya bajado. En ese sentido, es una relación buena. Aunque siempre el FMI, en el pasado y también ahora, cuestiona el hecho de que Argentina no tenga reservas. 

De todos modos, hay muy buen diálogo, mucho respeto del FMI hacia Argentina, y ayuda la buena predisposición hacia Argentina de parte del gobierno de Estados Unidos.

—¿Qué oportunidades ofrece el escenario internacional para la Argentina?

—Es un momento complicado, con todo lo que está pasando. Es difícil para las empresas internacionales, para las multinacionales, tomar decisiones porque no saben cómo va a quedar el esquema arancelario.

Dentro de ese contexto, Argentina está, relativamente, bien parada. Tiene una buena relación con Estados Unidos. Geopolíticamente, estamos lejos de Medio Oriente, de Rusia y de Ucrania. Es un continente de paz. Son economías que no entran en guerra, economías que producen. Tenemos muchos commodities y a causa de los conflictos, es una posibilidad que Estados Unidos se sienta más tranquilo si las inversiones o las empresas están lejos de las zonas de conflicto. 

Y también, si Estados Unidos le aumenta aranceles a muchos países, Argentina puede venderles soja y otros commodities a esos países que entren en guerra comercial con el gobierno de Trump. Observo un contexto que brinda muchas oportunidades.

—Usted escribió: "En nuestro país pareciera que se está dando el típico ciclo posterior a las estabilizaciones basadas en el tipo de cambio, ya que luego de la fuerte recuperación inicial, la economía se está desacelerando. Estamos entrando en la segunda etapa, en la que los desafíos son diferentes. Ya no es evitar el desastre económico y social. Ahora se trata de pasar al crecimiento, cosa que no es sencilla." ¿Cómo se caracteriza ese ciclo de las estabilizaciones basadas en el tipo de cambio? ¿Qué condiciones hacen falta para que una economía como la argentina entre en una etapa genuina de crecimiento?

—Las estabilizaciones basadas en el tipo de cambio son básicamente estabilizaciones en las que el tipo de cambio actúa como ancla nominal.

En toda estabilización hace falta, de alguna forma, que se formen expectativas hacia adelante, y esas expectativas incluyen lo que se llama un ancla nominal. Por ejemplo, ahora el Gobierno está haciendo una estabilización que busca mostrar que la cantidad de dinero no va a crecer. Eso se llama Money Based Stabilization, una estabilización basada en la cantidad de dinero.

La estabilización mediante el tipo de cambio fue la primera etapa: devaluaban al 2% mensualmente, y después querían bajarlo al 1%. Eso actuaba como un freno y buscaba convencer al mercado de que se iba a ir en esa dirección.

La convertibilidad es un ejemplo de una estabilización basada en el tipo de cambio. La famosa "tablita" de los años setenta fue otro programa de ese tipo. Son programas donde el tipo de cambio tiene un rol central en la formación de expectativas y en la estabilización.

En general, esos programas no son tan recesivos. No son estabilizaciones que provocan una recesión, sino más bien expansivas. En Argentina ha pasado algo parecido.

Y ahora entramos en una segunda etapa, donde la estabilización se basa más en la cantidad de dinero y no en el tipo de cambio. Esta suele ser más recesiva, con tasas de interés altas. La primera etapa fue con tasas bajas y mucha expansión del crédito. Ahora es al revés: tasas muy altas, menos expansión del crédito. Desde el punto de vista de la inflación, puede ser más o menos efectiva; puede funcionar perfectamente y que la inflación siga cayendo. Pero en general se ve menos crecimiento, menos expansión económica.

Si se observan las experiencias que hay de money-based (basadas en la cantidad de dinero), en general tienden a ser recesivas. Pero si salen bien, después la economía rebota muy rápido.

Un ejemplo que salió muy bien fue el de Paul Volcker en los años 80. Hizo un programa monetario muy duro, con tasas de interés en Estados Unidos que llegaron al 18% en el corto plazo. Tuvo tres o cuatro trimestres de caída, pero después la inflación bajó muy rápido y la economía salió muy rápido también.

—¿Cómo y cuándo va a volver a crecer la economía? 

—Hay que observar si el Gobierno insiste en seguir bajando la inflación. Seguir bajándola es un proceso que sigue siendo recesivo. 

Puede conformarse con una inflación mensual del 1,5% y plantear como objetivo de largo plazo llegar a una inflación de un dígito anual. Porque hoy para el país bajar aún más la inflación en el corto plazo es muy difícil de lograr sin que la economía sufra o el sistema productivo se resienta. 

El Gobierno apuesta a una fuerte baja del riesgo país. Es la misma estrategia que en los 90: con un riesgo país más bajo, habría más crédito e ingreso de capitales, lo que impulsaría el crecimiento de la economía.

—En su último informe semanal de Econviews, usted advierte que la política monetaria fue "el eslabón más flojo" del programa. ¿Qué errores de diseño detecta y qué habría que corregir para que funcione mejor?

—Lo que se ha visto es que, desde hace dos años, el Gobierno mantiene un montón de controles cambiarios. Eso ya es una señal de que hubo un problema. ¿Por qué un país en el que todo estaría funcionando bien sigue teniendo esta cantidad de controles para las empresas? 

Afortunadamente se puede importar y exportar sin problema; en ese sentido se avanzó. Los individuos no tienen restricciones, la brecha bajó mucho, pero todavía seguimos con controles para las empresas y con un Gobierno que interviene a través de futuros.

Tenemos un sistema demasiado enmarcado en lo que es el manejo monetario del día a día, con una volatilidad en la tasa de interés brutal, que no es sana para la economía. Ningún país lo hace.

—¿No hay cierto optimismo desmedido o "wishful thinking" en la expectativa de que la energía y la minería dupliquen al agro como generadores de dólares? ¿Qué obstáculos podrían aparecer en ese camino?

—Es un camino muy largo. Lo que sí es cierto es que el agro no necesita tantas inversiones como la minería y la energía. Aunque en petróleo y gas se está avanzando bien. En minería, los planes para aumentar la inversión y la producción avanzan un poco más lento.

Vaca Muerta está funcionando muy bien y sí, puede ser otro sector generador de dólares. Puede sustituir perfectamente al agro. Podríamos tener "dólares de agro" que vengan de esos sectores.

—¿Qué tiene que hacer Argentina para conseguir el pasaporte al club de los países desarrollados?

—Lo que hay que hacer es crecer. Y crecer de forma balanceada: con educación, con investigación, con el campo.

Argentina tiene una ventaja competitiva enorme en agro, en minería, en petróleo, y tiene que aprovechar esos sectores, y con esa plata desarrollar otras áreas.

Talento también hay. Hay mucho capital humano, y hay que potenciarlo. Hay que pensar en un modelo como el de Australia o Nueva Zelanda, países que crecieron vendiendo commodities pero que, a través de impuestos y buenas políticas redistributivas, lograron que eso se derramara hacia otros sectores. Y que en Argentina el progreso también llegue, por ejemplo, al conurbano bonaerense. Que se pueda hacer mejor educación, que haya reglas de juego claras, que el país sea más estable. 

Tenemos que ser una economía abierta, abierta al comercio internacional, donde la protección sea algo puntual, no generalizado. Si hay políticas de protección, que no sean masivas. Y poner mucho énfasis en los derechos de propiedad, en las reglas de juego, en mantenerlas en el tiempo y en mejorar el capital humano. 

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