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8.300 puntos básicos de caída de la tasa en menos de 5 meses, ¿qué puede salir mal?

8.300 puntos básicos de caída de la tasa en menos de 5 meses, ¿qué puede salir mal?
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Los 8.300 puntos de baja de la tasa de interés representan entre 166 y 332 veces lo que suelen ajustarse las tasas internacionalmente por semestre.

La evolución de la tasa de interés en Argentina de los últimos años representa una montaña rusa vertiginosa no apta para cardíacos, propia de una economía que empujada por la aplicación de políticas pendulares se ha convertido en la más volátil del planeta.

Las decisiones de mover las tasas de forma frenética y agresiva comenzaron en los últimos dos años del gobierno de Mauricio Macri, tras agotar el grifo del crédito externo y recurrir de emergencia al FMI. La desesperación de esa gestión provocó erráticos cambios de rumbo que agravaron la crónica inestabilidad de nuestra economía y alimentaron el interés por el negocio financiero especulativo por encima del productivo.

Luego de esos sofocones, prosiguió un período de estabilidad durante la pandemia. Duró menos de dos años, a fines de 2021, sin acceso al financiamiento externo y con niveles de emisión monetaria extremos, derivados de las necesidades de los programas de contención social y de sostenimiento de empleos en la emergencia sanitaria, prosiguió una seguidilla de múltiples y crecientes aumentos de tasas que llegaron a colocarla en el 133%. Fueron intentos fallidos de amortiguar la atracción por el dólar. Y, por último, ya bajo la administración de Javier Milei, enfrentamos una caída al vacío asombrosa por lo abrupta e inesperada. En apenas cuatro meses y medio, la tasa descendió 8.300 puntos básicos cuando en cualquier economía del mundo los ajustes no suelen superar en ese lapso más de 50 puntos básicos.

Evolución de la tasa de interés,

Desde ya, la volatilidad de las variables en nuestro país es de otra escala respecto al resto del mundo. Pero aún así el movimiento, incluso comparativamente con otras variables locales, es desproporcionado. Por caso, la tasa de inflación mensual en nuestro país supera entre 40 y 60 veces aproximadamente a los estándares internacionales que oscilan en torno al 5%/8% en la mayoría de las economías en los últimos años. Los 8.300 puntos de baja de la tasa de interés representan entre 166 y 332 veces lo que suelen ajustarse las tasas internacionalmente por semestre.

Y también la dirección del desplazamiento es extraordinaria. Es inversa a lo que sugiere la teoría monetaria convencional como política para revertir un proceso inflacionario y, por lo tanto, es contraria a lo que hacen los países para contener la inflación. De hecho, el alza de las tasas de interés se ha convertido a nivel global en la principal herramienta para regular la inflación. No se disminuyen las tasas para combatir el aumento general de precios porque se supone que su reducción estimula la demanda de bienes y servicios y posterga, en consecuencia, el ahorro que podría ser canalizado a inversiones. Si la prioridad, como dicen las autoridades del gobierno, es eliminar la inflación y promover la inversión privada, respecto a la visión ortodoxa y hegemónica, están siendo contradictorios.

La decisión de bajar tan aceleradamente las tasas en realidad es una maniobra tiempista y a contramano de las expectativas. Los analistas del mercado consultados por el BCRA el 30 de noviembre pasado proyectaban, en promedio, que en mayo la tasa sería del 124,3% y bajó hasta el 50% (por ahora). El gobierno busca así estimular la demanda de dólares en un período del año donde se espera y también se busca traccionar una mayor liquidación de divisas del agro con un tipo de cambio de exportación no tan bajo.

La viabilidad de esa acción, paradójicamente, descansa en tres fenómenos anómalos que expresan la enfermedad de nuestra economía. En primer lugar, el estado de depresión actual hunde el consumo y, por lo tanto, la demanda de bienes importados y fabricados localmente con contenido de insumos importados no genera una elevada presión cambiaria. El índice de la consultora de Orlando Ferreres, que suele anticipar con precisión los resultados de los informes del INDEC, es lapidario al respecto. Su medición revela que la actividad general cayó en marzo pasado un 9,7% y la industria (principal rubro consumidor de bienes de capital e intermedios fabricados en el exterior) se derrumbó un 12,8%.

En segundo lugar, esa descomunal disminución de las tasas puede ser aplicada también porque los controles a las importaciones se mantienen rígidos, más allá del discurso oficial. Los importadores que se animen a canalizar sus compras en el exterior a través del contado con liqui (CCL), en la práctica, quedan prácticamente fuera del acceso al Mercado Único y Libre de Cambios (MULC). Eso se debe a que, de acuerdo a la normativa vigente para operar por CCL, deben esperar, al menos, tres meses desde que ingresaron al MULC y luego están inhibidos por otros tres meses para volver a operar en CCL, si desean regresar al MULC. En estas condiciones, una empresa que para llevar adelante su negocio necesita importar con cierta regularidad es improbable que regrese al MULC si decide dar el salto al CCL.

Ninguno de los dos canales de abastecimiento de divisas es simple, pero inclusive con el impuesto PAIS (rige solo en el MULC) y los retrasos para acceder al pago de deudas con los proveedores en el exterior (30 días para pymes y cuatro cuotas de 30 días cada una para grandes empresas), el CCL luce algo más complejo. Como el mercado financiero es más pequeño y carente de intervención estatal, las cotizaciones del CCL son más volátiles y, por lo tanto, la incertidumbre es mayor. Además, su valor siempre ha superado al tipo de cambio oficial del dólar más el impuesto PAIS, más allá de que en los últimos meses se haya reducido esa brecha hasta rozar el 6%. En síntesis, en este supuesto modelo liberal, la importación no es sencilla.

Y el tercer fenómeno que da lugar a la brutal baja de tasas sin un nuevo episodio de corrida cambiaria y aceleración inflacionaria es la visión preponderante en el mercado financiero. Apuesta a que el mega ajuste fiscal garantice el pago de deuda pública. Eso desencadena la suba de los títulos públicos y también de las acciones de empresas locales. Hacía ya siete años que no había una racha tan prolongada de ganancias en la bolsa; de hecho, para hallar un fenómeno similar habría que remontarse hasta el festival de deuda externa promovido en la anterior gestión de Luis Caputo como ministro de Finanzas y Presidente del Banco Central (2016/18).

Los mayores operadores financieros celebran y respaldan la gestión y no huyen despavoridos como lo hubieran hecho con ajustes de tasas mucho más leves por parte de cualquier otro gobierno en el pasado reciente. No importa que el entusiasmo esté fundado en meras ilusiones de sustentabilidad del ajuste sin que se produzcan reales transformaciones productivas que mejoren la competitividad y que los indicadores preliminares de desempeño de la inversión sean tenebrosos (el referido informe de Ferreres da cuenta de una merma interanual del 22,3% en marzo pasado). Lo importante para el negocio financiero es que el argumento del ajuste es suficiente para sostener un fervor por los activos nacionales, al menos, transitoriamente.

Parece secundario que el esquema alimente un atraso cambiario anestesiado por las dificultades de importación y un tipo de cambio afectado por un impuesto de emergencia sin sustento legal ante la OMC y el MERCOSUR. La bola de nieve financiera crece sin pruritos y también puede estallar sin preaviso apenas algún agente financiero influyente decida levantar sus fichas.

En este escenario, bajar otra vez la tasa fuertemente es una demostración de poder, casi una canchereada, que descansa en la reducción de la tasa de inflación, la caída del riesgo país, el superávit comercial, la acumulación de reservas y los enormes recortes del gasto público como nunca en nuestra historia. Así el modelo genera nuevos resortes de presión y habilita un renovado proceso de atraso cambiario que, como gran diferencia respecto a los ciclos anteriores, no se asienta en una entrada de capitales por deuda externa o revalorización de nuestras exportaciones, sino en el intríngulis de la depresión, el cepo, las trabas a las importaciones y la burbuja financiera.

Este intrincado nudo debe desatarse sin que la demanda de divisas reprimida vuelva a hacer explotar a nuestra frágil economía. Más allá del fuerte ascenso de la deuda comercial por importaciones, sin financiamiento externo robusto y con una destrucción de capacidades productivas rabiosa, por más gritos de libertad que pueda lanzar nuestro Presidente, la misión parece imposible. La curva descendente en alta velocidad a la que viaja nuestra economía en esta montaña rusa no estaría inclinada lo suficiente hacia adentro para evitar que vuele por los aires.

Mariano Kestelboim

Economista, asesor de empresas y cámaras industriales y docente universitario

@marianokestel

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