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¡El Tesoro de EE.UU. compra pesos! Y vos, ¿qué pensás?

¡El Tesoro de EE.UU. compra pesos! Y vos, ¿qué pensás?
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De paria a engranaje vital: Argentina entra en la cadena de seguridad tecnológica global. Pero el precio de esa inserción es más alto de lo que parece.

Es uno de esos titulares que solo se leen en Argentina: el Tesoro de Estados Unidos intervino comprando bonos en pesos en el mercado local. La mayor potencia mundial ayudando a sostener una moneda en la que ni siquiera sus propios ciudadanos confían. 

Esta "locura" subraya una tendencia profunda: Argentina se ha convertido en una pieza clave en la geopolítica de la tecnología y los recursos del Occidente. El dinero ya no se mueve solo por retorno económico, sino por estrategia. 

El gigante financiero anunció su "Security and Resiliency Initiative": US$ 1,5 billones en diez años para inyectar capital en sectores vitales de EE.UU. (US$ 10.000 millones en inversión directa). 

OpenAI y Sur Energy anunciaron Stargate Argentina: US$ 25.000 millones para un megacentro de datos en Patagonia. La elección no es casual. 

Responde exactamente a lo que el nuevo capital necesita: 

Los movimientos, desde el Tesoro de EE.UU. comprando pesos hasta US$ 25.000 millones de OpenAI, no son gestos de caridad. Son la evidencia de que Argentina ha logrado insertarse en la cadena de valor de la seguridad tecnológica global. 

Pero este "logro" tiene un precio. 

Argentina pasó de ser un aliado de Venezuela, Cuba y Nicaragua a tener una alineación geopolítica explícita con EE.UU. e Israel. Y de repente, Wall Street vio algo útil. No un país que se recuperó, sino un país que se volvió necesario. 

¿Qué hubiese pasado si Argentina hubiese invertido en capacidades propias de IA? ¿Si hubiese construido una base productiva sólida? Esa Argentina hubiese negociado participación accionaria, transferencia tecnológica, soberanía. 

La Argentina que existe es la que acepta Stargate porque necesita ese capital tan desesperadamente que no puede rechazarlo. La que llama "logro geopolítico" a lo que es, en realidad, una aceptación de términos dictados por la necesidad. 

Formular las preguntas incómodas: ¿Quién controla la infraestructura en 20 años? ¿Quién es dueño del conocimiento generado? ¿Qué pasa si cambian las prioridades en Washington? 

Implica reconocer algo simple y brutal: Argentina no está negociando. Simplemente no tiene opción. 

La pregunta sigue ahí: ¿Es eso un trato donde Argentina tiene poder real de negociación? 

No. No lo es.

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