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Alejados de la política, los Oscar premiaron al cine independiente

Alejados de la política, los Oscar premiaron al cine independiente
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Anora recibió 5 Oscar incluyendo mejor película. Sean Baker usó su discurso para defender la experiencia de ver películas en el cine. Pero entre la mayoría de las ganadoras de la noche, el mayor triunfo fue para el cine independiente.

AI
  • 🏆 **Anora** fue la gran ganadora del Oscar 2024, superando expectativas con cinco premios.
  • 🎬 No hubo consenso entre las películas nominadas, lo que revela una división entre lo popular y lo aclamado por la crítica.
  • 💰 Anora, con un presupuesto de US$ 6 millones, recaudó US$ 41 millones y está diseñada como un cuento moderno sobre el amor.
  • 🎭 La ceremonia del Oscar mostró un tono menos político y más centrado en el cine, evitando discursos ideológicos cargados.
  • 🔍 Sean Baker ganó cuatro premios en una noche, lo que resalta su versatilidad y el espíritu del cine independiente.
  • 📉 La audiencia de la ceremonia fue de 17.8 millones, una cifra moderada en comparación con años anteriores.
  • 🌍 Películas como **Flow** y **El Brutalista**, de bajo presupuesto, también se destacaron, mostrando el poder del cine independiente.
  • 🎥 El futuro del cine parece incierto, pero el reconocimiento de diversas producciones puede beneficiar a la industria a largo plazo.

Después de una temporada de premios atípica, finalmente se despejaron todas las incógnitas y es posible que el Oscar haya dado el mayor indicio de todos sobre el futuro de la industria del cine. 

Ninguna película de 2024 logró generar consenso entre las instituciones de premios precursores del Oscar: eso quedó reflejado por la división de distinciones. Hasta último momento, antes de comenzar la ceremonia, nadie sabía con certeza cuál podía ser la gran ganadora. 

Resultó ser Anora, pero un análisis de toda la ceremonia permite comprender cómo se perfila la industria para los próximos años.

Primero, hay que entender que la falta de consenso no significa que las películas nominadas necesariamente hayan sido malas. El arte es subjetivo, después de todo. Lo que sucedió en 2024 es que hubo un divorcio importante entre lo masivo, lo popular, lo taquillero, lo alabado por la crítica, lo que disfrutó el público y lo que le gustó a la industria. En años donde todos los planetas se alinean, películas como Oppenheimer arrasan con las estatuillas doradas. Es fácil premiar esas películas porque cuentan con el apoyo mayoritario de todos los sectores.

Aunque se puede argumentar que varias de las nominadas este año son grandes películas, ninguna logró algo comparable, por ejemplo, con lo que consiguieron películas como Oppenheimer, Forrest Gump, La Lista de Schindler, Gladiador o El Silencio de los Inocentes, por mencionar algunos casos donde todo juega a favor. 

Anora tuvo un presupuesto de US$ 6 millones y ya recaudó US$ 41 millones. Es la historia de una prostituta que conoce a un cliente ruso, joven y millonario. Con él vive una suerte de cuento de hadas, como si fuera una versión moderna de Mujer Bonita o La Cenicienta. 

Durante la mayor parte del relato, Anora se desenvuelve como si fuera una comedia de enredos. Los personajes son jóvenes, gritan, se divierten y sufren. ¿Ella está enamorada o solo está con el joven ruso por el dinero? ¿Él está enamorado o solo está con ella por el sexo? "El amor es un engaño", dice el afiche de la película. Anora, sencilla en apariencia, gana en complejidad porque desnuda algo tan delicado como el amor. "¿Es real?" es lo primero que pregunta un personaje después de una secuencia musical que incluye un casamiento en Las Vegas. Es una película muy inteligente y digna ganadora del premio.

Es probable que, con el Oscar, pueda alcanzar los US$ 50 millones en todo el mundo. En términos de costo/beneficio, fue una película muy exitosa y más que rentable. El vaso medio vacío es que se convirtió en una de las películas ganadoras del Oscar que menos gente llevó al cine. Es una tendencia que parece replicarse en los últimos años. Las dos ganadoras que menos público llevaron a las salas, en 97 años de historia, fueron CODA (US$ 2 millones en todo el mundo) y Nomadland (US$ 39 millones). Pero estas películas tuvieron como excusa la pandemia y el streaming, que estaba en crecimiento. 

Que las películas recauden en salas no es sinónimo de calidad, pero si es necesario para mentener viva la experiencia en salas de cine y que no se reduzca un entretenimiento masivo y popular al goce de unos pocos. 

En ese sentido, los dos premios para Wicked y Duna: Parte Dos, reconocen el mérito (justo, además), en rubros como producción, efectos visuales, vestuario y sonido. Son películas que están entre las diez más taquilleras del año. Es importante reconocer el mérito de los títulos que hacen que la gente vuelva a las salas en tiempos de streaming.

Sean Baker se convirtió en la persona que más premios Oscar ganó en la misma noche por rubros totalmente distintos. Ganó cuatro premios en la misma ceremonia, el mismo récord que ostentaba Walt Disney. Baker ganó como guionista, editor, director y productor de Anora. Su desempeño polirubro simboliza el sacrificio de cualquiera que pretenda hacer cine pese a todo: el verdadero espíritu del cine independiente. Pero... ¿independiente de qué?

Baker tiene una filmografía en donde no faltan películas tan buenas como Anora. Llegó a filmar Tangerine, una de sus primeros largometrajes, con un iPhone. Lo mismo hizo para filmar la secuencia final de Proyecto Florida en el parque de diversiones de Disney, sin la autorización de la empresa. Es una gran película que denuncia con muchísima sutileza la decadencia cultural de Estados Unidos. Como también lo hace Red Rocket, una película sobre las personas olvidadas por las promesas de recuperación económica de la era Obama. En Red Rocket se escuchan de fondo, por ejemplo, los discursos de campaña de Donald Trump. Nada es casual.

Las campañas del Oscar suelen ser muy parecidas a las campañas de los políticos. En el caso de Anora, desde las redes sociales nació una campaña para desprestigiar a Sean Baker. Usuarios anónimos (y no tanto) auditaron la cuenta de X del cineasta. Descubrieron que seguía y le daba "me gusta" a los posteos de políticos e influencers de derecha. Un nivel de escrutinio que en cualquiera otra época sería una locura. ¿Afectó eso el desempeño de Anora en la temporada de premios, antes del Oscar? Difícil saberlo. En todo caso, la contundente victoria de la película (se llevó cinco de las seis estatuillas que disputaba) prueba que, esta vez, el arte prevaleció frente a cuestiones político partidarias.

Que se juzgue a las películas por lo que ocurre en pantalla debería ser la norma, pero durante la última década fue la excepción. Se premiaron películas que iban de la mano con la agenda política de la administración de turno. Michelle Obama le dio el Oscar a Argo. Ganaron películas que estaban alineadas con el discurso del Partido Demócrata. Había un sesgo evidente que favorecía a todos los realizadores que reprodujeran, en plena campaña del Oscar, las palabras que la industria deseaba escuchar. Como si fueran políticos en campaña.

Eso se trasladó a los discursos de agradecimiento en el Oscar, que empezarón a hablar sobre el calentamiento global, el racismo, las minorías, la figura de Donald Trump, y la guerra entre Rusia y Ucrania, entre otras cuestiones. Muchos de esos tópicos fueron explotados por películas que sabían que, por el siemple hecho de representarlos, podían aspirar a algunos premios. El Oscar (y las películas nominadas) se convirtió en un show que pretendía dar lecciones de ética y moral. Como advirtió Ricky Gervais, el problema fundamental era que nadie en Hollywood está en la posición para dar lecciones de ética y moral a nadie, porque desconocen cómo es el mundo real, entre otras falencias.

Esto parece haber cambiado. Fue un acierto el tono de esta ceremonia del Oscar, conducida por Conan O'Brien. El anfitrión, a diferencia de anteriores como Jimmy Kimmel, Amy Schumer o Chris Rock, no eligió burlase de manera despectiva de las películas nominadas. Hizo chistes con la duración de El Brutalista, los tweets de Karla Sofía Gascón o el fracaso taquillero de Guasón: Folie à Deux, pero no con saña o cinismo. Su conducción del evento no fue excepcional, pero cumplió y mejoró en relación a los anfitrios anteriores.

Los discursos políticos o partidarios casi no existieron, más allá de un chiste sobre las relaciones entre Trump y Putin o el discurso de los ganadores del mejor documental, No Other Land, sobre el conflicto entre Israel y Palestina. Pero, en general, ninguno de los ganadores se subió al escenario para dar lecciones de política. En Hollywood quizás hayan entendido que el Oscar no es el lugar para hacer eso. La ceremonia debería ser una celebración honesta, con aciertos y errores, de algo que aman todos los que lo miran: el cine.

Ni siquiera se hizo demasiada leña con el árbol caído, que era Emilia Pérez. La película que ostentaba 13 nominaciones al Oscar fue una de las grandes perdedoras. Apenas ganó dos: Zoe Saldaña (mejor actriz de reparto) y canción original. Perdió el premio de película internacional contra Aún Estoy Aquí, la película brasileña sobre una familia fracturada por la dictadura militar. ¿Fue la derrota de Emilia Pérez producto de los tweets de Sofía Gascón? No sería justo decir que esa es la causa: la película, antes de esa polémica, ya era una de las peores puntadas en la historia en redes sociales cinéfilas como IMDb o Letterboxd.

Tampoco sería justo castigar a ninguna película por lo que diga cualquiera de los involucrados por fuera de la obra. El arte debería ser juzgado y premiado (o no) en base a sus propios méritos. Es indudable que a la industria del cine de Hollywood le encantó Emilia Pérez, pero nunca sospecharon que la película iba a generar tanto rechazo en todo el mundo. Algunos, como Ron Pearlman, admitieron no poder creer que a la gente no le gustara Emilia Pérez. Es posible que se hayan sentido intimidados a la hora de premiarla: los tweets de Gascón sirvieron, en todo caso, para consolidar la tendencia en contra.

El gran ganador de la noche fue el cine independiente. Si en 2024 la película que arrasó fue Oppenheimer, una película de alto presupuesto hecha con US$ 100 millones (ni siquiera la mitad de lo que suelen costar algunas producciones de Disney, Marvel o DC). Fue el triunfo del cine de estudios que resplandecía en la época de oro de Hollywood. Christopher Nolan recibió el premio de la mano de Steven Spielberg: fue un triunfo simbólico que parecía el pase de la antorcha de un maestro de los blockbusters a otro.

Este año, quien entregó el premio a mejor director fue Quentin Tarantino, el cineasta que reinventó el cine independiente en la década de 1990. Creció a la par de Miramax, la empresa de Harvey Weinstein, gracias a la indudable maestría con la que fueron hechas películas como Perros de la Calle, Tiempos Violentos y Jackie Brown. Tarantino le dio una nueva definición al cine independiente. Su llegada a la pantalla grande revolucionó la forma de hacer películas en todo el mundo, aportando una frescura, energía y vitalidad de la que carecían muchas películas con mayor presupuesto pero menos talento e ideas. Fue Tarantino el que le dio el Oscar a Sean Baker. Otro "pase de antorcha" simbólico, como el de Spielberg a Nolan.

Pero hubo decisiones erradas en el show televisivo del Oscar. Casi no hubo clips o escenas de las películas nominadas. Es un desacierto, porque la mayoría de los televidentes no vio todas las películas. Mostrar escenas que reflejen aquellas categorías que se están destacando ayuda para promocionar las películas. También permite reconocer el talento. El cine es un medio audiovisual, al igual que la televisión. Ceremonias anteriores han demostrado que se pueden armar buenos montajes, con las escenas de las películas nominadas, hasta para categorías como mejor sonido o guión. Quienes no hayan visto la mayoría de las películas nominadas este año (es decir: casi todo el mundo), habrán tenido que imaginar las películas en las nominaciones.

El otro problema que tuvo la ceremonia no fue por las decisiones artísticas del armado del espectáculo, sino por las películas nominadas. Casi todas estuvieron muy lejos de ser populares o masivas. Esto explica el descenso de audiencia con respecto a 2024 y 2023, los años en los que arrasaron Oppenheimer y Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo, que compitieron contra películas que también fueron taquilleras. Salvo Duna y Wicked, ninguna de las nominadas en 2025 movilizó al público general, ese que no es cinéfilo extremo pero disfruta de las películas, al cine. La ceremonia tuvo un rating de 17.8 millones de televidentes en Estados Unidos, incluyendo la televisión tradicional, el servicio de streaming Hulu, y YouTube. Quedó lejos de los números que tenía el show antes de la pandemia, que tampoco eran exorbitantes, aún cuando los Oscar sean el evento televisivo más grande de todos, junto con el SuperBowl.

Pero hay otra variable que no se tiene en cuenta porque es difícil de medir: los premios ahora generan tráfico en redes sociales como X, Instagram, TikTok y Twitch. Para hacer más complejo el asunto, los Oscar se están convirtiendo en un premio internacional. En Brasil, multidudes salieron a celebrar la victoria de Aún Estoy Aquí como si hubieran ganado un mundial de fútbol. La comparación es exagerada porque sabemos que el mundial, para Brasil, sería muchísimo más convocante, pero se entiende la analogía. 

En Letonia, por ejemplo, hicieron murales en los barrios con el gatito protagonista de Flow. El Globo de Oro que ganó la película se exhibe en uno de los museos más importantes de ese país europeo. Es la primera victoria en la historia para Letonia. Flow también representa un triunfo del cine independiente. Es una película que se hizo con apenas US$ 3 millones. La animación se hizo con Blender, un programa de código abierto, libre. Su director, Gints Zilbalodis, ni siquiera terminó la carrera de cine. Como Sean Baker, su pasión por el séptimo arte lo llevó a rebuscárselas para hacer películas pese a todo. Ni Zilbalodis ni Baker esperararon para que les abieran las puertas. Decidieron abrir las puertas ellos mismos.

Flow es una película extraordinaria. No tiene diálogos. Con ingenio y maestría narra la aventura de un grupo de animales (una gata, un carpicho, una secretaria, un labrador y un lúmer) en un mundo inundado. Es una película inteligente y exótica que no subestima la inteligencia de los espectadores ni "humaniza" demasiado a sus protagonistas. Exige un esfuerzo de parte de la audiencia (el promedio de duración de cada plano es de 16 segundos: muy por arriba del promedio general de duración de planos al que está acostumbrado el cine de hoy, afectado por las redes sociales, que es de 4 segundos). 

Flow le ganó a producciones que contaron con muchísimos más recursos, como Intensamente 2 y El Robot Salvaje, respectivamente de Disney y Dreamworks, estudios que tienen poder de lobby y máquinas publicitarias gigantes. Hace tres años Disney no gana una categoría que en la que siempre salía vencedor. El año pasado, el animé dirigido por Hayao Miyazaki, El Niño y la Garza le ganó a la secuela del Spider-Verso, de Sony. El cine de animación está reconociendo que lo mejor no siempre es exclusivo de Estados Unidos ni de los estudios con más dinero.

Otras películas independientes o de bajo presupuesto ganaron el resto de los rubros. El Brutalista ganó tres: actor protagónico, música original y fotografía. Por esta película épica (al menos, épica en términos de cine independiente) de 3 hs 30 m hecha con US$ 10 millones, Adrien Brody ganó su segundo Oscar, 23 años después de El Pianista. Otra señal de que los tiempos parecen estar cambiando: contra Brody hubo campañas denunciando que trabajó con Roman Polanski y que, cuando ganó su primer Oscar, le dio un beso sorpresa en la boca a Halle Berry, la actriz que le dio la estatuilla. Esta vez, fue Halle Berry la que le dio el beso sorpresa, en la boca, en la alfombra roja. El momento se viralizó en las redes. Finalmente, Brody ganó su segundo premio como mejor actor.

La Sustancia ganó mejor maquillaje y peinado contra películas como Wicked y Nosferatu. Fueron dos de las películas de bajo presupuesto más exitosas del año. La sustancia costó US$ 17 millones y recaudó US$ 76 millones. Le fue particularmente bien en mercados como los de América Latina, en países como México, Argentina, Colombia y Brasil. Logró un hito para el cine de terror, que es conseguir una nominación como mejor película. No le alcanzó para que Demi Moore ganara como actriz protagónica: perdió contra Mikey Madison de Anora. Las estadísticas indican que suelen ganar las actrices más jóvenes en esa categoría. Jennifer Lawrence, en 2013, le ganó a Emmanuelle Riva. De todos modos, el trabajo de Madison es merecedor del premio. Si lo hubiera ganado Moore también sería digno. Ninguna de las dos actrices hizo un trabajo mediocre.

Cónclave ganó mejor guión adaptado. Costó US$ 20 millones y recaudó más de US$ 100. En Argentina le fue particularmente bien: llevó casi 100 mil espectadores al cine, cuando muchas de las nominadas este año no superaron las 20 mil entradas vendidas. Es una película como "las de antes": un relato de suspenso sobre la elección del nuevo Papa, narrado como si fuera una intriga de detectives, hasta con algo de humor, y un elenco de actores adultos y profesionales. Es una película que logra crear tensión con algo en aperiencia tan poco cinematográfico como un cónclave. Películas como 12 Hombres en Pugna probaron que, en las manos adecuadas, cualquier evento puede ser una experiencia cinematográfica. Cónclave honra esa tradición.

El nivel de audiencia no acompañó a la ceremonia, pero no fue un mal año para la entrega de premios. Sean Baker usó su tiempo como ganador no para hacer campaña en contra o a favor del político de turno, o para endulzar los oídos de los presentes. Llamó a todos, no solo a la industria, a proteger la experiencia de salas de cine. "En una época de tanta división, el cine une". No es inocente ni edulcorado lo que dijo. Es cierto que el cine es una experiencia colectiva todavía accesible para la clase media. Pero también es cierto que, comparado con la década de 1990, es un espectáculo que ya no moviliza a tantas personas como antes.

A diferencia de lo que sucede con las películas por streaming, en el cine se comparte una experiencia con completos desconocidos. Uno puede reír, indignarse o asustarse con otras espectadores, sin importar si son de izquierda, derecha o centro, si votaron a Donald Trump o Kamala Harris. Es un espacio de encuentro que obliga al público a salir de la comodidad del hogar. Los servicios de streaming se multiplicaron, pero también se encarecieron y, para evitar una implosión, empezaron a cancelar varios proyectos. El streaming, sin la fuerza que ostentaba hace cuatro años, parece haber encontrado su techo en todo el mundo. El cine no murió, pero también quedó debilitado.

Si el cine quiere recuperar la grandeza, el camino no parece ser fácil ni breve. Sean Baker lo advirtió en su discurso: "Los cineastas hacen películas para la pantalla grande. Por favor, distribuidores, enfóquense en estrenar las películas en el cine. Padres, creen una generación de niños que aprecien la experiencia en salas de cine". Es aún más complicado que lo que dijo Baker: el cine necesita darle espacio a las películas, pero las películas necesitan contar historias que hagan que muchos (no solo los más cinéfilos) estén interesados en pagar una entrada para verlas. Y los cines deben estar a la altura de las expectativas, por lo menos en lo que respecta a la calidad de las proyecciones y comodidad de las salas.

Nadie sabe cómo va a ser el futuro, pero si la industria sigue este camino, donde un año premia el talento de una producción como Oppenheimer y al año siguiente reconoce a una como Anora, puede que el futuro le sonría de nuevo no solo a Hollywood, sino al cine en general. Se puede argumentar que no solo ganó el cine independiente en la ceremonia del Oscar: en líneas generales, ganó el cine.

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