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Ramiro Castiñeira: "Argentina va a crecer entre 3% y 5% en 2026"

Ramiro Castiñeira: "Argentina va a crecer entre 3% y 5% en 2026"
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Ramiro Castiñeira es licenciado en Economía y director de la consultora Econométrica. En diálogo con El Economista expone su mirada focalizada en la macroeconomía y en los requisitos que considera necesarios para el crecimiento del país.

El economista Ramiro Castiñeira se interesa por los orígenes de la inflación, el tipo de cambio y la crítica a aquello que llama el "socialismo del siglo XXI". Es director de Econométrica, la primera consultora privada creada —según él mismo destaca— de forma pionera a mediados de los años setenta y especializada, entre otras variables, en análisis macroeconómico, proyecciones de actividad y finanzas públicas.

Licenciado y magíster en Economía por la UBA, vocero y profesor de la Fundación Faro, y con participaciones frecuentes en los medios de comunicación, Castiñeira se define como macroeconomista y, en particular, como "economista clínico": es decir, aquel que mira el cuerpo completo antes de dedicarse a cada órgano o parte. "Me interesa la visión general de la economía", sostiene. 

Participa en el Consejo de Asesores del Presidente Javier Milei —espacio liderado, hasta julio de 2025, por Demián Reidel— [desde su renuncia el cargo quedó vacante]; de este modo, Castiñeira no tiene un cargo en el gobierno, aunque sí un canal de diálogo abierto de consulta y asesoramiento. 

La historia de vida de Castiñeira comienza en la frontera entre Villa Urquiza y Parque Chas. Nació en la Ciudad de Buenos Aires y creció en una familia de clase media, asistiendo a una primaria del barrio. Después, llegó el turno del colegio Manuel Belgrano, donde cursó el secundario. Hijo de un empleado administrativo en una petrolera y de una maestra de primaria, atravesó una adolescencia que hoy define como típica.

Terminó el secundario en 1998. Medicina no lo atraía, Abogacía tampoco y otras carreras tradicionales quedaban fuera de juego. La Facultad de Ciencias Económicas apareció casi como transición mientras cursaba el CBC y probaba materias.

—¿En qué momento apareció la decisión de dedicarte a la economía? —pregunta El Economista. 

—Exactamente después de sacarme un diez en Economía en el CBC. Allí pensé: "Éste es el camino". Cuando la conocí, me enamoré de la materia.

Castiñeira insiste en que la economía no es mera matemática, sino una "ciencia social":  "Más que los números —tal vez más afines a un ingeniero—, lo importante es entender la lógica detrás de ellos. La matemática es una herramienta que permite demostrar que lo que se plantea tiene coherencia. Lo esencial, para un economista, no es la matemática: es comprender que se trata de una ciencia social".

La cronología es dinámica: secundario en 1998, licenciatura completada con honores hacia el año 2004 y, más adelante, la maestría en la misma casa de estudios.

—¿Cómo recordás tu paso por la UBA? —pregunta El Economista. 

—Como a cualquiera que haya pasado por la UBA, me quedó un hermoso recuerdo de esa etapa. Aún así, con los años, siento que la currícula de economía en Argentina quedó detenida en el tiempo. Que Argentina tenga dieciséis ceros acumulados en su moneda y que todavía haya dudas sobre si la emisión genera inflación muestra un problema profundo en la formación universitaria —sostiene. 

Desde temprano, Ramiro Castiñeira fijó un objetivo: no quería el título de licenciado sin una silla en una consultora. La bisagra profesional llegó con un aviso en la bolsa de trabajo de la facultad. La consultora Econométrica buscaba pasantes. Castiñeira entró a la firma como pasante en 2003 y nunca más se fue. "De pasante ascendí a economista jefe, después a socio —junto con Mario Brodersohn— y más tarde asumí como director". 

En la actualidad, dos décadas después de aquel comienzo como pasante, preside y dirige la consultora: "Lo que me gusta de Econométrica es su mirada de mediano plazo. No se queda en la coyuntura del día a día, sino que analiza la evolución de un modelo económico. Se anima al debate de fondo. Es una consultora que no teme decir, por ejemplo, que la Argentina de las últimas dos décadas apostó al socialismo del siglo XXI. Además, esa mirada estructural no le impide estar entre las consultoras con mayores aciertos en las proyecciones de corto plazo", resalta Castiñeira. 

Sobre su especialización, subraya: "Lo que me gusta es analizar la macroeconomía y la relación económica de la Argentina con el mundo. Me interesan las variables agregadas que permiten entender el proceso inflacionario, el crecimiento económico, el tipo de cambio y la balanza de pagos". 

—¿Hace cuánto intervenís en el debate público? —pregunta El Economista. 

—Siempre quise ser consultor, nunca tuve dudas. Hago lo que siempre quise hacer. De chico miraba a economistas como Juan Carlos de Pablo y a tantos otros en la tele. Pensaba: 'Algún día voy a estar ahí hablando de economía'. Y hace rato que eso se cumplió. Llevo más de diez años yendo a los medios y más de veinte ejerciendo la profesión.

Respecto de la coyuntura, Castiñeira sugiere: "El país atraviesa un debate de ideas, provocado en parte por el fracaso económico y social de las últimas décadas. La irrupción de Javier Milei en la política expresa justamente eso: una reorganización del debate público en torno a ideas, no sólo a nombres. Más allá de las simpatías o rechazos, genera una discusión muy saludable sobre paradigmas que Argentina no revisaba desde hacía ochenta años, pese a los resultados evidentes".

A continuación, Ramiro Castiñeira responde preguntas de El Economista sobre el presente y el futuro económico del país.

—¿Cuál es tu balance del resultado electoral del 26 de octubre y qué ventana de oportunidad abre para la macroeconomía?

—Lo que está ocurriendo en la Argentina es histórico por distintas razones. El fracaso económico de los últimos ochenta años llevó a la sociedad a buscar nuevas respuestas. Las que daban los radicales y los peronistas —en su esencia— ya no lograban 'encontrarle el agujero al mate' desde hacía décadas. También se le preguntó a Cambiemos y tampoco tuvo éxito. La sociedad argentina, cansada de diagnósticos errados, estaba dispuesta a escuchar otras ideas, porque quienes venían gobernando no sólo no resolvían los problemas sino que, en muchos casos, eran parte de ellos.

En ese contexto irrumpe, por primera vez en la vida política argentina, un nuevo partido. El bipartidismo se rompe con la aparición de Javier Milei, que no buscó refugiarse en banderas ya instaladas, sino que levantó las propias: las banderas del liberalismo.

Antes de llegar al poder, Milei hizo una intensa tarea de docencia: diagnosticó los problemas estructurales del país y señaló que las políticas públicas estaban profundamente equivocadas. Ese trabajo le permitió ganarse la confianza de la sociedad, al punto de obtener el 30 % de los votos en la primera vuelta y más del 55% en el balotaje.

En las legislativas recientes, la sociedad volvió a darle un voto de confianza: cercano al 41%. Y lo hizo, básicamente, porque cumplió lo que prometió. Dijo que equilibraría las cuentas públicas para frenar la emisión y detener el proceso inflacionario, y los resultados son visibles: 2023 cerró con una inflación del 211%, y 2025 podría cerrar por debajo del 30%. Se trata de un colapso inflacionario notable, logrado a través del equilibrio fiscal.

También cumplió con su promesa de que "la casta" pagaría el costo del ajuste. En ese mismo período, la pobreza retrocedió a niveles de hace siete años: hay que remontarse hasta 2018 para encontrar cifras similares.

Esto demuestra que cumplió sus dos grandes promesas: reducir de manera drástica la inflación mediante el equilibrio de las cuentas públicas y lograr que ese equilibrio no lo pagara la sociedad. En efecto, el gobierno no generó ni un pobre nuevo en Argentina. Todo lo contrario: muchos argentinos lograron salir de la pobreza.

Por eso, el resultado electoral puede leerse como una revalidación. La sociedad reconoció que Milei cumplió su palabra y le dio margen para avanzar en una nueva etapa de reformas. Milei sostiene que el país necesita desarmar el "socialismo del siglo XXI" que se instaló durante el kirchnerismo, la versión más estatista que tuvo el peronismo —y probablemente cualquier actor político en la historia argentina—, con expropiaciones de empresas como YPF, de ahorros como las AFJP y hasta la destrucción de las estadísticas públicas, algo propio de regímenes autoritarios.

La Argentina había llegado a un nivel de intervención estatal desmedido sobre la macroeconomía. Milei planteó desde el inicio que su misión era revertir ese proceso y devolver al país a las ideas de la libertad, las mismas que sostienen las economías desarrolladas. Lo que sucede hoy es que la Argentina está intentando reconstruir su marco de ideas, adecuarlo al siglo XXI, hacerlo más compatible con la globalización y con una economía integrada al mundo. 

—¿Cuál es, según tu mirada, el dólar de equilibrio?

—No existe un dólar de equilibrio al que se le pueda poner un número. Pensar que un economista puede definir el precio correcto de algo es una de las ideas más ridículas que persisten en la Argentina. Lo que debe hacerse es permitir que la macroeconomía funcione libremente y que los precios se definan por la interacción entre oferta y demanda, es decir, por millones de decisiones individuales que se cruzan todos los días.

Creer que alguien puede conocer el precio exacto de un bien es lo que Friedrich Hayek llamaba la "fatal arrogancia": la creencia de que un individuo, por su saber técnico, puede colocarse por encima de los demás. La escuela austríaca demostró que nadie dispone de toda la información necesaria para conocer los precios reales. Y, aun si se lograra reunir toda esa información, sería sólo una foto: la realidad cambia de manera constante. No es lo mismo la foto antes de una elección que después. Si la información varía todo el tiempo, nadie puede tener certeza sobre el precio final.

Lo que sí puede hacerse es facilitar al máximo la interacción libre entre oferentes y demandantes, de modo que los precios reflejen colectivamente toda la información disponible. 

En un mercado libre, los precios comunican lo que está ocurriendo: si suben, hay más demanda que oferta; si bajan, ocurre lo contrario. Es algo simple, pero la Argentina lleva décadas peleada con esa lógica. 

—¿Imaginás un cepo más flexible de acá a 2027?

—No tengo dudas de que el norte de la Argentina debe ser un tipo de cambio libre, como el de cualquier país liberal, occidental y democrático. Lo llamativo es que el Banco Central, que cumple noventa años, haya vivido setenta de ellos bajo algún tipo de cepo. Y de los veinte restantes, diez los pasó con un tipo de cambio fijo, es decir, con un precio impuesto por ley. 

"El norte de la Argentina debe ser un tipo de cambio libre"

—¿Podría afirmarse que el menemismo tuvo un tipo de cambio fijo y el mileísmo uno flotante?

—Sí. En el mileísmo el tipo de cambio busca ser completamente flexible, pero la diferencia central con el menemismo es que Javier Milei logró equilibrio en las cuentas públicas.

El menemismo tuvo un buen diagnóstico: entendió que, tras la caída del Muro de Berlín, la Argentina debía actualizarse y entrar en el mundo globalizado. Hizo varias reformas en esa dirección. La convertibilidad fue útil para frenar la hiperinflación —se pasó del 5.000% a cero en menos de dos años—, y eso no puede desconocerse.

El problema es que la década de los noventa quedó atrapada en una narrativa en la cual la libertad aparecía como sinónimo de crisis. Así, se fortaleció la Argentina corporativa y se terminó dependiendo de las decisiones de unos pocos burócratas. Ese esquema llevó a una catástrofe económica con la mitad de la población en la pobreza.

—Andrés Malamud sostuvo que con Milei, a diferencia de Menem, ahora sí existe "apoyo infinito" de quienes imprimen dólares: el Tesoro de Estados Unidos. ¿Considerás que ese respaldo puede ayudar al país a sortear obstáculos hacia el desarrollo?

—El desarrollo de la Argentina no depende del exterior, sino de los propios argentinos. Dentro de cualquier estrategia nacional hay, claro, socios geopolíticos. 

Lo que ocurre hoy es que el país cambió de norte. El mundo lo percibe y reacciona: los socios históricos de Occidente volvieron a tender la mano. Es una relación de acompañamiento, no de subordinación. 

Como ocurre en cualquier país, se trata de alianzas geopolíticas naturales. Lo insólito fue que la Argentina, siendo una democracia, mantuviera vínculos preferenciales con dictaduras. 

Ahora, al abrazar una economía promercado, liberal y occidental, reaparecen los socios estratégicos tradicionales: Estados Unidos, Israel y, en general, todo el mundo democrático. 

—¿Analizás que el gobierno va a lograr acumular más reservas?

—No estoy seguro de que la Argentina necesite acumular más reservas, dada la historia de populismo que arrastra. Cada vez que el país logró acumular reservas, el peronismo las dilapidó financiando políticas populistas.

El peronismo debería explicar por qué, después de los años cincuenta, el Banco Central quedó vaciado; por qué volvió a quedar sin reservas tras los setenta; por qué, después del paso de Cristina Kirchner, volvió a estar exhausto; y por qué, tras la gestión de Alberto Fernández, terminó directamente con reservas negativas. La secuencia se repite: cada vez que la Argentina acumula reservas, llega el peronismo y las deja en cero.

Basta recordar lo que ocurrió con Macri. Recibió el Banco Central vacío, sin reservas, al punto de que Cristina Fernández se fue vendiendo dólar futuro porque ya no quedaban dólares para vender. Durante su gestión, Macri logró revertir esa situación: terminó con reservas netas positivas, que según estimaciones privadas aumentaron en algo más de US$10.000 millones. Sin embargo, ese esfuerzo no fortaleció la moneda, porque el peronismo que lo sucedió volvió a vaciar el Banco Central, llegando incluso a dejar reservas negativas. La acumulación sólo tendría sentido si el peronismo demostrara que va a sostener ese camino. 

Hoy el gobierno tiene equilibrio en las cuentas públicas y superávit primario, lo que le permite comprar los dólares necesarios para pagar la deuda. Además, el rol tradicional de las reservas —como garantía de pago— lo cumple ahora el swap estadounidense, que funciona como respaldo financiero. 

En condiciones normales, acumular reservas sería deseable, porque aporta estabilidad y previsibilidad. Pero, en la Argentina en la cual la experiencia histórica muestra que el peronismo termina quebrando el Banco Central, el esfuerzo puede resultar inútil.

—¿Proyectás que Milei puede llegar a una inflación anual de un dígito?

—Si mantiene el equilibrio fiscal y continúa sin emitir, como lo viene haciendo desde el inicio de su gestión, no tengo ninguna duda. Así lo establecen los manuales de economía: la inflación se genera únicamente por emisión monetaria. El Banco Central no emite un peso desde hace más de un año, y eso llevó a que la inflación colapsase. Pasó de más de 200% a una cifra en torno al 25%, y en breve el país alcanzará, seguramente, una inflación anual de un solo dígito.

"En breve el país alcanzará, seguramente, una inflación anual de un solo dígito"

—¿Qué reformas priorizarías en los próximos meses?

—La Argentina tiene una estructura legal pensada para una economía cerrada. Su legislación tributaria, comercial y laboral, así como las normas que regulan las relaciones económicas internas y externas, son obsoletas. Fueron diseñadas para encerrar al país como parte de la cultura de aislamiento que el peronismo le impuso.

El desafío es desarmar por completo ese andamiaje vetusto y reconstruir una estructura moderna, acorde con el nuevo milenio. Son muchas las reformas necesarias, porque el marco legal entero está envejecido. Lo fundamental es avanzar con decisión e imitar lo que ya funciona en otros lugares. Si se prefiere el modelo laboral europeo, nórdico o estadounidense, se puede adaptar; lo que no puede hacerse es conservar la legislación laboral argentina, que lleva setenta años sin cambios y produjo salarios de US$ 300 con más de la mitad de la población en la informalidad. 

—Según los últimos datos del INDEC, la pobreza alcanzó el 38% en el segundo semestre de 2024. Es probable que ahora baje más, pero ¿hasta qué punto es posible reducirla estructuralmente por debajo del 30%?

—A medida que la Argentina cambie de modelo económico y deje atrás los mitos culturales que dominaron durante décadas, va a poder hacerlo.

Las economías cerradas tienen tasas de desempleo altas; las economías abiertas, en cambio, exhiben los niveles más bajos. Los países desarrollados rondan el 3% o 4% de desempleo, y eso no es casual.

Del mismo modo que el mito de la inflación multicausal servía para ocultar la demagogia, el mito de la economía cerrada se usó para justificar el loteo del país: la asignación discrecional de prebendas, favores y protecciones a empresarios amigos o testaferros.

Por ejemplo, las exportaciones argentinas, entre bienes y servicios, rondan los US$ 100.000 millones anuales. España, con una población similar y un territorio tres veces menor, exporta por US$ 500.000 millones. Cuando hay una gran cantidad de transacciones, el desempleo desaparece.

El problema argentino es que, por temor a importar, termina encerrándose. Al cerrarse, deja de exportar, y así se queda con un comercio exterior demasiado pequeño para sostener el empleo. 

—¿Qué proyecciones imaginás para el salario real y el empleo formal el año próximo?

—Es muy probable que el año que viene la economía continúe creciendo entre 3% y 5%. En ese marco de expansión, los ingresos de la población van a ir recomponiéndose. La Argentina necesita, ante todo, volver a crecer, algo que no ocurre hace quince años. No hay alquimias ni milagros: el poder adquisitivo mejora sólo cuando la economía crece de manera sostenida.

El país está transitando un cambio profundo: de la cultura de la dádiva —vivir del político— hacia la cultura del trabajo, basada en el mérito personal y el esfuerzo propio. En ese contexto, a medida que se consolide la libertad económica y ya no se necesite la autorización de un burócrata para desarrollarse, la economía no sólo va a recuperar salarios, sino que podrá duplicar o incluso triplicar su tamaño.

En Cuba o Venezuela, los salarios no llegan a US$ 10. Por coquetear con esas ideas, la Argentina llegó en 2023 a un salario registrado que equivalía a apenas US$300 mensuales. Hoy ese mismo salario ronda los US$ 1.000, y si el proceso continúa, los próximos escalones son claros: alcanzar niveles de €2.000 como en España, luego entre €2.500 y €3.000 como en el resto de Europa, y finalmente US$ 4.000 como en Estados Unidos.

Si el país logra deshacerse del conjunto de ideas que explican el fracaso de las últimas ocho décadas, puede aspirar a niveles salariales como los de Europa o Estados Unidos. Ya pasó de US$ 300 a US$ 1.000: si mantiene el rumbo, los salarios podrían llegar a US$ 2.000, US$ 3.000 o incluso US$ 4.000. El destino de los argentinos depende sólo de los argentinos.

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